El español Santiago Beruete (Pamplona, 1961) ha logrado unir dos disciplinas que parecían distantes, pero que él ha confirmado que están más unidas de lo que uno imagina: la filosofía y la jardinería. Tiene dos libros de ensayos fascinantes, “Jardinosofía” (2016) y “Verdolatría” (2018), en los que enlaza con asombrosa habilidad conceptos muy profundos con actitudes muy cotidianas. Así, puede ahondar en las sustancias psicotrópicas que solían consumir pensadores griegos como Sócrates, o echarle un vistazo a las flores creadas en honor al líder norcoreano Kim Jong-un: la kimjongilia, que florece cada año en la semana del onomástico del excéntrico mandatario.
Invitado por el Hay Festival Arequipa 2019, Beruete se dio un tiempo para charlar sobre su amor por las plantas, pero también sobre su natural miedo al futuro de la Tierra, un planeta cuya gente parece ensañarse con su vegetación. Una actitud tan desquiciada y absurda como encontrar placer en pisar una flor.
Dices que los jardines son una “educación de la mirada”. ¿Qué imagen es la que suele venir a tu mente cuando piensas en un jardín?
Pues ha ido cambiando esa imagen. Para escribir “Jardinosofía” visité multitudes de jardines en muchos países. Jardines históricos, de tradición más ortodoxa. Me gusta mucho, por ejemplo, el jardín de Ermenoville, donde murió Rousseau. Me gusta mucho también Villandry, que tiene una historia muy potente detrás. Pero conforme ha ido avanzando mi vida valoro mucho más los jardines humildes, hechos con pocas cosas, en condiciones muy precarias, y a veces con fines utilitarios diferentes, como un jardín terapéutico con presidiarios o gente que venía de la desintoxicación de la heroína. Son personas que encuentran en el jardín una manera de integración social. Entonces sí, las cosas van cambiando, y los jardines encierran muchas cosas: historias de amor, proyectos utópicos, refugios espirituales, formas de escapismo, en fin.
“El impacto de la actividad humana contra los ecosistemas marítimos y terrestres está llegando a un punto en que empieza a poner en peligro la continuidad de la vida en la Tierra”.
Santiago Beruete
¿Hay sociedades particularmente afines a la jardinería? Estoy pensando en los jardines japoneses...
Los jardines asiáticos, sí, sin duda. De hecho, “Jardinosofía” está siendo traducido al chino. Ellos fueron de las primeras personas que se interesaron por el libro. Y es curioso: el germen de este libro fue que yo descubrí que en Japón, que es una extensión del jardín chino, quienes hacían los jardines eran los filósofos. Y pensé que esto no era muy distinto a nuestra tradición occidental, aunque no se ha querido ver así. Empecé a indagar y me di cuenta de que las escuelas filosóficas históricas ⎼la academia platónica, el liceo aristotélico, la escuela de Epicuro (que se llamaba El Jardín), la escuela de Antístenes, etc.⎼, todas ellas, tenían jardines y les daban gran valor. Encontré que había toda una historia clandestina que vinculaba a pensadores con el jardín, aunque después la academia había ensalzado los saberes abstractos y espirituales y había denostado a la jardinería como un oficio menor. Luego han venido más: Rousseau, que ya mencioné que murió en un jardín, o Francis Bacon, que era un jardinero vocacional y tiene grandes textos sobre la jardinería. Entonces fui desenterrando una historia que no se había contado.
Dirías que esa sobrevaloración de la inteligencia y desvaloración de los oficios como la jardinería, ¿refleja el tipo de seres humanos que somos?
