Sucedió en Sardi’s. ¿Dónde más? Era una noche de octubre de 1995 y el famoso restaurante mantenía ese brillo que durante casi un siglo le había permitido ser escenario de las fiestas, cenas de gala, recepciones de estreno y algún escándalo de la colonia teatral de Nueva York. Nos encontrábamos en el bar del segundo piso cuando fueron apareciendo algunos miembros del reparto de “Hello, Dolly!”. El famoso musical de Jerry Herman había vuelto a la cartelera y su estrella era una vez más Carol Channing. Cuando la vi subir por la escalera del Sardi’s supe que no se trataba de una reunión de colegas, sino que aquí celebrarían el estreno. Me acerqué a saludarla y en el camino, inesperadamente, me topé con Liza Minnelli. Pequeña, eléctrica, entusiasta. No podía creerlo, la había visto de espaldas durante un momento y no me había fijado en que se trataba de ella. Estaba allí como invitada. Liza Minnelli, verdadera estrella viviente del cine, el teatro, la música, la televisión, los tabloides y, hoy, de las redes sociales. Una intérprete de talento extraordinario, pero con grandes debilidades emocionales que finalmente la convirtieron en una víctima de sus propias pasiones.
MUJER DE TALENTOHija de un matrimonio fallido de dos grandes personalidades, parecía que la joven Liza estaba condenada a ser una de esas figuras opacas a la sombra de sus famosos progenitores. Pero no fue así. Heredó de su padre, el director de cine Vincente Minnelli, muchos rasgos físicos y una sensibilidad exquisita en materia de arte; y de su madre, la gran actriz y cantante Judy Garland, el temple fuera de serie a la hora de pararse sobre un escenario.
Nació el 12 de marzo de 1946 en Los Ángeles y tenía poco más de un año cuando hizo un debut en el cine. Apareció brevemente en la última escena de “In the Good Old Summertime”, una de las últimas películas que hizo su madre para la Metro. La niña no demostraba ningún talento particular y podría haber su sido su debut y despedida. Pero el destino ya estaba trazado. Liza sabía que no bastaba con tener el apellido correcto y que debía demostrar su propio valor, por lo que se sumergió en el teatro independiente de Nueva York. No pasó mucho tiempo y ya en su debut en Broadway, en el papel estelar de la comedia musical “Flora, the Red Menace” (1965), llamó la atención de tal manera que obtuvo el Tony. Así, a los 19 años, se convirtió en la ganadora más joven de ese premio. Nada la detendría en su irresistible ascenso al estrellato, y tras dos cintas que confirmaron su fibra como actriz, obtuvo la atención mundial gracias a “Cabaret” (1972). Se trataba de la adaptación cinematográfica de otro éxito teatral, esta vez a cargo del genial director y bailarín Bob Fosse, quien transformó el personaje de Sally Bowles para que calce mejor con Liza. El resultado fue su consagración definitiva y también el punto más alto de su carrera. Llegaron el Óscar, nuevos contratos e interminables giras, y sus admiradores se multiplicaron por millones. Parecía que tenía el mundo a sus pies.
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¿Qué pasó después? ¿Por qué no superó jamás ese momento de su carrera? Para entonces, ya se sabía que la actriz no era feliz. Solo había tenido cierta tranquilidad en la infancia, mientras vivió bajo la tutela de su padre. Más adelante, cuando decidió emprender una carrera propia y estudiar en Nueva York, comenzaron sus problemas con su madre. Judy Garland era por aquella época una actriz que había dejado Hollywood para siempre y se encontraba totalmente dedicada a los conciertos y la televisión. En YouTube uno puede encontrar algunas actuaciones que realizaron juntas en ese entonces. Ambas proyectaban un cariño especial y jugaban los roles de la consagrada y la novata. Pero se trataba justamente de eso: de una actuación. Una empatía de ficción. Lo cierto es que Judy torturaba emocionalmente a una hija en la que veía a una competidora. El alcohol, las drogas y las adicciones a las grandes sensaciones convirtieron a esa magnífica mujer en una pesadilla para los que la rodeaban. Judy murió en 1969 a los 47 años. Parecía una anciana.
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De manera que cuando Liza obtuvo el éxito de “Cabaret”, ya era una veterana en términos emocionales. Lo que siguió fue la construcción de un personaje muy parecido al de su madre, pero con un estilo propio. Siguieron obras de teatro, películas, cuatro desafortunados matrimonios, conciertos en el mundo entero, una vida nocturna intensa y una serie de entradas y salidas del hospital y de otros centros de salud. Liza Minnelli era un caso.
Su último matrimonio fue uno de los episodios más espeluznantes que pudo vivir. Si bien es cierto que David Gest le devolvió las ganas de reemprender su carrera, también fue un personaje nocivo que casi la destruye por completo. Ambos aparecieron en las primeras tapas de los tabloides desde su improbable noviazgo hasta el posterior divorcio. En aquella época se intensificaron las adicciones de la actriz, e incluso el dependiente de una farmacia cercana a su departamento comentó a la prensa que estaba harto de llevarle las medicinas que solicitaba con muy malos modales. Así, durante una buena temporada no se publicó una nota favorable sobre la actriz.
Liza Minnelli ha cumplido 70 años. Lo hace en un momento estable de su vida. No sería raro que reaparezca en algún espectáculo. Así, reencontrará esa devoción que le demuestran sus seguidores y que parece alimentarla. Porque a diferencia de su madre, nunca defraudó a su público e incluso en los momentos más difíciles siempre supo sonreír y cumplir con su audiencia.
EL LEGADOSi uno hace un repaso a la carrera de Liza Minnelli se puede llevar muchas sorpresas. En el cine no solo está “Cabaret”, sino también “New York, New York” (1977), de Martin Scorsese. Una verdadera película de culto en la que la actriz interpreta por primera vez el famoso tema musical de Kander & Ebb que se ha convertido en el himno de la Gran Manzana.
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Su discografía es infinita. Y hoy, gracias a Internet, podemos ver la mayor parte de sus espectáculos y conciertos. Allí está la artista en toda su dimensión y más allá de sus miserias. Aquella noche en Sardi’s, hace veinte años, conversé brevemente con Liza Minnelli. Los chicos del cuerpo de baile de “Hello, Dolly!” la rodeaban esperando que termine conmigo para saludarla y rendirse ante ella. De pronto, Liza me sacudió del hombro y me dijo: “Ha sido un gusto conocerte. Ahora me debo a estos chicos, es su noche”. Luego de aquel encuentro, la volví a ver en dos oportunidades más. Siempre amable, con esa alegría desbordante, llena de tics y guiños. Grande, realmente grande.