Hay en México una gran tradición de escritores viajeros. Pensemos en Octavio Paz, en Carlos Fuentes, en Sergio Pitol. Margo Glantz, escritora, ensayista, crítica literaria y celebrada académica, se suma a esta lista de notables con “Coronada de moscas”, libro sobre las tragedias y maravillas que encontró en sus reiterados viajes a la India. Por cierto, la escritora de 85 años se considera “una turista que recorre ciudades caminando con zapatos finos”. “Si me comparo con Cabeza de Vaca, o Marco Polo, soy una viajera muy comodona”, confiesa.
Realidades como las de México o el Perú son ricas en inequidades, pobreza y violencia. ¿Por qué viajar a la India si podemos conmovernos sin salir de casa?
La dimensión del choque cultural en la India es inenarrable. Sus multitudes en las calles, sin abrigo ni comida, no se pueden medir. La religión hinduista permite que esas desigualdades sean normales, pues la gente en esa situación cree haber cometido grandes errores en la otra vida y por ello están cumpliendo su karma.
Es una cultura de la resignación...
Así es. Es impresionante la enfermedad, la inmundicia, la invalidez, la mutilación. Cosas que no he visto en ninguna parte. Ir al Ganges y ver las incineraciones de los cadáveres antes de ser arrojados al río. El Ganges sirve para lavar la ropa, defecar, lavarse los dientes, bañarse o hacer yoga. El río se vuelve el depositario de la felicidad y la enfermedad. Pocas veces he visto cosas tan espantosas en mi vida. Las hileras de leprosos o de viudas al borde de las avenidas principales son impresionantes. Y, al mismo tiempo, ves la monumentalidad de las ciudades y templos a los que la gente acude con una devoción impactante. En ese sentido, la India es única.
Es común que turistas del Primer Mundo viajen a la india buscando la felicidad. ¿A qué fue una mexicana como usted, que mira la realidad desde la periferia?
En mi hotel en Varanasi, recuerdo a un grupo de veinte gringos jubilados, todos convertidos al budismo. Luego me los volví a encontrar en Sarnath, la cuna del budismo. Todos muy devotos, vestidos con túnicas, pero manteniendo su acento. ¡Sonaba todo tan folclórico, tan ridículo! A mí no me interesa el nirvana, ni conocer a un gurú. Me interesa lo descarnado de la vida más inmediata. Por ejemplo, ver en una sola calle reunidas a las profesiones más primitivas: el barbero, el dentista, el hombre que te limpia el cerumen de los oídos. Allí estás viendo toda la historia de la civilización al mismo tiempo.
Abre su libro un poema de Blanca Varela, relacionado con la muerte. ¿Pensó mucho en el final en estos viajes a la India?
Conocí a Blanca hace muchos años. Siempre me fascinó su poesía descarnada, sin ningún asomo de sentimentalismo, con una capacidad brutal de enfrentarse a la vida. Luego de leer su poema “Ternera acosada por tábanos”, decidí titular este libro “Coronada de moscas”, porque verdaderamente esa es, para mí, la imagen de la India. Pero es también mi propia imagen como persona, ya vieja, que ha visto pasar la vida. La muerte no es tan terrible como pensar que ya mi vida se está terminando, que es como el poema que escribió Blanca. Ese poema, que leo y releo, resume mi visión de la India y lo que yo soy, una mujer a punto de morir. No soy una mujer desencantada de la vida, pero soy una mujer vieja, y la idea de que la muerte me espera es evidente. Y su poema me lo dice de la manera más perfecta.