Para los cinéfilos de raza, una de las películas-mito más atesoradas de Hollywood es sin duda una que George Cukor filmó en 1954, con Judy Garland y James Mason. Allí, un actor consagrado se adentra cada vez más en el declive de sí mismo debido a la edad y el alcohol, mientras ayuda a una joven actriz y cantante a conseguir el estrellato. En realidad, se trataba de un remake del filme de la homónima “Nace una estrella”, de 1937, dirigida por William Wellman, con Janet Gaynor y Fredric March.
Hubo, sin embargo, una “Nace una estrella” más, antes de esta que dirige y protagoniza Bradley Cooper. Se trató de la versión de Frank Pierson, de 1976, y que convirtió a Kris Kristofferson en una estrella de rock que se ve extinguirse ante el ascenso de la cantante que interpretaba Streisand. Sin dudas, esta versión es la menos lograda de todas. Sin embargo, es desde estas coordenadas del mundo de los conciertos de rock, más cercana a nuestros días, que Cooper se animó a hacer su propia versión.
Pues bien, la nueva “Nace una estrella” sorprende por varias razones. En primer lugar, por el inusual acercamiento de la cámara a los actores –Gaga y Cooper–, quienes con su presencia, llevada hasta una especie de agotamiento físico y emocional, dominan todo el filme. En la línea de Ingmar Bergman o Jonathan Demme, la apuesta del director es por un registro directo y sin afeites a los rostros desafiantes, pero sobre todo llenos de devoción y vulnerabilidad, de dos personajes desarmados y angustiados.
Hacía mucho que desde Hollywood no llegaba un melodrama adulto, doloroso, que no teme a su propia esencia trágica. Quizás “El castillo de cristal” (2017), de Destin Daniel Cretton, sea un precedente, incluso más logrado. Pero esta apuesta por un cine de sentimientos que conjuga los números musicales –de lo mejor de la cinta– con secuencias siempre en un grado alto de vértigo, y donde Cooper y Gaga dejan a un lado el glamour por un registro nervioso y descarnado, es ya un mérito.
Pero este lado desgarrado sin ser grotesco, conmovedor sin ser edulcorado, comienza a tener traspiés hacia la mitad del metraje. Esto tiene que ver también con los contextos familiares. En ese sentido, le va mejor al antihéroe (Cooper), un rockero en la senda de Neil Young, quien empieza a acelerar su camino de autodestrucción por las drogas y un pasado que lo atormenta. Allí es clave su arisco hermano mayor (Sam Elliott), con quien tiene algunos de los mejores momentos del filme.
Sin embargo, con la muchacha de la clase trabajadora (Gaga), que ve su oportunidad al flechar con su talento al rockero exitoso, hay más problemas en su círculo familiar. Sobre todo por el personaje del padre (Andrew Dice), algo impostado en sus maneras de viejo imitador de Frank Sinatra o Paul Anka. Otros problemas aparecen con el desenlace, por ejemplo en la secuencia de los premios Grammy, algo inverosímil; o en el estirado final que, sin necesitarlo, recurre a flashbacks algo machacones y reiterativos.
Pese a sus defectos, “Nace una estrella” se mantiene en pie. Su relectura, delicada, cuidadosa, de una relación trágica –donde uno surge mientras el otro se hunde–, llega a perfilar bien ese contemporáneo eclipse entre el artista honesto que sucumbe ante sus demonios, y la artista joven que lucha por no perder su autenticidad en el mundo de las estrellas prefabricadas de hoy. Y en medio, una extenuación afectiva, corporal, que soportan las verdaderas estrellas, y que regala algo que hoy en día creía definitivamente extinto en películas de Hollywood: eso que los antiguos llamaban “ternura”.
MÁS INFORMACIÓN:Puntuación: 3/5Título original: “A Star Is Born”. Género: drama. País y año: Estados Unidos, 2018. Director: Bradley Cooper. Elenco: Lady Gaga, Bradley Cooper, Sam Elliott, Anthony Ramos.
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