“La familia Bélier”, la nueva película de Eric Lartigau, es uno de esos pocos títulos franceses que consiguen colocarse en las cadenas de distribución mundial. Lartigau es un actor y realizador que empezó a trabajar para le televisión, y que ha ido consolidando una filmografía dedicada casi exclusivamente a la comedia —la única excepción es el thriller “L’homme qui voulait vivre sa vie”, del 2010, que no tuvo mucha circulación internacional—.
Esta es la historia de Paula (Louane Emera), adolescente con un especial talento para el canto, pero cuya vida tiene una característica también especial: sus padres y su hermano menor son sordomudos. El “conflicto” que articula todo el filme tiene que ver con la difícil posición relacionada a la dependencia que, con ella, se ha llegado a desarrollar en el interior de su hogar.
De entrada, y como ya habíamos podido ver en “Cómo casarse y mantenerse soltero” —otro filme del autor que llegó a estrenarse en Lima—, es reconocible un estilo “invisible”, totalmente funcional al seguimiento de los personajes. Estamos en las antípodas de la línea más “artística” de la comedia francesa, que, por ejemplo, puede representar “Amélie”, de Jean-Pierre Jeunet. Sin embargo, “La familia Bélier” es uno de esos casos en que la discreción casi “artesanal” de la puesta en escena permite el lucimiento de sus personajes, con resultados mucho más satisfactorios que cintas aparentemente más “estilizadas” y “vanguardistas”.
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En cuanto al humor, si bien era predecible que se aprovecharan los desencuentros y malas traducciones que podían establecerse entre Paula, sus padres y hermano, son momentos que están dosificados con sobriedad. Punto que también favorece a la originalidad de este filme, que, a diferencia de otro de tono “amable” y “familiar” como el también francés “Amigos”, por ejemplo, se siente menos deudor de las fórmulas chirriantes de las comedias estadounidenses.
Y esta es precisamente una de las razones del triunfo de Lartigau: haber disfrazado un canto de amor a la cultura gala con el ropaje de un entretenimiento ligero. No solo descuella la chanson de Michel Sardou en la voz de Emera (quien fue “descubierta” en el ‘reality’ “The Voice” de Francia), sino también el paisaje rural, la vida de granja y el mercado popular, ofreciendo un retrato de la vida doméstica local sin ningún afán pintoresquista o chauvinista, lo que suma más puntos al filme.
Ahora bien, más allá de la buena administración y soltura del humor —favorecido por el reparto que incluye a la polifacética Karin Viard en el papel de la madre de la protagonista—, lo que aporta su verdadero espíritu y personalidad a la película son las actuaciones de Eric Elmosnino, como el profesor de música que no para de rumiar su desgraciada suerte en el pequeño pueblo donde está confinado, y la misma Louane Emera, quien deja entrever, con mucha frescura, el mismo brillo del “adolescente” confundido y melancólico que la cinematografía francesa ha sabido inmortalizar desde los años en que Antoine Doinel —el mismo de “Los cuatrocientos golpes”, de Truffaut— corría sin desmayo por alcanzar su libertad.