Había hablado sobre la muerte al volante semanas antes. Cosa que efectivamente ocurrió a las tres y media de la tarde del 30 de noviembre del 2013 cuando el Porsche Carrera GT rojo, conducido por un amigo a 150 km/h, se salió de una curva, chocó contra un poste eléctrico, rebotó entre dos árboles y se incendió. En el centro de la bola de fuego, estaba Paul Walker (40), actor, modelo, piloto de carreras y biólogo marino. El cuerpo de uno de los sujetos físicamente más atractivos del planeta estaba calcinado.
Porsche también era el auto en el que se mató James Dean. Tenía 24 años y conducía un 550 Styler sobre la Ruta 466. “Ha sido un largo día sin ti, mi amigo/ y te contaré todo cuando te vuelva a ver”, cantó Wiz Khalifa homenajeando de verdad a Walker en “See You Again”, banda sonora de “Rápidos y furiosos 7” que estaba en pleno rodaje y, ante la disyuntiva de cancelarla o terminar la saga, prefirieron alimentarla: había una leyenda en gestación.
Es decir, la completaron con acrobacias digitales. Los productores fueron cortando escenas de películas anteriores que habían quedado descartadas e hicieron variaciones en el guion para que encajaran en la nueva historia. Además, contrataron a Cody Walker, que antes ya había sido doble de riesgo de su hermano, para que participe en algunas escenas finales.
“Rápidos y furiosos” ha sido con seguridad la maquinaria cinematográfica mejor dotada del mundo para hacer dinero. Probablemente sobredimensionada, absurda, repleta de lugares comunes y retazos que no siempre empatan. Pero nada de eso importa: resulta altamente efectista y efectiva. Atribuir su éxito a esa serie de explosiones controladas, autos de lujo en su máxima velocidad, bellas mujeres y cuerpos masculinos de laboratorio resultaría tan formuleica como la serie misma. Debe haber algo atrás.
TUNEANDO ANDO
La quema de petróleo sobre el asfalto crudo de Hudson Parkway, por ejemplo. Apenas el sol se ahogaba sobre las aguas del Hudson, hordas de motoristas tomaban el alto Manhattan para escupirle humo negro. Hasta que entre la 190 y Amsterdam Avenue lograron construir la ‘Pista’, zona liberada para hordas de autos japoneses modificados.
Herederos del enjambre de jóvenes asiáticos que desde principios de los años 90 asolaron el sur de California, el asunto se hizo muy activo en la costa este hasta desbordarse en la Gran Manzana. Así lograron consolidar una infame carrera de milla y media. Será entonces el dominicano Rafael ‘Ralphy’ Estevez quien destaque como un verdadero gánster neoyorkino de las carreras callejeras. Ya convertido en leyenda ‘underground’, en 1997 fundaría una empresa y concedería entrevistas.
Dijo que todo empezó con un Datsun 510 naranja de 1972. Estevez lo armó y desarmó cientos de veces hasta transformarlo en el más rápido y furioso. La hermosa historia fue publicada por el periodista Ken Li en la revista “Vibe” y los avispados productores cinematográficos leyeron con los ojos bien abiertos. Y, claro, Universal Pictures transformó la inocente adrenalina en una mina de oro.
A TODO GAS
Lo cierto es que, entre el 2001 y el 2019, se han producido nueve secuelas, dos cortometrajes –“Turbo-Charged Prelude” y “Los bandoleros”– y un ‘spin-off’, “Hobbs & Shaw”. Universal Pictures estudió el mercado, hizo números y decidió presentar un producto que apuesta por la diversión y el entretenimiento, cuyas pretensiones sean igual a cero. Tanto que en ningún caso se toma el misma en serio, razón más que suficiente por la que no tiene por qué defraudar a sus seguidores, quienes por lo demás pueden ser de todas las edades. Con un elenco inteligentemente diverso y en medio de la espectacular hecatombe –se calcula en 527 millones de dólares los daños causados en cada escena hasta la octava entrega–, logra filtrar valores como la amistad y la familia en forma de daños colaterales.
Los llamados ‘latinos’ componen la masa mayor de espectadores arrobados por la belleza de Charlize Theron o Helen Mirren en un ensamble rico en roles femeninos fuertes. Volando desde una favela de Río de Janeiro o el vetusto malecón de La Habana hasta un rascacielos esmaltado de diamantes en Abu Dabi, se han exhibido 959 minutos de escapismo puro y duro. Ese que desborda la pantalla grande e inunda videojuegos, crea personajes, vende discos y, por supuesto, carritos de juguete cuyas cabinas retumban con la intensidad de una ametralladora. Como el diálogo abstracto entre el alma del piloto y su máquina, digamos.