Es el encanto de lo inexplicable y lo ridículo. La magia animada del delirio inocentón. Es el 'container' que aparece de la nada y se mete al encuadre cuando el hidalgo Optimus Prime se convierte en un tráiler (remítase a los “Transformers” ochenteros, no al esperpento imperdonable de Michael Bay). Son las canchas infinitas de “Super Campeones” en las que los maratónicos Oliver Atom y compañeros disputan sus pichangas improbables que dinamitan el reglamento de la FIFA. O el desvelo que provoca ver a Mazinger Z recuperar sus puños después de dispararlos, mientras que Afrodita A se queda sin senos –dos huecos inquietantes permanecen en su pecho– luego de lanzar sus misiles con forma de pezón. Son misterios sin respuestas de la vida que han colonizado el inconsciente de los que crecieron en los años 70 o los 80. Que impulsan la nostalgia o que generan sonrisas. Eso no tiene precio.
La añoranza se activará otra vez con “Mazinger Z: Infinity”, película que llegará este jueves a los cines locales. O se buscará conquistar a una audiencia nueva e hiperestimulada que nació con la tecnología al lado. Décadas atrás, Mazinger Z –que apareció en 1972– sedujo con algo más que sus acciones arcanas. A través de él hasta se puede psicoanalizar a una nación. Estas son algunas premisas para interpretar a Mazinger Z y a su creador y 'sensei' (maestro) Go Nagai:
1. El manga, el anime y el 'live action' canalizaron el fantasma de Hiroshima. El mecha –género de los robots gigantes que defienden el mundo– surgió entre escombros. Bajo su superficie fantástica y metálica asoman la culpa y la derrota bélica de un Japón devastado por los bombardeos atómicos sobre Hiroshima y Nagasaki, en agosto de 1945. El 2 de setiembre Japón firmó su rendición en la Segunda Guerra Mundial. El 6 de setiembre de ese mismo año, en Wajima, nació Kiyoshi Nagai. Tiempo después, cuando incursionó en el manga y la ilustración, él adoptó el nombre de Go Nagai.El mecha abrasa la bandera del antibelicismo, aunque procura hacerlo sin darle la espalda a las hecatombes. Las batallas son una de sus quintaesencias. Su ciencia ficción y futurismo dialogan con la realidad. En el 2012, en el Salón Internacional del Cómic de Barcelona, Go Nagai disertó y el diario “El País” recogió sus palabras: “Estoy convencido de que los niños deben saber que existe la guerra, la violencia o los conflictos [...]. Esas cosas pasan en el mundo en el que vivimos, que es también el suyo. Pretendo que en mis obras se refleje la sociedad en que vivimos, y la violencia es una parte de ella”.
Los efectos colaterales del desastre nuclear también alcanzaron a los visionarios Eiji Tsuburaya, el artífice de Ultraman, y a Osamu Tezuka, el padre de Astroboy. Siguen firmas.
2. La tentación de verlo todo mediante el psicoanálisis y la teoría sexual. Freud, ahí vamos. La imaginación febril de Go Nagai y “Mazinger Z” ponen más de un elemento en bandeja: el villano y barón Ashura tiene dos sexos (es mitad hombre, mitad mujer), el lazo hormonal de cariño y odio entre los jóvenes pilotos Koji y Sayaka es difícil de descifrar, y la robot Afrodita A despunta por sus misiles-pezones. De acuerdo con la leyenda urbana, si Koji exclamaba la frase “puños fuera”, Sayaka hacía algo parecido y decía “pechos fuera” (esto último es solo un mito). Como sea, la polisemia y las interpretaciones antojadizas están servidas.
Nagai deseaba idealizar a la mujer. Él señaló al diario español “La Razón”: “Yo creé a Afrodita desde el corazón de un niño que admira el cuerpo, la figura de la mujer y, desde una perspectiva naif, la mujer me parecía algo bonito y poderoso [...]. Esta fascinación por la mujer fue más fuerte en mi caso, porque éramos cinco hermanos, ¡así que en mi casa se veían pocas!”.
Es más difícil que hoy “Mazinger Z” ofenda a alguien. Pero en los 70 y los 80 todo era distinto. El arribo de la serie animada en diversos países causó revuelo, incluyendo el Perú. En España, “Mazinger Z” fue censurada. Opinólogos y psicólogos ibéricos acusaron a la serie de glorificar la violencia, de hacer apología a la guerra y de inducir a los niños a la confusión sexual. Ningún dardo o dislate ha podido derrumbar a este ícono universal. Mazinger Z sigue de pie.
Las tensiones, represiones o huellas filiales son otras variables del mecha que invocan el psicoanálisis. El piloto suele ser un adolescente y el creador del robot es el padre, el abuelo o algún pariente mayor de ese joven. Freud se relame.
La historia de “Mazinger Z” va así: dos arqueólogos hallan los restos de una civilización que construía robots gigantes. Ellos son los doctores Hell y Kabuto. El primero quiere retomar esa práctica para conquistar el universo. El segundo se opone. Kabuto es asesinado pero, antes de morir, le muestra a su nieto Koji un robot que concibió en secreto para enfrentarse a Hell. Este coloso está hecho con un material prodigioso llamado aleación Z.
Otro detalle no menor es que Go Nagai fue el primero que decidió que un robot gigante debía ser piloteado desde adentro; había que tomar decisiones desde las entrañas de la máquina. Así se estableció una simbiosis entre la carne y el metal, entre el espíritu y el acero. El robot parecía tener sentimientos y pensar por su propia cuenta.
La película que se estrenará mañana, “Mazinger Z: Infinity”, retoma estos elementos y los actualiza con el estilo hiperbólico y trepidante del presente. Hay que procurar capturar la atención de un espectador distraído, habituado a múltiples ventanas y menos inocente.
3. Resiliencia. Go Nagai ha confesado que creó Mazinger Z como un paliativo para los niños en medio de las calamidades de la existencia. Se trata de un relato de superación de obstáculos, en especial para sus pilotos adolescentes.La capacidad de aguante púber sería llevada a un extremo en “Neon Genesis Evangelion” (1995), cumbre indiscutible y alucinada del mecha que reinterpreta símbolos judeocristianos, metafísicos y apocalípticos para diseccionar, mediante un lenguaje audiovisual rupturista, la psiquis de sus protagonistas ciclotímicos y traumados. La serie es tan original que parecía que su relato se les escapaba de las manos a sus artífices, como si ellos no supieran cómo cerrarlo. El resultado: su desenlace es tan impactante como poco comprensible.
En Hollywood, el director mexicano Guillermo del Toro tributó el mecha en “Titanes del Pacífico” (2013) y diseñó una avalancha de efectos digitales. El desconcierto y la resiliencia juveniles estaban ahí. El año pasado, Del Toro y Go Nagai se encontraron. El primero llamó al japonés “El dios del mecha”. Y le dio un abrazo. Al maestro se lo reverencia.