La obra de Alejandro Zambra está compuesta por algunas novelas (“Bonsái”, “La vida privada de los árboles”, “Formas de volver a casa”), poemarios (“Bahía inútil”, “Mudanza”), un conjunto de cuentos (“Mis documentos”), un par de volúmenes con críticas y ensayos (“No leer” y “Tema libre”) y hasta un ejercicio inclasificable como “Facsímil”. Pero agruparlos así, enconsertados en etiquetas, es lo menos conveniente para entender el trabajo del autor chileno, consolidado como una de las voces más interesantes de las letras latinoamericanas contemporáneas.
Zambra fue uno de los invitados del Hay Festival Arequipa que se desarrolló el último fin de semana, y allí habló de varios temas que circundan su imaginario: la impostura, lo que implica ser escritor, la paternidad redescubierta, la lengua y la nacionalidad. Con agudeza, y no poca ironía, se animó a responder.
Tanto “No leer” como “Tema libre” parecen ir contra las formas tradicionales de pensar la escritura y la lectura. ¿Es así?Sí, pero como un instinto, algo no tan premeditado. No se trata estrictamente de ir en contra de algo, porque también voy a favor de algunas corrientes de lectura, pero sí intento desplegar una lectura que no sea simplemente confirmativa. Me parece más interesante especular o detenerme en algunas imágenes, ir más allá de la mera catalogación; abrir los textos más que cerrarlos, pero abrirlos de verdad. Y “Tema libre”, sobre todo, es un libro hecho desde ese lugar en el que los actos de escribir y leer se confunden.
Hablando de eso, ¿alguna vez te has sentido, en tu papel de escritor, presionado para hablar de ciertos temas? La dictadura en Chile, por poner un ejemplo.Como una presión a simplificar las cosas, ¿no? Lo que siento es que a veces tengo opiniones que no son necesariamente originales. Pero en lo que respecta a mis libros, también estoy en contra de la noción de tema en ellos. Porque aunque hablen de ciertas cosas determinables, creo que cada libro habla de muchas cosas a la vez. Siempre hay un deseo de simultaneidad dentro de la escritura. Pero volviendo a lo de las opiniones, es importante entender que los escritores no siempre tenemos opiniones espectaculares.
Igual se les pregunta mucho siempre...Claro. Por ejemplo, cada vez que vengo al Perú se me pregunta mucho por las relaciones entre Perú y Chile. Eso es algo que me impresionó las primeras veces. Y no es que me queje ni que lo celebre. Simplemente me parece interesante. Porque no me preguntan por el pisco sour –que, por cierto, me gusta más el peruano que el chileno– ni por qué me gusta más Vallejo que Neruda. Me preguntan siempre por las tensiones que hay entre los países, lo que me da una impresión de qué tan cotidiana es la sensación de conflicto.
Hay un texto en “Tema libre” en el que cuentas cómo conociste a tu esposa, mexicana ella, hablando ambos en inglés. ¿Cómo te redefinió desenvolverte en otro idioma?Ese año viví mucho en inglés. Y fue muy vivificante la experiencia de construirse cotidianamente en otro idioma. Difícil también pero estimulante. Luego está también el hecho de perder la familiaridad con la lengua, que me está pasando ahora que vivo en México y que me pasó también en España. Algo por lo que siempre me pregunto es por mi acento, si es que lo voy a perder o lo voy a cambiar. Porque yo creo que mi español es muy chileno. No tanto por los modismos, sino por la intención de atrapar cierta música, cierto ritmo, cierta forma de escribir y de hablar. Todas las palabras de mis libros yo podría utilizarlas en una conversación como esta. Entonces habría que ver qué le hace a mi escritura el hecho de vivir fuera. Es vertiginoso y divertido eso. No sé qué va a pasar.
Tienes un pequeño hijo de 11 meses. ¿Cómo vienes asumiendo la paternidad?Bueno, para empezar debo decir que no me es del todo desconocida la paternidad. Tuve una hijastra, a la que conocí cuando tenía 6 años. Luego me separé de su mamá, pero a la niña la he seguido viendo. Ahora tiene 22. Pero lo de mi hijo es totalmente distinto. Con una guagua, como decimos en Chile, tú tomas todas las decisiones. Y yo lo veo como una reaparición de lo sagrado, usando la palabra ‘sagrado’ de forma muy literal. Pero tengo suerte. Siento que las cosas cambian todo el tiempo, aunque no sé en qué dirección ni de qué manera. Y también se hace más evidente el tratar de conciliar el escepticismo con la alegría. Porque es muy fácil poner la alegría puertas adentro y el escepticismo puertas afuera. El mundo se cae a pedazos y sin embargo tú eres feliz. Con un hijo se vive la ilusión de una alegría incontrarrestable. Es muy raro eso, pero es lo que me toca y parece que se viene un tiempo dificilísimo y delicioso.
Uno de los autores peruanos que tú más citas es Julio Ramón Ribeyro y en particular “La tentación del fracaso”, la recopilación de sus diarios. ¿Tú llevas un diario?Sí, todos los días escribo algo muy malo, sin ninguna intención de decir nada trascendente. Y también hace un tiempo estoy metido en un proyecto muy extraño, que es un diario de diarios. Es decir, leo diarios y escribo un diario sobre esas lecturas. No es un ensayo disfrazado de diarios: mi idea es que con el tiempo sea realmente un diario y que, castigándolo mucho, haya material para un libro contundente.
¿Pero cuál es el encanto de los diarios de los escritores?Que son muy aburridos. Muy aburridos y muy hermosos a la vez. Es el género de la dispersión. Además son injustos, porque vienen a ser lo contrario de la autobiografía, donde el autor controla mucho lo que muestra, la imagen que propone. El diario, en cambio, muchas veces es tremendamente equívoco, sobre todo cuando se acerca al devenir, a lo verdaderamente cotidiano. Hay que darse cuenta de que en el día más feliz de tu vida hubo un momento de vacilación, o que en un día horrendo hubo un instante de plenitud. Y que el diario solo registra ese momento. Es muy interesante esa permanente semipenumbra, y ese espejeo de lo ficcional en la vida diaria.
La última: tu último poemario, “Mudanzas”, es del 2003. ¿Te has distanciado de la poesía?No, pero sí me he distanciado de la buena poesía. Nunca he dejado de escribirla, pero nada me gusta lo suficiente como para publicarlo. Igual “Facsímil” (2014) es para mí un libro que, aunque no considero un poemario, sí guarda relación con un espíritu asociado a la poesía.