“Relatos salvajes”, de Damián Szifrón, comienza con delirio: un chiste corto, rápido y desopilante que ocurre en un avión y que nos hace recordar a “La dimensión desconocida”. Un arranque atractivo para una película que, con el transcurrir de los minutos y de las historias, hace sus intenciones demasiado obvias y evidentes como para que el humor sea verdaderamente logrado.
¿Cuáles son las intenciones del filme? Pues jugar con la furia ciudadana, aquella que hace que el ciudadano correcto se transforme en un vengador. “Relatos salvajes” hace de la violencia cotidiana su premisa; una violencia que se puede dar ya sea por la molestia que genera una burocracia ineficiente, como el engaño de un abogado o como la simple interacción en una carretera. Las situaciones en la cinta cobran un matiz extremo en las seis historias que cuenta la película, haciendo que la ironía aparezca de manera constante.
Pero el problema está en que casi todas las situaciones que presenta el filme se sienten demasiado obvias y muy apegadas a la ilustración de una anécdota como para que la ironía se sienta verdaderamente punzante. Un claro ejemplo es el personaje de 'Bombita', interpretado por el siempre notable Ricardo Darín. Cada una de las situaciones a las que se enfrenta el personaje se ven venir a leguas de distancia: desde la mala voluntad del hombre del depósito hasta la reacción en la ventanilla. Y eso se debe a que Szifrón simplemente expone las situaciones, pero no le interesa ahondar el absurdo de las mismas. El cineasta filma con ingenio ideas en el papel divertidas, pero que se quedan en simples ilustraciones.
Lo mismo se puede decir de la historia del hombre que busca proteger a su familia después de que su hijo, borracho, atropella a una transeúnte: ahí está el abogado, que sabemos que se va a querer aprovechar de la situación; ahí está el jardinero, que sabemos que en algún momento va a pedir más por el acuerdo. Y ahí está el protagonista, que sabemos que en algún momento se va a rebelar ante tanto engaño. Todo muy puesto, equilibrado y encorsetado, como para que el mensaje quede clarísimo. Y ni qué decir de la historia de la boda, en donde Szifrón hasta deja de lado la ironía para seguir a una novia que cae en todos los tópicos de la mujer despechada. Ni burla hacia el matrimonio perfecto ni desenfreno 'gore' en la venganza: lo que queda es una acumulación de convenciones que ya se han visto mil veces. Ni chicha ni limonada.
El momento notable de la película tiene que ver con Leonardo Sbaraglia y su enfrentamiento vibrante en la carretera. Quizá porque el realizador argentino se olvida un poco del papel y crea tensión, suspenso, pura acción física pero llevada a un extremo grotesco. En un episodio, Szifrón se quita el corsé y consigue unos 15 minutos notables que pagan la entrada, y nos hacen creer que estaremos ante una cinta desatada y arriesgada. Pero no.
Se ha dicho que “Relatos salvajes” muestra ese lado oculto que todos guardamos y que, en teoría, va a explotar. Pero, justamente, lo que sentimos es que el filme nunca se escapa de la línea: formula su humor a partir de lo obvio, de lo tópico, de aquello que está escrito en el papel pero cuyo potencial no está lo suficientemente bien explotado.