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La guerra fría acabó. Es cierto. Pero se siguen haciendo películas de acción con agentes que terminan en medio de intereses secretos y planes de inteligencia militar cada vez más complicados. En este rubro, James Bond no deja de renovarse, y parece que, incluso, tiene derecho a una eternidad que no sabemos si también favorecerá al más contemporáneo Jason Bourne, especie de 007 del nuevo milenio. Otro caso es el de Ethan Hunt que, desde 1996, interpreta Tom Cruise para la exitosa franquicia “Misión imposible”, de la que también es productor.
Pues bien, frente a una “serial fílmica” como esta, siempre es interesante ver cómo hacen los estudios de Hollywood para tratar de sortear su gran problema: historias y personajes repetidos hasta el cansancio. Porque un “blockbuster” debe ante todo sorprender, y sortear la amenaza de que todo el universo de ficción termine por parodiarse a sí mismo. En el caso de “Misión imposible”, el director responsable es siempre uno diferente por cada entrega, con el propósito de asegurar una mirada fresca para la nueva aventura de Cruise y compañía.
Hecho el balance, y antes de comentar esta “Nación secreta”, diremos que Brian De Palma (“Los intocables”) y Brad Bird (“Ratatouille”) habían sido, hasta el momento, los realizadores que mejor supieron reinventar el material de la antigua serie de TV de los años sesenta. La razón es simple: ellos son los que mejor conocían el cine clásico norteamericano, su delicada filigrana narrativa, y un universo que va más allá de la testosterona: el cine de suspenso y de intriga internacional guardaba también en su seno el tema del “doble”, la verdad o falsedad de identidades y apariencias, el escepticismo y la red de relaciones intelectuales que se esconden detrás de la imagen, etc. Tradición que tiene un solo nombre; uno de los más grandes del cine: Alfred Hitchcock.
En “Nación secreta”, el no tan experimentado Christopher McQuarrie (“Jack Reacher”) parece haber aprendido la lección de sus maestros. El contexto de la trama es la desobediencia de los grupos especiales creados para operaciones de alto riesgo. Ya vengan las órdenes de Washington o Londres, los hombres y mujeres de este escuadrón letal –han sido entrenados para desbaratar cualquier amenaza mundial– comienzan a rebelarse y a desconfiar de sus propios gobiernos, lo que da pie a que todo se le vaya de las manos a la CIA o a la comisión de seguridad del Congreso. La película de McQuarrie parece sugerir que debemos entregar nuestra seguridad a una especie de autonomía absoluta de un solo superhombre.
Finalmente, ningún orden mundial está garantizado por ningún sistema de Estado: solo queda confiar en el héroe secreto –casi convertido en fugitivo sin hogar ni pertenencia–.
Pero lo interesante de este filme no solo es este tema, tampoco demasiado novedoso, sino ese amor por el cine que se revela en la capacidad para jugar, como si habláramos de un mago con su baraja de cartas, no solo con pirotecnia de carros estrellados, sino con algunos de los más sugerentes trucos del ilusionismo fílmico. Mencionemos la mejor secuencia, que tiene como escenario la Ópera de Viena. Allí, los personajes se infiltran en la sombra, tras bastidores, y se combinan varios puntos de observación magistralmente, con un montaje paralelo que dosifica el suspenso, pero también las diferentes perspectivas reunidas en el suntuoso espectáculo que se lleva a cabo en el gran teatro. Para los cinéfilos, no será difícil advertir allí un homenaje al Hitchcock de “El hombre que sabía demasiado”, pero también al más moderno De Palma de “Ojos de serpiente”.
Esta valoración e interpretación, por parte del Hollywood de hoy, de su mejor tradición, está presente en todo el filme. No son casuales tampoco, en ese sentido, las secuencias en Marruecos, y hasta la misteriosa y ambigua Ilsa Faust (Rebecca Ferguson), especie de “doble femenino” de Hunt, por la astucia, el poder y la perfección de sus acciones. La elección de Ferguson es uno de los mayores aciertos, ya que combina belleza, misterio, y una especie de independencia indómita. Ella hace recordar, por un lado, a la eterna “diva” del Hollywood dorado –Ferguson es de procedencia sueca como Ingrid Bergman, y lleva algo de la inteligencia y garbo de Grace Kelly–. Pero su personaje también encarna ese prototipo tan contemporáneo de mujer atlética, fuerte e implacable como cualquier hombre, tanto así que en “Nación secreta” llega a competir y, quizá, a robarle el protagonismo a Cruise.
“Misión imposible: Nación secreta” es una cinta divertida, y un espectáculo sofisticado. Como las películas dirigidas por De Palma y Bird, se aprecia su falta de solemnidad y sutiles cuotas de humor. De hecho, consigue momentos extraordinarios –al lado del teatro de Viena, debemos citar la operación acuática–. Pero lo que la saga de Ethan Hunt no termina de conseguir es un conjunto sólido, con villanos lo suficientemente oscuros o complejos como para superar una ligereza que no termina de abandonar. En ese sentido, preferimos la magnífica “007: Operación Skyfall”, de Sam Mendes, que no solo revitaliza los juegos de luces y la limpidez del cine clásico –y que probablemente haya servido de inspiración para “Nación secreta”–, sino que también se atreve a delinear esas sombras interiores que extrañamos en esta, sin duda la mejor película de McQuarrie.