En junio del 2001, una noticia acaparó portadas: la caída y captura de Vladimiro Montesinos, el fantasmal y siniestro asesor de Alberto Fujimori. Apenas unos meses después, un libro intentaba deconstruir al personaje. Se llamó “Vladimiro. Vida y tiempo de un corruptor”, fue editado por este Diario, y llevaba la firma del periodista Luis Jochamowitz (Lima, 1953). La obra se reedita hoy para presentarse en la Feria del Libro de Lima y, vista la coyuntura, parece gozar de una pasmosa vigencia y actualidad. “El libro fue un encargo. Y un encargo puede ser muchas veces una pérdida de libertad –cuenta Jochamowitz–. Pero a mí me resultó muy estimulante que El Comercio me pidiera que lo escriba. Una vez que me metí en la investigación, sin embargo, el personaje me resultó desagradable, me parecía cada vez más antipático. Y eso es algo que normalmente no sucede con los malos. Los villanos suelen ser los más interesantes”.
¿Dirías que el personaje también fue, de alguna manera, decepcionante? Por esa idea de hombre inteligentísimo y astuto.Astuto debe ser, pero inteligente… no sé. A ver, yo creo que la inteligencia está botada, abunda, incluso puede ser dañina. Yo cada vez aprecio menos la inteligencia. Pero el punto es cierto: una vez un grifero me identificó como el autor del libro y se me acercó con gran interés, mostrando una admiración sorprendente por Montesinos, que me hizo pensar que era la estrella de mucha gente, en el sentido de alguien que alcanza el poder. En esa fantasía del mundo por conquistar, me parece que lo ven como un modelo. Entonces en este tipo de historias hay un gran peligro de heroificar a unos malvados que, bien vistos, son unos pobres diablos.
También lo describes como un tipo, más allá del poder, un poco enfermizo, débil…En sus últimos momentos libre, Montesinos dejó de ser cuerdo. Alguna patología profunda y personal se desató. Jacqueline Beltrán tiene mucho que ver con eso. A ella habría que darle algún reconocimiento por torturarlo sistemáticamente. Era una relación tóxica la de ambos. Y obviamente hubo varios otros factores: el tipo de vida que llevaba, el estar encerrado, qué sé yo. El hecho es que perdió la cordura y el control de sí mismo. Cuando estuvo fugado en Venezuela, ya no era nadie. Quedó confinado por unos delincuentes de segunda o de tercera categoría. Además, hay una escena increíble cuando lo traen enmarrocado y lo llevan a Palacio de Justicia. Apenas ingresa, dejando atrás a toda la prensa y los curiosos, hay una cámara dentro de Palacio que lo sigue. Y una vez que está en ese otro ambiente, su gesto cambia, hasta sonríe. Porque por fin ha llegado a ese mundo que por lo menos conoce, a ese orden en el que sabe a qué atenerse. Toda su vida estuvo en instituciones estatales, colegios, internados públicos y militares, en cuarteles. Incluso estuvo preso. Entonces en esa carceleta estaba de nuevo en su mundo, como si recuperara su punto de equilibrio. Su vida tenía por fin un sentido, aquel que no tenía desde que se escapó en el velero Karisma.
Me parece que una forma de entender a Montesinos es en relación con otros personajes. Yo quisiera mencionarte tres. El primero es Fujimori. ¿Cómo fue ese vínculo?Bueno, hay un secreto entre ellos, ¿no? Obviamente se cuidan el uno del otro. Hubo un momento en el que Montesinos empezó a contar algunas cosas, pero luego no dijo más o se retractó. Y ahí está la famosa escena en el ‘megajuicio’, cuando se da el careo entre ambos y Montesinos le guiña el ojo. Esa escena es asombrosa. Pero en general hay un pacto de silencio. Si alguno de ellos habla, sería incriminatorio, grave para los dos. Además es una relación muy profunda, muy larga y constante. Durante años se vieron todos los días, durante horas. Finalmente Fujimori se mudó al SIN, llevó a toda su familia. Es obvio que allí hay mucho, y no me refiero solo a información dura sobre operativos o dinero, por ejemplo, sino a vínculos psicológicos.
