En sus dos primeras entregas, “Los juegos del hambre” se había mostrado como una saga de aventuras basada en la acción física, tensa, donde uno podía sentir el calor, la humedad y la densidad del bosque donde ocurrían los hechos. Había un sentido de la acción directa, que no la estilizaba sino que la potenciaba a partir de la fuerza de una naturaleza agreste, que complicaba a la excelente Katniss Everdeen. Esa idea de privilegiar la acción permitía que el discurso político, al no ser evidente ni grandilocuente, fuera mucho más efectivo.
“Los juegos del hambre: Sinsajo-Parte I” revierte la situación y privilegia la creación de la heroína, del rostro que será la base para la revolución contra Panem. Es así que la Katniss que interpreta Jennifer Lawrence acepta asumir el rol del sinsajo y ser la figura que inspirará a los habitantes del país a levantarse contra sus autoridades.
La premisa, de hecho, puede resultar interesante: en una sociedad hipermediatizada como la que retratan las películas basadas en los libros de Suzanne Collins, la creación de un ídolo que defiende a la gente en una lucha podría haber dado lecturas bastante ricas.
El problema se encuentra, más bien, en el tono que elige la película. Porque si en las anteriores entregas la saga, como lo hemos explicado, había demostrado confianza en la acción y el pulso de la aventura, en “Sinsajo - Parte I” son las ideas las que ganan la partida. Por eso, cada aparición de Katniss mostrándose como la cabeza de la lucha viene acompañadas por un grado de solemnidad que estanca las situaciones y las vuelve evidentes, más interesadas en machacarnos un discurso y en ilustrar una idea que en dejar que la acción respire a partir de su propio ritmo. La música no ayuda para nada: su aparición hace que esos momentos se sientan incluso más forzados.
Es bastante curiosa la paradoja en la que cae la cinta: la premisa tiene que ver con el hecho de no prefabricar a Katniss, sino que su indignación sea genuina y que, a partir de ella, surja el espíritu de lucha y de rebelión que hay que capturar en pantalla para inspirar a la gente. Pero son justamente esos momentos en los cuales esa indignación sale los que se sienten los más forzados, aquellos más apegados a una idea de guion que hay que ilustrar añadiéndole buen grado de solemnidad, pero sin que importe mucho la fluidez. Si Katniss tiene que ser genuina, pues con la película pasa todo lo contrario: se siente prefabricada, demasiado deudora de un concepto que se repite una y otra vez.
Por ahí, en las secuencias finales, se puede percibir esa confianza en la acción seca que había traído buenos resultados en las películas anteriores: todo el ingreso al Capitolio está narrado con el pulso y el nervio necesarios, confiando en las posibilidades de la acción y la narración. Lamentablemente, resulta muy poco como para no decir que estamos ante el punto más bajo de la saga. Veremos si la parte dos de “Sinsajo” consigue retomar el camino correcto.