Los niños corren detrás de ella, saltan hacia el lente de la cámara y se ríen cuando creen que por un dedo arruinaron la toma. Ella camina resignada, pues su plan de pasar desapercibida ha fallado. Lo intentará más tarde; por mientras decide devolverles la sonrisa. Sin conocerse, Elsa Estremadoyro y un grupo pequeño de niños del puericultorio Pérez Araníbar han establecido una conexión.
Eran los primeros años de los noventa y Elsa realizaba un ensayo fotográfico. “Desde niña me llamó mucho la atención ese lugar que parece sacado de un cuento”, comenta. Por varias semanas retrató la rutina (y travesuras) de los niños internados, unos por ser huérfanos y otros porque sus padres no contaban con los recursos necesarios para mantenerlos. Para ese entonces, la crisis ya había golpeado el terreno (empezó desde que la administración pasó a manos del Estado en 1968): los pisos y las ventanas estaban quebrados y las flores marchitas. Vivían allí, máximo, 600 niños.
Con los años, la situación no ha mejorado. El puericultorio parece desvanecerse con la neblina que lo rodea un día de invierno y debido a la ley (establecida en el 2007) que señala que solo ingresen niños que se encuentren bajo tutela de juez, cientos tuvieron que regresar a sus casas entre lágrimas. Ahora solo se albergan un poco más de 200. En este contexto, la Asociación del Voluntariado del Puericultorio Pérez Araníbar decidió editar (con el auspicio de empresas y fundaciones) “Historia de un sueño”, un libro ilustrado casi al cien por ciento por el trabajo de Estremadoyro, acompañado por una completa biografía de Augusto Pérez Araníbar, así como detalles nunca antes contados sobre la construcción del lugar. Participaron Efraín Trelles y Suzette Tori Hernández. Las directoras editoriales fueron Patricia Pierantoni y Rosa Valdivieso Montano, quienes se han dedicado al voluntariado por diez años.
“Lo que queremos con el libro es homenajear el trabajo de Pérez Araníbar y también llamar la atención. Motivar a las personas a que nos apoyen. Crear conciencia de que necesitamos ayuda”, confiesa Valdivieso.
OTROS TIEMPOSCuando el puericultorio abrió sus puertas el domingo 9 de marzo de 1930 (tras 13 años de construcción), se consolidó como uno de los mejores internados para un niño de bajos recursos. Su fundador había cumplido su objetivo. Como se explica en el libro: “El proyecto se volvió su vida, su afán, su más justo desvelo”. Casi 2.000 niños recibían comida y ropa, y participaban de talleres que los preparaban para enfrentar el mundo cuando llegase el momento. Varios años más tarde, incluso, El Comercio lo describió como “el mejor de los establecimientos de asistencia social de su género en el continente”.
Las imágenes que ilustran la publicación no muestran el auge de esos años, pero sí reflejan un ambiente positivo. Aunque, para Elsa, ingresar al puericultorio era sinónimo de sentir miles de emociones al mismo tiempo. “Los contrastes eran duros”, y quizá lo sigan siendo, “las paredes tenían grietas y los pisos estaban rotos, pero ellos sonreían todo el tiempo, más cuando me veían tomar fotos. Con las visitas noté que lo que más quieren es atención. Lo que estos chicos necesitan, sin duda, es amor”, expresa.
Patricia Pierantoni está de acuerdo con la fotógrafa y, de otro lado, asegura que es una lástima que aunque hayan pasado más de diez años desde que se inició el proyecto fotográfico de Elsa, aún se esté hablando de las mismas fallas. “Algunas cosas están peor”, se lamenta. Y Rosa Valdivieso agrega: “De ahí la importancia de tomarnos el tiempo de armar este libro. Se necesitan más voluntarios, más fondos para capacitar al personal. Recibimos donaciones, sí, pero ya no son tan grandes como antes. Aún así, trabajaremos más fuerte”. Quizá las próximas imágenes que retraten este palacio en Magdalena puedan ser el reflejo de una mejoría y evidencien que se apostó correctamente por sus protagonistas.