Entre lo mucho que hay por destacar en “Los asesinos de la Luna” (“Killers of the Flower Moon”) está la forma en que, conforme discurren sus tres horas y media de metraje, es una película que se va encerrando, que se esconde y se retrae en su oscuro desarrollo. Pasa de las tomas amplias de los terrenos petroleros de Oklahoma a los espacios cerrados donde los personajes empiezan a guarecerse en la sombra, la culpa, la vergüenza y la deshonra.
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Como toda película histórica, sus hechos son conocidos y no caben los ‘spoilers’; sin embargo, es un episodio mucho menos discutido y documentado que otros dentro de los libros de historia estadounidense. La cinta cuenta cómo, a principios del siglo XX, la comunidad nativa Osage se convirtió en la más rica del mundo per cápita gracias al hallazgo de petróleo bajo las tierras que les fueron concedidas. Una bendición que luego se convertiría en pesadilla, pues sus miembros comenzarían a morir uno tras otro, ya sea brutalmente asesinados o en misteriosas circunstancias.
Responsables de estos crímenes fueron un grupo de ciudadanos blancos hambrientos de los yacimientos y el dinero de los Osage. Para interpretar a los primeros, los victimarios, Scorsese recurre a Robert De Niro (como William Hale) y a Leonardo DiCaprio (como Ernest Burkhart, sobrino de Hale); del lado de las víctimas destaca Lily Gladstone en el papel de Mollie Burkhart, nativa osage y esposa de Ernest. La triangulación entre estos tres personajes es lo que sostiene una trama marcada por el romance y la traición.
MÁS ALLÁ DE ESTEREOTIPOS
Scorsese ha admitido que, en cierto punto de la concepción del filme, tuvo que reescribir el guion por sentirlo muy centrado en la versión de los victimarios, y para darle mayor preponderancia al punto de vista de los osage. Es interesante analizar ese giro argumental, que se siente claramente en el relato, partiendo desde el hecho de que es una película que evita la mirada condescendiente hacia esta población minoritaria. Aquí, más allá de su vulnerabilidad, los indígenas son retratados como personajes complejos, de múltiples capas emocionales y gran hondura psicológica. No son víctimas por defecto, sino protagonistas de un entramado que tiene a la ambición y la maldad en su núcleo.
En esa misma línea, hay otro rasgo interesante que define a “Los asesinos de la Luna”: a diferencia de otras películas de Scorsese –piénsese en “Buenos muchachos” o “Los infiltrados”, en “Casino” o “El Irlandés”–, no existe en este filme, ni de cerca, una romantización de la criminalidad. Aquí no hay mafias con códigos de honor ni simpáticos delincuentes, sino más bien un conjunto de taimados y crueles personajes movidos por el dinero. El más importante de ellos es, sin duda, el Hale interpretado por De Niro, una figura siniestra y sin escrúpulos.
Más ambiguo es el Ernest Burkhart de DiCaprio, quien se mueve entre la codicia y el amor por su esposa Mollie, encarnada por Gladstone. Ambos están formidables en sus papeles, expansivos y portentosos cuando la situación lo requiere, crispados y frágiles cuando el contexto cambia y lo amerita. Buena parte de la narrativa de “Los asesinos de la Luna” podría condensarse en sus rostros, que se van consumiendo y deteriorando por razones diferentes pero complementarias.
Después de todo, la película de Scorsese es también un romance y una tragedia. La historia de una relación entre un hombre blanco y una “piel roja” condenada al fracaso. No por nada, desde el momento que su idilio comienza a encenderse, el personaje de ella parece consciente de que él esconde un interés por su dinero. Aun así, se aventura al riesgo y a los arrebatos de una pasión que desencadenará en hechos fatídicos.
UNA HISTORIA VIOLENTA
Como ya ha hecho Scorsese en varias otras de sus obras, “Los asesinos de la Luna” es una revisión aguda y notable del devenir estadounidense. Aunque centrado en el drama de los osage, aquí también hay alusiones a la masacre de Tulsa (también en Oklahoma), considerado el peor episodio de violencia racial en el país norteamericano; y se nos adentra, además, en la génesis de lo que eventualmente se convertiría el FBI, aunque en este punto el retrato sí parece algo más idealizado: el libro de David Grann en el que se basa la película delata cómo las investigaciones de los crímenes de los osage estuvieron plagados de errores y negligencias.
Como dije al inicio del texto, “Los asesinos de la Luna” es una película que se va cerrando paulatinamente. Por eso también sus escenas de muerte van cambiando de ritmo: pasan de las matanzas violentas y la acción descarnada, a lo que es un proceso de envenenamiento lento, de enfermedad que carcome por dentro, en cuerpo y alma.
La secuencia final de la película, tal vez la única que podría arruinarse con un ‘spoiler’ (deténgase aquí si prefiere no enterarse de mucho), se nos presenta a la manera de un espectáculo de radioteatro en el que se desvelan los destinos de los protagonistas. Hay incluso un cameo del propio Scorsese, quien recita el trágico final de Mollie Burkhart acompañado de un show musical y efectos sonoros. Acaso un guiño irónico para un capítulo de la historia estadounidense que nunca hasta ahora estuvo bajo los reflectores. El silencio alrededor es el mayor síntoma de su oprobio.
Título original: “Killers of the Flower Moon”
Director: Martin Scorsese.
Reparto: Leonardo DiCaprio, Lily Gladstone, Robert De Niro, Jesse Plemons.
Duración: 206 minutos.
Estreno: el 19 de octubre en salas de cine.
Calificación: 5 de 5.
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