Frente al malecón de Chorrillos, en una esquina recubierta por una añeja y feroz enredadera, está el solar calmo de Luis Jochamowitz. Al ingresar, una rueca oxidada y un antiguo cubo de leche también herrumbroso forman parte del decorado de esa casa con alma, que alberga el espíritu creativo del periodista que en la década del noventa se empecinó en radiografiar el detrás de cámara de Alberto Fujimori.
De entre los libros del escritor destacan también los dos volúmenes sobre Vladimiro Montesinos y su legendario título “El descuartizador del hotel Comercio”. Enmarcado por el inclemente humo de sus cigarrillos Inca, Jochamowitz responde.
—A la luz de los nuevos hechos alrededor del personaje Fujimori, en alguna entrevista dijiste que si tuvieras que volver a escribir este libro ya no abordarías el tema de la inmigración, que ya no te parecería tan pertinente con todo lo que ha pasado después.
Bueno, pero habría que hacer la historia de sus dos gobiernos, y eso ya es otra cosa.
—¿Y cómo abordarías el libro si tuvieras que escribirlo ahora?
Me reafirmaría en la parte de la inmigración, que es la que le da más profundidad, la historia no personal de Fujimori. Pero si estudiara sus dos o tres gobiernos, y después del poder también, me interesaría saber cómo era su relación personal con Montesinos, las complicidades psicológicas de los dos, saber de sus años en Japón, qué hacía, quién era Satomi, dónde vivía, y también qué hacía en Barbadillo, cómo pasaba las horas, los días, los años. Está escribiendo una biografía, y sé que es voluminosa, hecha por él mismo, lo que sería muy interesante.
—¿Qué novedades trae la nueva edición de tu libro?
Un prólogo político, porque mi libro se detiene cuando Fujimori llega al poder, y me sentí en la obligación de escribir este prólogo político, lo que no me gusta… la política de combate, de pros y contras; es una baja pasión, pero es importante. Somos también bajas pasiones.
—En una conversación con Marco Aurelio Denegri comentaste que en algún momento sentiste que tu libro ayudó a configurar la imagen política a favor de Fujimori.
Puede ser. Cuando estaba escribiendo el libro, el auge de Fujimori era abrumador. Había dado el autogolpe, capturado a Abimael, y yo pensaba que estaba en construcción una figura. Mi intención era rascar atrás de esa figura popular masiva, ver detalles verídicos aunque sea pequeños, y de esa forma desmitificarlo. En la segunda vuelta voté por Vargas Llosa, pero no dejaba de ver con entusiasmo la rebelión electoral que [Fujimori] planteaba. Fue indecente el abuso de posición de dominio del Fredemo, de las fuerzas establecidas. Yo recuerdo las elecciones del 78, en la que Hugo Blanco tuvo una votación importante, pero era un voto de protesta tradicional. Lo de Fujimori fue excepcional.
—Eres generoso al decir que fue una rebelión electoral cuando hace no mucho te has referido a las elecciones generales del Perú como esa “rifa colosal que los peruanos organizan cada cinco años”.
Sí, es que esa fue la primera rifa. Y desde entonces se sistematizaron las reglas, se vendieron los talonarios, y cada vez es peor. Sí, ha perdido esa condición. Lo que no quiere decir que no regrese, con otras cartas. Es un momento de decisión, pues. Las elecciones es el único día en que todos somos iguales, todos tenemos un voto. Ese día puede pasar algo, solo ese día.
—Suena esperanzador.
No creas.
LA DINASTÍA IMPROBABLE
—Cuando publicaste el libro no se veía venir la cuestión dinástica en la que nos encontramos. ¿De qué tipo de emperador estamos hablando?
Mi libro termina con la teoría del inca japonés, que en los años 20 estuvo de moda… Y yo usé eso, esa imagen, sin sospechar de una dinastía cuando lo escribí, pero lo dinástico es explicable porque todos nos agotamos y la perduración a través de los hijos es una historia natural. No hay millonario que no quiera dejar una herencia.
—Pero el país no es su capital, digamos.
Pero el poder político sí puede ser un capital. Y hay algo más en el fondo. Creo que hay un vacío enorme atrás de Fujimori, o sea, que atrás de él casi no hay nadie, y nosotros hemos proyectado sobre su rostro japonés mil imágenes que él ha sabido aprovechar. Pero no lo hizo solo cuando llegó al poder. Ya lo venía haciendo seguramente desde que era chiquito. Y de repente es una falta de empatía, no sé cómo decirlo, pero empatía podría ser la palabra.
—Te has referido antes a su educación afectivamente desértica.
Bueno, era un ingeniero.
—¿Y eso qué quiere decir?
O sea, un tipo totalmente ocupado en la productividad de sí mismo.
—¿Como una máquina sin pasado?
Hasta cierto punto. Pero también es falso que no tiene pasado. Su historia personal está totalmente imbricada con la historia política peruana del siglo XX: la inmigración, la Segunda Guerra Mundial, las restricciones a la colonia. Sin embargo, más importante me parece lo anterior: ¿qué hay atrás de Fujimori? De repente no hay nadie. Hay una frialdad, pero no con sus hijos.