Yo creo que ese es un tema clave. Hace ya más de un siglo a los jardines racionalistas, formales, aquellos que masacran la naturaleza en beneficio del orden, se les llamó los “jardines de la inteligencia”. Pero no son otra cosa que la dominación del ser humano sobre la naturaleza. Lo opuesto es un tipo de jardinería paisajística, pictórica, que propuso gente como Bacon, quien pensaba que la manera correcta de entender la naturaleza era obedeciéndola. Un discurso que ya tenía el aroma de los movimientos ecologistas que han venido después. Además, desde los años 70, con los viajes del hombre al espacio, se empezó a ver la Tierra como un jardín planetario y eso creó una conciencia nueva. Fue algo similar a lo que antes ocurrió cuando Darwin publica “El origen de las especies” en 1859 y baja del pedestal al ser humano, lo convierte en un animal más. Todo esto da origen a una idea de jardín más silvestre, que intenta imitar a la naturaleza. Un naturaleza que, irónicamente, intenta hacer pasar desapercibida la mano del ser humano. Porque no hay ornamentación más sofisticada que aquella que es invisible.
En “Verdolatría” afirmas algo optimista: que la edad de oro de los jardines aún está por llegar. ¿Por qué?
Voy a empezar con un balance muy pesimista para luego ver cómo podemos revertirlo: el impacto de la actividad humana contra los ecosistemas marítimos y terrestres está llegando a un punto en que empieza a poner en peligro la continuidad de la vida en la Tierra. Cualquier persona que viaje por el mundo podrá ver que los paisajes antropizados están suplantando a la naturaleza salvaje, como si no tuviera límites. Pero la esencia de un jardín son justamente sus límites. Hay un viejo dicho que me encanta y dice: la cerca hace al jardín. Y nuestro planeta también tiene una cerca o verja, que es la biósfera. Pero la explosión demográfica está desarrollándose en paralelo a un proceso de concentración urbana como nunca se ha visto. Los especialistas calculan que para el año 2050 el 70% de los terrícolas serán urbanicolas, vivirán en ciudades, en grandes áreas metropolitanas. En ese contexto, no cabe duda de que la nostalgia y el anhelo de volver a la naturaleza irá en aumento. Por eso digo que la edad de oro de los jardines está en el futuro, porque estamos condenados a una de dos: o hacer el jardín planetario con cuidado, paciencia y tenacidad; o o a esperar que la historia natural continúe sin nosotros.
La especie humana puede desaparecer, pero las plantas seguirán aquí...
Por supuesto. Uno de los mitos antropocéntricos más peligrosos es aquel que dice que el futuro del planeta depende de nosotros, de hacer el desarrollo sostenible. Esa es una ilusión antropocéntrica enorme. Las plantas están aquí mucho antes que nosotros, y si gestionamos mal el planeta, las plantas seguirán viviendo tranquilamente, pero sin nosotros. La historia natural continuará y no estaremos nosotros para escribir esa historia. Como digo en el libro, quizá serán las anillas concéntricas de los árboles las que escriban y canten la epopeya de un mundo sin humanos.
En el libro también hablas de dos casos que funcionan por contraste: de la engañosa sofisticación de las orquídeas, y de la reputación pésima pero injusta de la mala hierba. ¿Estos casos nos hablan de lo mal que podemos entender a las plantas?
Esos dos capítulos surgieron de una inspiración muy cotidiana. En mi huerto, las malas hierbas me colonizan. Pero empecé a descubrir un mundo que es asombroso. Las alcaparras, por ejemplo, que crecen por los muros de algunas ciudades y a veces hasta se tienen que hacer programas periódicos para contenerlas y que no lleven a la ruina a las ciudades. Y, sin embargo, las alcaparras son plantas increíblemente hermosas, de una belleza más delicada que las orquídeas. Lo que ocurre es que tienen una cualidad que no tienen las orquídeas: no se dejan domesticar. Yo las he intentado cultivar, pero no hay manera, ¡no se dejan! Afortunadamente tengo a la mano unas alcaparras maravillosas, pero porque esto es porque hacen los que les da la gana. Son una metáfora maravillosa de la resistencia. Las orquídeas también me gustan, pero son lo contrario: muy dóciles, se dejan cuidar muy bien. Es el espíritu opuesto. Se parecen a un bien de consumo, y de hecho en eso se han convertido.
