En “El señor de los anillos”, J.R.R. Tolkien creó el mundo mítico de la Tierra Media habitado por enanos, orcos, duendes y seres humanos. Aunque poco adepto a hablar de la inspiración detrás de su fantasía, el escritor británico reconocía que detrás de la trama existían ciertos elementos de la Primera Guerra Mundial, que lo tuvo como combatiente.
Tolkien tenía 22 años y estudiaba literatura e idioma inglés en Oxford cuando las potencias europeas se enfrentaron en “la guerra para terminar todas las guerras”.
Al terminar sus estudios se alistó en el regimiento de los Fusileros de Lancashire y en julio de 1915 se encontraba en el frente de batalla en uno de los peores enfrentamientos de todo el conflicto bélico: la batalla del Somme.
El horror de la guerra se cobraría las vidas de todos sus amigos, excepto uno. Él fue afortunado, una enfermedad contraída en las trincheras lo llevó primero al hospital y luego de regreso a Inglaterra.
Dimitra Fimi, académica de la Universidad Metropolitana de Cardiff y experta en Tolkien recuerda que el escritor rechazaba las interpretaciones que atribuían su obra a lo ocurrido en Europa entre 1914 y 1918.
“Él consideraba que era muy simplista ver su historia como la alegoría de un momento particular. Pero aunque se negaba a hablar de fuentes, sí se refería a la Primera Guerra Mundial y sus escenarios, como el campo de batalla de Somme, y de Sam Gamgee, como un reflejo del soldado británico de a pie”, añade Fimi.
El compañero fiel
Samwise Gamgee, el fiel escudero de Frodo Baggins -el personaje principal de los tres libros de “El Señor de los Anillos”-, está basado en los soldados británicos que el autor conoció durante el conflicto bélico, hombres que mantenían su coraje y su buen ánimo aun en momentos de riesgo y desesperanza.
Oficiales como Tolkien pertenecían en general a una clase social privilegiada, aunque no tuvieran experiencia militar. Debido a su rango se les asignaba un soldado para que les cocine y limpie sus uniformes.
Muy frecuentemente, los oficiales y sus hombres desarrollaban un fuerte vínculo y esa clase de relación inspiró la amistad entre Frodo y Sam.
En la ficción, los Baggins tenían un rango social superior a los Gamgee en La Comarca de los hobbits y Sam suele referirse a Frodo como “Maestro” o “Sr. Frodo”. Durante su travesía, Sam cocina para Frodo y lo protege con fiereza.
“Mi Sam Gamgee es sin duda una reflexión sobre el soldado inglés, de los ayudantes y combatientes que conocí en la guerra de 1914, y que consideraba muy superiores a mí mismo”, decía Tolkien.
Por otra parte, el escritor reconocía que “Las Ciénagas de los Muertos” a las que se enfrentan Frodo y Sam en su camino a destruir el anillo “le debían algo al norte de Francia luego de la Batalla de Somme”.
Bestias aterradoras
La Primera Guerra Mundial vio el nacimiento del tanque y el perfeccionamiento de la ametralladora y el lanzallamas. Tolkien tuvo que haber sido testigo presencial del poder devastador de estas máquinas.
Algunas de las creaciones de la imaginación de Tolkien, como el Oliphaunts, eran capaces de esta destrucción. El Mumakil, con su forma de elefante, destruía todo a su paso -como los tanques- y los caballos de los Rohirrim temían acercarse a este monstruo.
Los jinetes que cabalgaban en la guerra de verdad -no en la que definió el futuro de la Tierra Media- se veían aún más oscuros entre la neblina y los gases del campo de batalla, y sus máscaras anti-gas deformaban sus voces.
Los Nazgul que imaginó Tolkien, que montaban horrorosas bestias, llevaban capas negras para ocultar su verdadera (e invisible) forma, siseaban al hablar y olían el aire en busca del anillo.
Los llantos de estas criaturas eran similares al sonido del fuego de artillería volando por el aire antes de explotar. El efecto psicológico del sonido de la artillería en los soldados es comparable al efecto de los gritos de los Nazgul.
Tolkien describía el terror que imponían los Nazgul en sus víctimas sin ahorrar detalles:
“Incluso los más fuertes de corazón se arrojaban al suelo cuando esta amenaza oculta pasaba por sobre sus cabezas, o se quedaban quietos, dejando caer sus armas de sus manos insensibles mientras la oscuridad tomaba sus mentes, y dejaban de pensar en la guerra, solo pensaban en ocultarse y arrastrarse, y en la muerte”.
Sonidos que no se olvidan
El trauma causado por el fuego de artillería era muy común a los dos lados de las fronteras y para el fin del conflicto unos 80.000 soldados habían sido tratados por esta condición.
Los síntomas incluían alucinaciones y pesadillas, ansiedad y depresión, insensibilidad emocional y cambios en la personalidad.
Tolkien también debió sufrir o conocer a profundidad la mayoría de estos efectos durante su tiempo de servicio en el hospital o en las trincheras, porque Frodo sufre de este tipo de aflicciones en el camino a Mordor para destruir el anillo.
De hecho, antes de llegar a su destino, Frodo sufre de ceguera temporal, un síntoma común de la conmoción causada por los bombardeos.
Y cada vez que se acerca al “monte de la perdición”, él experimenta la sensación de quedarse sin gusto ni olfato, temblores que no logra controlar y constantes ataques de pánico.
Paz y retiro
Cuando regresa a la Comarca, el cambio en la personalidad de Frodo se hace más que evidente.
La Comarca está llena de matones y mientras sus amigos Pippin y Merry hacen un llamado a tomar las armas, Frodo rechaza de plano la idea e insiste en que nadie quedar herido y muchos menos muerto.
Muchos soldados que vivieron el rigor de la guerra en carne propia, como el poeta Siegfried Sassoon, se volvieron pacifistas.
Mientras el mundo volvía a recobrar la normalidad, muchos de estos soldados perdieron interés en cosas que antes les parecían atractivas y comenzaron a aislarse del mundo, como una forma de protegerse de los recuerdos de aquellos años traumáticos.
Mientras Merry, Pippin y Sam lograron reinsertarse en la vida de la Comarca, Frodo se retiró a su casa, mientras era acosado por los recuerdos y las pesadillas de aquel recorrido.