—Sobre Keiko y Kenji, ¿estamos ante un enfrentamiento bíblico tipo Caín y Abel, o es solo la pelea para las cámaras?
Yo creo que sí hay diferencias entre ellos, de posición de poder. Y, como en todas las familias, viejos litigios entre hermanos de que ella era mala, de que él no me dio tal cosa, de que mi mamá la prefería. Esas cosas que están en el fondo, y en la superficie están las diferencias de ambición personal: cada uno quiere tener su partido, su poder, sus seguidores.
—Pensando en Fujimori, me acordaba del etíope Selassie, uno de cuyos sirvientes tenía la exclusiva función de ir limpiando las pichis del perrito del emperador. En el caso de Fujimori, ¿cuál es ese capricho sin sentido que te viene a la mente?
Su jacuzzi, un jacuzzi monumental que solo se llenó dos o tres veces, un jacuzzi para 15 personas, enorme, tan grande que llenarlo era un problema porque las cañerías temblaban, hacían ruido y abajo había oficinas. Esto estaba atrás de una puerta secreta. Abrías un ropero, apretabas un botón y se abría una puerta, y ahí comenzaba la verdadera sección Fujimori. Había un solárium, un gimnasio para Kenji, entre otras cosas, y el baño enorme. Claro, el baño es un rasgo japonés, pero creo que ahí hay una intromisión montesinesca, algo más hacia la lujuria que hacia la higiene en ese spa, en ese jacuzzi; como que hubiera sido una idea sembrada por Montesinos.
—¿Por qué?
Para halagarlo. Parte del encanto de la corrupción es el contagio, nadie disfruta solo. Es una forma de reconocerse, de emparejarse… El otro día leí una entrevista a Pablo Macera y en un momento dijo que lo que puede hacer un historiador en el Perú si quiere presentar una historia que no sea muy deprimente o deprimente a secas es ponerle atención a algunos casos interesantes, pequeñas biografías, reducir nuestra mirada hacia pequeños focos que no nos defrauden. Y, claro, individualmente hay gente muy interesante, muy enaltecedora incluso, que te abre un mundo.
—Pero eso no te interesa escarbar.
Bueno, no puedo decir que no por mi trayectoria, pero soy benigno, siempre trato de ver lo mejor en lo peor.
—¿Y qué puede ser lo mejor de Fujimori?
Ehmm… es mucho más claro intelectualmente que otros colegas suyos, me refiero a presidentes. Y es industrioso. Hay una escena muy interesante en uno de los tantos 'vladivideos', en la que aparece Fujimori en su oficina, solo, reciclando un sobre: lo voltea, lo corta, lo trabaja, mete dinero, le dedica al sobre un minuto largo. Si abría un cajón seguro tenía un montón de sobres nuevos, pero él quería darle un segundo uso a ese sobre.
—¿Y qué dice esto de él?
Mucho. Creo que en el 90 él tuvo algunos chispazos interesantes fruto de toda su educación… son cosas difíciles de definir verbalmente, pero digamos que fue una productividad enorme, atroz, increíble al observarnos, al observar nuestro desperdicio, nuestra desgana, nuestra flojera. Él aprovechó ese conocimiento e hizo precisamente lo contrario, que no es necesariamente ser muy trabajador, pero son señales, quizás no tan productivas, gestos, cosas que otros no hacen y que él sí hace, y que lo distinguen: en el 90 sus ideas publicitarias, el tractorcito, “honradez, tecnología y trabajo”, sus paneles artesanales, los vendedores de puerta a puerta y una serie de detalles como poner calcomanías en los buses que salían para la sierra. Una serie de detalles ínfimos, miles.
—Que van en la onda del sobre.
Claro, del pequeño detalle para el que estamos especialmente dotados, para apreciar. Él nos ha visto, nos ha interpretado y nos ha aprovechado. Sí, creo que ese detalle del sobre habla mucho de él, de su psicología, de su forma de actuar.
—¿Y cómo podríamos interpretar esta crianza “siniestra” de Keiko y Kenji en el Pentagonito a la cual te has referido antes? ¿Cómo ha calado esto en ellos?
Sobre todo en Kenji, porque era chiquito, pero también en Keiko. En Kenji de una forma más involuntaria, más forzada, más cruel hasta cierto punto. En Keiko se nota esa frialdad, el utilitarismo del padre, ese semblante que en Fujimori era una sonrisa. Keiko no tiene la sonrisa tan fácil, pero sí el semblante del padre. Y, claro, no lo vivió desde tan chiquita, pero sí en una edad muy formativa. Y Kenji ha vivido rodeado de guardaespaldas, ¡sus amigos eran los guardaespaldas! Y mira su mentalidad: los 'avengers'… el tuit luego de que lo botaran de la bancada, cuando escribe: “Mientras tanto, en algún lugar de Asgard”. Es un guionista de cómics. A los ilustrados nos desquicia, pero quizás es mejor observarlo con ojos de entomólogo.