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Un hombre carga un gran peso sobre sus hombros. Entrado en años y con la ilusión de una carrera musical ya terminada, se interna en la selva peruana. El objetivo es reencontrarse a sí mismo realizando un viaje que cuarenta años atrás había planeado su hermano. En el camino no solo la ciudad lo ayudará, sino un mito hecho realidad: la ayahuasca.
—¿Por qué escogiste la selva como escenario de tu filme?
Mi abuela nació allí. En el 2004 hice mi primer viaje a Iquitos, para hacer por primera vez la experiencia de la ayahuasca. Cuando llegué me sorprendió que tuviera tantos extranjeros, gente que va a hacer un cambio en su vida, como si la selva los invitara a transformar algo en ellos. Pienso que tiene que ver con que hay una frontera ahí: la ciudad caótica y sus ruidos; y al frente, en la selva, comienza algo desconocido.
—Ese es el punto de partida de “Planta madre”: un extranjero –un músico, en este caso– que llega a esa ciudad a transformarse.
Va, de alguna forma, a reencontrarse con su hermano, quien había planeado el viaje en realidad. Iquitos es una ciudad muy musical, psicodélica. Me interesó mucho el hecho de la cumbia amazónica, porque es contemporáneo al nacimiento del rock. Además tiene esta idea de búsqueda espiritual y sanación con la ayahuasca, que es una experiencia distinta, que lleva a uno a encontrarse consigo mismo.
—No se puede ir a Iquitos y no ser parte de su cultura. El mito de la ayahuasca forma parte de su mitología. ¿Hay una tendencia a salir de la ciudad e ir a la Amazonía para rodar?
La idea que se tenía –por lo menos desde afuera– de que el Perú es Lima y Cusco está cambiando. La forma de ser de las personas de la selva es distinta, hay otro ritmo, los valores juegan de otra manera. El entorno afecta la película, con eso pude sintonizar rápidamente. Hacer esta película fue un delirio, por eso tardé tantos años.
—En la película queda retratado el choque de dos culturas: la argentina y la peruana.
El protagonista es argentino, un viejo rockero y sus compañeros, con quienes se encuentra en la ciudad. Él es un hombre que trae sus historia: la del primer ‘hippismo’. Esto es como una frecuencia de la argentinidad que encuentro interesante porque es universal.
—Eso coincide con el mito de la ayahuasca en el sentido de liberarse. ¿Hay coincidencias?
Hay muchas coincidencias, representadas en la película por Agustín Rivas, curandero que se interpreta a sí mismo en el filme. Me interesó que las partes que tienen relación con la ceremonia de la ayahuasca sean retratadas de manera casi documental, dentro de la estructura del relato. Me pareció una falta de respeto hacerlo con un actor. Yo hice la experiencia y hay cosas que son irreproducibles con un actor. El curandero es un músico, canta. Tenía que ser alguien que conociera sus propios cantos chamánicos.