“Está detrás de ti” (2014) es una metáfora del aislamiento después del sida; “La bruja” (2015), recreación histórica de los orígenes del puritanismo; “No respires” (2016), comentario crítico a los cementerios urbanos creados por el cierre de fábricas; y “¡Huye!” (2017), parábola del racismo infiltrado en cotidianidades engañosas. El género del horror, por lo general asociado a la fantasía escapista, pasa por un buen momento, con agudeza para esbozar diagnósticos sociales y existenciales de nuestro tiempo.
El horror de ambiciones artísticas vuelve con “Un lugar en silencio”, dirigido por John Krasinski. En un escenario posapocalíptico, la familia Abbott –Evelyn (Emily Blunt), Lee (el mismo Krasinski) y sus hijos Bea (Cade Woodward), Marcus (Noah Jupe) y Regan (Millicent Simmonds)– se refugia en una rústica casa en el bosque. El mundo ha sido atacado por extrañas criaturas depredadoras que no ven, pero pueden oír. Por ello, la familia debe permanecer en silencio y ser sigilosa hasta la extenuación.
Lo primero a resaltar es que Krasinski logra una especie de despojamiento estilístico. Los elementos expresivos son pocos, pero significativos: los gestos de los actores, y cualquier sonido, generan acontecimientos perturbadores. El espectador se mantiene en vilo por el sigilo precario, torpe, difícil de mantener. Y por el anuncio de situaciones casi inmanejables, representadas, por ejemplo, en el inminente parto de Evelyn. El silencio total es imposible.
Los personajes susurran, utilizan el lenguaje de señas de los sordomudos, cuidan de no hacer ningún ruido en la vida doméstica. Así pasan las noches, a duras penas, en el sótano de una casa ruinosa, donde el padre trata de averiguar cuál es el talón de Aquiles de las bestias. Este segundo plano es, también, el del retorno a una especie de convivencia originaria, sin tecnología digital. Ni televisores ni comodidades modernas. Krasinski, con ecos casi bíblicos, parece contar la historia de la primera familia en la Tierra.
Entonces se adivina una tercera dimensión. Además de asemejarse a “No respires” –con la que comparte la idea del duelo con el enemigo ciego y el suspenso electrizante en torno a un ansioso sigilo–, “Un lugar en silencio” aborda la relación entre padres e hijos. Es el plano dramático marcado por un hecho luctuoso que se conoce en los primeros minutos. Tragedia que pone en jaque a la familia: cada personaje parece cargar una culpa. Marcus, por su excesivo temor. Y Regan se enfrenta a la idea de la inconsciente condena paterna, así como a la preferencia del progenitor por su hermano menor. Este último nivel, relacionado al desarreglo afectivo entre padres e hijos, también se pudo ver en “La bruja”, otra cinta excepcional.
En “Un lugar en silencio” hay que remarcar la dirección de actores de Krasinski, quien hace una excelente dupla con Blunt, su esposa en la vida real, así como destacar a los niños, en especial a Millicent Simmonds, quien encarna a un personaje clave por su sordera –la actriz fue elegida por tener esta discapacidad–. Sordera que se vuelve un don que le permite intuir las flaquezas de las bestias predadoras.
“Un lugar en silencio” es de imágenes realistas y en clave baja. Krasinski confía en el poder de la sugerencia y en la comunicación muda que hace de los cuerpos unos instrumentos llenos de desesperación y hambre de vida. Y propone el regreso a una humanidad primordial, heroica, que se figura en el vía crucis del parto y los actos sacrificiales del padre ante unos monstruos que representan nuestra posible extinción. Así, Krasinski hace del horror una experiencia conmovedora, en carne viva. Un drama esencial e imprescindible.
Título original: “A Quiet Place”. Género: drama, horror, thriller. País y año: EE.UU., 2018. Director: John Krasinski. Actores: Emily Blunt, John Krasinski, Millicent Simmonds.Calificación: 4/5.