Pablo Trapero es uno de los nombres claves de la renovación del cine argentino de las últimas décadas. Su primer largometraje, “Mundo grúa” (1999), ya revelaba a un realizador de gran personalidad. Pero su consagración llegaría con “El bonaerense”(2002), crónica urbana donde se entremezcla la corrupción policial de la ciudad con la derrota moral de sus protagonistas. Luego su carrera no ha llegado a convencer del todo, fluctuando entre algunos aciertos y parciales decepciones, como la ambiciosa “Elefante blanco” (2012).
“El clan”, su último filme, se propone como la recreación de una historia de la vida real: el caso de la familia Puccio. Este suceso causó un gran revuelo mediático en la Argentina, al tratarse de una cadena de secuestros y asesinatos en el corazón de los barrios de clase media de la capital a fines de los 70 e inicios de los 80, cuando empezaba la primavera democrática liderada por el presidente Raúl Alfonsín.
No sorprende la elección del tema en el caso de Trapero, tratándose de un director atraído por el realismo y por los casos que revelan el estado de descomposición de la sociedad. Ahí están “Leonera” (2008), drama presidiario que es también un crudo retrato femenino, o el sucio ‘neo-noir’ sobre las mafias de las aseguradoras de accidentes vehiculares de “Carancho” (2010). Una tentación obvia, entonces, era incursionar en un tema como el de los asesinos seriales, lo que le permitiría a Trapero dar su versión del thriller al estilo norteamericano.
Desde un inicio, el director argentino parece exhibir su marca de fábrica en “El clan”, cuando introduce –como en un prólogo que, a la vez, sirve de marco histórico– secuencias de archivo televisivo, con Alfonsín recibiendo el informe de la Comisión de la Verdad entregado por el escritor Ernesto Sábato: apego a la realidad, pero, también, una forma bastante directa de enmarcar el caso de la familia Puccio en el fin de la época del terrorismo de Estado perpetrado por las huestes del general Videla.
El mensaje es claro: termina el crimen institucionalizado, pero, desde una especie de herencia o excrecencia del mismo, empieza otro tipo de enfermedad social. Y es que Arquímedes Puccio (Guillermo Francella) fue también miembro de los comandos de inteligencia paramilitar. Al quedar desocupado con el fin de la era dictatorial, él decide emprender un negocio de secuestros de gente adinerada con la complicidad de algunos ex colegas y, sobre todo, de su propia familia.
No obstante, y a pesar del prometedor arranque, la película se muestra, luego, más preocupada por su funcionalidad ilustrativa que por el estudio psicológico. Si bien se privilegia la ambigua relación que se establece entre Arquímedes y su hijo Alejandro (Peter Lanzani) –quien termina cumpliendo un papel clave en las operaciones del clan–, esta no termina de explorarse, por lo que queda una sensación de esbozo, de superficialidad.
Hacia la mitad, “El clan” comienza a mostrar otros problemas. Un ejemplo es la estructura misma, de tiempos innecesariamente discontinuos, en una decisión que entorpece el formato más bien tradicional de contar una historia por el que, esta vez, optó Trapero. Y, por ejemplo, si hablamos de los personajes secundarios –como los otros hijos de Puccio: el hermano mayor que regresa de viaje de forma abrupta para integrar el negocio, o las mismas hijas y la esposa–, no sabemos bien qué tipo de sentimientos o conflictos están en juego, algo importante en la medida en que integran ese hogar siniestro y toda la armazón delictiva.
Es cierto que Pablo Trapero demuestra competencia en cuanto al montaje y habilidad visual. Sus planos-secuencias, encuadres y virtuosismo fotográfico no están en duda. El problema es que su pericia está al servicio de una representación epidérmica, pocas veces sugestiva. Francella está desperdiciado, ya que su actuación, a todas luces buena, es vista desde fuera, sin que nunca podamos atisbar sus texturas psicopáticas. No llega a ser un villano fascinante. Mejor es el caso de su hijo, muy bien interpretado por Lanzani, aunque el fondo dramático, debido a la mirada dispersa del director, tampoco llega a cuajar.
“El clan” es un thriller medianamente entretenido, aunque rutinario y muy poco original. Si es interesante, lo es en la medida en que su empaque –en cuanto a casting o dirección de arte, entre otros apartados técnicos– logra un nivel algo inusual en la industria latinoamericana. Una pena, tratándose de una historia tan rica en aristas y matices por explotar. Sin dudas, se trata del título más flojo en la filmografía de su director.