¿Le ha llamado la atención algo de Arequipa?
Bueno, apenas tengo un día, pero sí me han llamado la atención algunas cosas. Primero, que hay una polución en el aire importante. Segundo, que es una ciudad de una austera belleza. Las plantas son bellas por su ausencia, pero están siempre a las sombra, hay pocos árboles, parece una ciudad en que la vida vegetal es dura. La piedra y lo verde son una combinación que resuena en nuestra historia evolutiva. Al lado de las plantas nos sentimos protegidos, y al lado de las piedras pasa algo parecido.
Ahora quisiera preguntarte por dos cosas que nos atañen como peruanos: primero, la satanización de la hoja de coca.
Ese es un tema que me interesa muchísimo. De hecho, una de las cosas que más me motivaban a venir era tomar el té de coca, y de todas maneras me voy a llevar algunas hojas. Yo entiendo perfectamente por qué la hoja de coca tiene un valor sagrado y por qué es un patrimonio cultural, no solo del Perú, sino de la humanidad. En “Verdolatría” hay un texto que habla de salir de uno mismo, de los viajes espirituales y de cómo muchas de nuestras creaciones filosóficas más sublimes, desde Sócrates y Platón, posiblemente tengan que ver con esas experiencias. A los chicos en la escuela no se les enseña esto, pero es así. La experiencia del éxtasis, de salir de nuestro propio cuerpo, ha estado asociada a muchas sustancias vegetales, como pueden ser la hoja de coca o las mil y una plantas de efecto psicoactivo que hay en el mundo. La sabiduría enigmática de estas plantas ya está abriendo un campo de exploración enorme, sobre todo en Estados Unidos (y contra todo pronóstico). Esa sabiduría enigmática de las plantas se confirma al ver sus principios activos, que tienen un parentesco muy grande con nuestros neurotransmisores. Todas las culturas han tenido sus drogas sagradas, y estas han ampliado las conciencias de las personas. La espiritualidad es indisociable del consumo de este tipo de sustancias. Además, estas drogas nos permiten explorar caminos que quizá sean importantes para salvar nuestra urgencia climática. Yo definitivamente le doy mucho valor a eso…
“No es ninguna tontería (hablarle a las plantas). Hoy en día hay investigaciones botánicas sobre los sentidos, la sensibilidad y la inteligencia de las plantas. Es indiscutible en este campo que las plantas tienen sentidos diferentes y formas de comunicación muy diversas.”
Santiago Beruete
Con la ayahuasca ocurre algo similar. Sin embargo, sufre por otro problema: la exotización y frivolización de su uso.
Yo vivo en Ibiza, una de las capitales del narcisismo espiritual de Europa. Y allí veo que el uso de la ayahuasca tiene un atractivo enorme, además, para gente de un nivel económico alto. Recuerda que hoy el turismo de alto nivel ya no ofrece destinos, sino experiencias. Entre esas experiencias está lo espiritual. Y mercantilizar esas experiencias es muy grave. Yo lo veo de primera mano y me preocupa.
Una última: acabo de recordar que tenía una tía que le hablaba a sus plantas. ¿Era una locura o tiene sentido?
(Risas) No es ninguna tontería. Hoy en día hay investigaciones botánicas sobre los sentidos, la sensibilidad y la inteligencia de las plantas. Es indiscutible en este campo que las plantas tienen sentidos diferentes y formas de comunicación muy diversas. No solo de las mismas plantas, sino subterráneas. Se comunican por el subsuelo, mantienen redes simbióticas con bacterias y mandan mensajes y nutrientes. También se comunican por el aire a través de moléculas volátiles. No es un lenguaje humano, no es una inteligencia ni una sensibilidad humanas. Pero precisamente por eso las plantas nos pueden iluminar acerca de un mundo que yo llamo poshumano. Nos pueden ofrecer muchos modelos interesantes para investigar otras formas de ser humano. Y vaya que lo necesitamos.