El segundo personaje al cual vincularlo es Abimael Guzmán, aunque no mucha gente se detiene a pensar en ello. En el libro llegas a decir que Montesinos engrandecía a Abimael para engrandecerse a sí mismo.En alguna época, básicamente en los años 70, Montesinos quería ser un intelectual. Aunque creo que no le interesaba tanto el conocimiento, sino ser un teórico del poder. Era el clima de la revolución militar de Velasco, en que parecía posible cambiar el Perú. Entonces Vladimiro sueña con ser un teórico. Y algo de eso debe de haber visto en Abimael. Claro que Abimael es el caso extremo, el teórico de la guerra. Y más adelante, ya en los 90, es una relación muy utilitaria, muy despiadada. El vínculo es torturarlo psicológicamente, y después aflojar, mostrarse magnánimo, con detalles como llevarle libros, una torta o darle más horas fuera de la celda. Pero nunca quiso averiguar realmente qué era Sendero Luminoso. Simplemente lo exprimió para sus fines, y luego lo desechó.
Y está la ironía de que acabó siendo su vecino de prisión.En la prisión que el propio Montesinos había diseñado, además. Con detalles como los baños para defecar en cuclillas, las ventanas que no podía alcanzar, etc. Montesinos mostró un interés especial en diseñar esa prisión en la que terminó viviendo.
Por último, el tercer personaje con el cual relacionar a Vladimiro es Laura Bozzo. Dices que ambos usaron a la gente para su provecho, con la diferencia de que él lo hacía en secreto y ella frente a millones de personas, por televisión. ¿Son tan parecidos?Son hijos de su tiempo, productos de ese momento o de ese país. Sobre Laura Bozzo, bueno, ¡qué más se puede decir! Ella es como un limón exprimido, puesto en reverso, y que sigue rezumando. Fue la jefa de esa industria de sí misma, en la que todo está hipermostrado. En ese sentido, Montesinos es más interesante porque hace un uso industrial del video, uno que no habíamos tenido antes. Lo expande y pasa a ser una especie de productor de televisión. Le llegan resúmenes de los programas, da ideas, y se vincula con varios personajes. Él imagina y sueña, en algún momento, que el control de la televisión es clave, y comienza a asumir ese papel.
En esta época de audios filtrados y crisis de corrupción, ¿cuánto del montesinismo dirías que aún sobrevive?Yo creo que mucho. En el fondo, Montesinos puede sentirse el padre político del Perú de los últimos 20 años. A mí me parece muy interesante lo de los Cuellos Blancos, no tanto por su escala delictiva (porque en el fondo va a ser complicadísimo mandarlos más de 5 o 10 años en la cárcel), sino porque exhiben lo que en el fondo quiero mostrar en el libro: la cultura detrás de todo esto, hasta el lenguaje que hay en los audios. La fiscal del Callao quedó asombrada por ese “lenguaje canero”. Creo que esa fue la expresión que usó. Eso ha sido lo interesante y lo que impactó a la gente: verlos en acción, entrar en sus diálogos, entender qué palabras son claves. Y eso es algo que está en nuestra piel, en nuestra cultura, solo que ellos lo expresan de una forma más avezada. Montesinos enseñó todo eso, generar poder a partir de recursos que eran pacotilla: vinculaciones, amistades, almuerzos. Y un enorme poder para vaciar de contenido a las normas, a lo decente. Montesinos puede parecer un monstruo, pero es el monstruo que nos representa, es nuestro monstruo.
Por último, ¿podemos esperar algo nuevo de él?Bueno, a mí lo que me hace pensar es cuándo va a salir. Creo que le quedan seis o siete años, no estoy seguro. Y supongo que habrá una discusión sobre eso. ¿Cuál va a ser el nuevo Montesinos? ¿Qué papel va a tener? ¿Romperá el pacto tácito con Fujimori? ¿Lo haría a cambio de algo? Todo eso me llena de curiosidad.
