En su lecho de muerte, sobre los brazos del hijo al que solo conocía como enemigo, Darth Vader no era más un sith. Descubriendo el rostro detrás de su icónico atuendo, redimiendo su conversión al lado oscuro de la Fuerza, había vuelto a ser una vez más Anakin Skywalker.
Ver en acción y oír la respiración intimidante del implacable Darth Vader era atemorizante y deslumbrante a la vez, pero la mística de su personaje respondía a una pregunta que fue respondida de forma magistral: “¿Cómo un jedi se convirtió en el villano más temido del universo ‘Star Wars’?”.
George Lucas supo avizorar el potencial de una nueva saga enfocada casi en su totalidad en la transformación del primer Skywalker. Y así aprendimos a entenderlo y quererlo.
Darth Vader es “Star Wars” en gran medida. Es él quien personifica por excelencia la lucha constante entre ambos lados de la Fuerza, que no es más que el bien y el mal, esa dicotomía existencial que trasciende espacios y épocas.
Anakin no era ingenuo, pero sí maleable. Su enorme potencial como jedi era también su condición más vulnerable. Su fortaleza era su condena.
¿Quién iba a imaginar que ese niño prodigio que nació de la Fuerza, armó solo a C3PO, manejaba naves mejor que nadie y armaba debates sobre si era o no el elegido iba finalmente a sucumbir a los planes del malévolo Darth Sidious, incluso asesinando a niños jedis a sangre fría?
Ni el maestro Yoda ni Mace Windu (Samuel L. Jackson) pudieron avizorar tremenda catástrofe. Aunque sí percibieron y advirtieron la peligrosidad de su Fuerza.
La profecía en la que sí creyeron Qui-Gon y Obi Wan Kenobi (quienes lo adoptaron como padawan y luego jedi) no trajo ningún balance de fuerzas inmediato, o quizás no como la Orden esperaba. ¿Llegó cuando los bandos Yoda-Obi Wan y Sidious-Vader recién alcanzaron igualdad de condiciones? Sería superficial pensarlo. Anakin finiquitó su destino cuando volvió a ser un jedi y mató a Sidious, el Emperador.
Y es que Anakin-Vader siempre fue una constante. El canciller Palpatin lo sabía y lo manipuló desde un principio. El quiebre emocional era una bomba de tiempo. La muerte de su madre, su inconformidad con el lugar que tenía en la Orden Jedi, los constantes cuestionamientos de sus maestros y el asimilamiento de saberse más poderoso que el resto fueron, uno a uno, un tormento que se tornó inmanejable.
Y finalmente el amor, la gota que derramó el vaso. Dicen que del amor al odio hay un solo paso. Pues del lado luminoso al oscuro, también. Y para Anakin fue Padmé, la hermosa reina de Naboo. La amó en silencio y luego en secreto. Sus premonitorios sueños lo obsesionaron con salvarla a toda costa. El objetivo era que no se repita la historia de su madre. Vender el alma al diablo era lo de menos.
¿Es la historia de Vader el ocaso de alguien que amaba tanto que perdía todo control sobre sus sentimientos? Parcialmente, sin duda. Pero era más. Era una persona todopoderosa con una capacidad de percepción, interiorización y cuestionamiento exagerados hasta el punto de hacerlo incapaz de controlar sus emociones.
Anakin era bueno, pero se volvió Darth Vader. Lo fue hasta el último minuto antes de su conversión, cuando no se explicaba cómo había podido contribuir a la muerte del jedi Mace Windu.
Vader era malo hasta que volvió a ser Anakin Skywalker. Esta vez gracias a su hijo Luke. Fue la conversión definitiva, la que quedó plasmada en esa histórica escena en la que se juntan nuevamente Anakin, Obi Wan y Yoda, todos muertos pero vivos espiritualmente. Era el triunfo de la Fuerza. Era la verdadera muerte de Darth Vader.