uno de los últimos estrenos argentinos más interesantes en la cartelera limeña quizá haya sido “El clan” (2015), la historia de una familia de delincuentes que aterrorizó el país de Jorge Luis Borges en los años ochenta. Pese a que no llegó a convencer, se trató de un éxito de taquilla. Esto fue suficiente para que la productora El Deseo –de los hermanos españoles Agustín y Pedro Almodóvar– no dude en sacar réditos de la nostalgia por los casos criminales que asolaron Buenos Aires el siglo pasado, y decida financiar también “El ángel”.
El título de la cinta procede del apelativo el ‘Ángel de la Muerte’ que los medios le dieron a Carlos Robledo Puch, adolescente de apariencia inofensiva que sumó más de una decena de asesinatos y robos, lo que lo llevó a la prisión perpetua en 1972. Sin embargo, el filme que nos ocupa no pretende ser una biografía fidedigna del personaje. Lo que busca su director, el argentino Luis Ortega, es más bien ficcionar libremente, configurar un antihéroe cinematográfico a partir de un modelo histórico.
El resultado es en muchos sentidos formidable. Ortega hace, a partir del acentuado ‘glamour’ de su protagonista, una especie de rebelión anarquista y anticapitalista. Hay mucho de revuelta romántica en su ‘Charlie’, como le gustaba que le digan a este joven pendenciero. Lo vemos despreocupado en las primeras secuencias, cuando entra a una mansión de ricos para robar lo que le venga en gana, y luego bailar al compás de “El extraño de pelo largo”, el hit de 1968 de La Joven Guardia.
En efecto, la clave del filme se encuentra en los primeros minutos, cuando la voz en off de Carlos dice: “Yo soy ladrón de nacimiento, no creo en ‘esto es tuyo y esto es mío’”. Allí se cifra un credo nihilista que tira por la borda esa vida tan contemporánea de ambiciones acumulativas y emprendedurismos competitivos. El fondo subversivo de la cinta empieza por la expresión de ese desparpajo, y continúa en una estética sacada de la cultura pop del siglo XX: mucho rock, peinados brillantes, droga y chaquetas de cuero.
Para que funcione esta oda a la adolescencia, tan bella como destructora de lo que se le interponga en el camino, era necesario, no obstante, un actor que le hiciera justicia. Lorenzo Ferro, sin experiencia previa en las tablas o el cine, asumió el reto. Y vaya que consigue superar las expectativas. Su Charlie es natural, imprevisible, con algo de primitivo, pero a la vez lleno de una especie de ambigüedad infantil que no deja de ser sofisticada.
Por otro lado, Ortega, junto con su equipo, logra realizar una suntuosa recreación fetichista de la época. Más que barrios bajos, lo que abundan son excéntricas casonas vacías de adinerados bonaerenses. Ortega los retrata como ancianos solitarios y casi muertos en vida, o como jóvenes gays que reinan en un mundo decadente y disoluto. La fotografía de Julián Apezteguía utiliza, para ello, una gama encendida de colores satinados, que parecieran haber sido sacados de las obras de Andy Warhol.
Si tuviéramos que señalar un defecto en “El ángel” sería su duración. Le convendrían unos minutos menos para fortalecer la tensión del relato. Pero priman las virtudes. Desde el contexto de una sangrienta dictadura militar, la amoralidad psicopática de Carlos representa una resistencia inconsciente frente a todo poder; una rebelión salvaje y enloquecida. A eso se suma su espontánea bisexualidad, su homoerotismo, su travestismo. La falta de malicia y de culpa es el estandarte de esta especie de Billy The Kid gaucho. Más que un sujeto idealizado, este es un niño apocalíptico creado por una sociedad corrupta que merece su furia. El de Ortega es un ángel bailarín, dispuesto a jugar solo con sus propias reglas.
MÁS INFORMACIÓN:Puntaje: 3.5 / 5Título original: “El ángel”. Género: drama, biografía. País y año: Argentina y España, 2018. Director: Luis Ortega. Actores: Lorenzo Ferro, Chino Darín, Daniel Fanego, Cecilia Roth.