UN FRAGMENTO DE “VLADIMIRO. VIDA Y TIEMPO DE UN CORRUPTOR”Esta es una historia llena de mentiras. La naturaleza doble de los principales actores, la magnitud que alcanzaron sus actos, el súbito derrumbe y la revisión de todo lo ocurrido son demasiado embrollados para obtener algo más que una impresión instantánea y a cuenta. Es una historia turbia, particularmente por el protagonista principal, quien desde hace al menos treinta años se ha encargado de ocultar o adulterar todo cuanto tuviera que ver con él. Los papeles de su ficha personal en el Ejército, por ejemplo, son un modelo de escamoteo y simulación: las inevitables amonestaciones, las calificaciones adversas y los quince meses de cárcel han desaparecido por completo de la ficha número 0-610050744, y, en cambio, solo quedan las notas confirmatorias y los elogios, probablemente sinceros pero poco meditados, de sus superiores a lo largo de los años. Al revisar su trayectoria, no son pocos los momentos en que aparecen dos o tres posibilidades diferentes y contradictorias. Más tarde, uno comienza a sospechar que todas las alternativas son falsas, o parcialmente verdaderas, y que descubrirlo es como seguir el horario de un fantasma. Finalmente, el miedo a la cárcel, la necesidad de coartadas o el escaso tiempo transcurrido para hacer actos sinceros de contrición, refuerzan la sospecha de que es esta una historia esencialmente insincera.
Solo una vez tuve un encuentro con Vladimiro Montesinos. A pesar de que no cambiamos palabra, puede decirse que fue un encuentro personal que me aceleró el corazón. Debió de ser una tarde de 1992. Quizá un domingo, pero podría haber sido cualquier día de la semana. Fue, sí, en uno de esos magníficos y largos almuerzosque Doris Gibson organizaba para sus amigos en los mejores restaurantes de Lima. Esa vez estábamos frente al mar. El almuerzo había sido excelente y probablemente excesivo. Ante la mesa seguíamos un pequeño grupo que no se animaba a pararse e irse, mientras la tarde se alargaba con los últimos cafés y licores. De pronto, precedido de tres o cuatro guardaespaldas, Vladimiro Montesinos ingresó en el restaurante, ya casi vacío a esa hora, y se sentó en una mesa lejana y discreta. Lo acompañaban dos mujeres de mediana edad que parecían de la familia.
Se trataba de un golpe de suerte increíble. En esa época ni siquiera existían fotografías recientes de él. Las últimas imágenes conocidas eran de casi diez años atrás, 1983, cuando Carlos Saavedra, de la revista Caretas, le tendió una emboscada fotográfica que terminó en una persecución cinematográfica de autos por las calles de Lima. Calculé que debía de esperar unos minutos para no llamar la atención antes de buscar un teléfono público —en ese tiempo nadie usaba celulares— y avisar a la revista del casual hallazgo.
Creí que nadie me había visto. De regreso a la mesa, el rito se reanudó como si nada hubiera pasado. No se habían cumplido cinco minutos desde mi llamada cuando, de pronto, el restaurante comenzó a llenarse de actividad: Montesinos se retiraba. Solo entonces descubrí que no había llegado con tres o cuatro guardaespaldas, sino con más de una veintena de hombres que se escondían en las esquinas, tras las columnas, hasta en el baño donde estaba el teléfono público. Ni siquiera habrían necesitado interceptar la línea para enterarse de la llamada. La fotografía se había arruinado, pero también su almuerzo. Al salir tenía que pasar cerca de nuestra mesa. Nos miramos a los ojos por uno o dos segundos. Su mirada comunicaba furia contenida y algo así como un «ya te vi...». Luego desapareció.
Presentación del libroLugar: Feria del Libro (auditorio Blanca Varela - Fundación BBVA).Dirección: Parque de los Próceres (Av. Salaverry cdra. 17, Jesús María).Fecha: 21 de julio, 6 p.m.