En 1998, hace ya un cuarto de siglo, apareció “Una procesión entera va por dentro”, el último poemario de Rodrigo Quijano (Lima, 1965) hasta hoy. Señalar su fecha de publicación es indispensable, pues el contexto en que el libro se gesta y ve la luz es parte central de su concepto.
Por esos años el país vivía una paz de los cementerios instaurada por la dictadura fujimorista; se empantanaba en un territorio infértil para el diálogo, la cultura y otras formas del verdadero progreso. Quijano interpretó bien la época en que le tocó crecer y lo hizo de un modo que recuerda al que Jack Spicer adoptó en varios de sus poemas: en el papel de inopinado testigo de unos desafortunados hechos posteriores. Por eso están tan presentes en estos textos “los muertos tibios todavía del Perú”, por eso el yo poético blande los ceramios, los huesos y los cuerpos como intemporales indicios contra nosotros.
Quijano comprendió que su punto de enunciación era un paisaje desértico y difuminado, refractario a toda refundación. Podríamos decir que la autoconsciencia de su circunstancia le permitió aposentarse con dominio ya no en la periferia de la Historia, sino en su ruda intemperie: el panorama casi hegemónico de “Una procesión entera” no son los terrenos de la vida, sino aquellos que limitan con el mundo funerario: madrugadas en solitarios arenales donde “enigmáticos frutos que cuelgan de los árboles/ son los muertos que contaste anoche” y donde todo parece hallarse en una perpetua sombra: “día a día los muertos abren sus ojos a una realidad virtualmente oscura”. Un mundo en que los rezagos de la fe han sido despojados de cualquier significado por una mirada materialista de la muerte: Quijano juega a enmicar, emplasticar, esmaltar las reliquias religiosas, a los constantes santos de yeso, devolviéndoles su calidad de objetos de comercio, haciéndolos una parte más de esos “poemas poblados de huesos y guijarros”.
Lo que nos emplaza Quijano es la visión panóptica de un país muerto, donde incluso en la plácida cotidianidad pueden colarse “cadáveres crepusculares de seres abismales/ que vuelven a la carga con las tempestuosas aguas de setiembre”, como sucede en el poema 9. Solo cuando el hablante viaja hacia una Berlín transfigurada en un “inmenso Jesús María” es posible hallar el bálsamo de la amistad, recuperar la sensación de caer “en una celeste piscina a refrescarte las sienes”. Aquella atmósfera nacional viciada, lóbrega, estancia final de la violencia establecida por esa simbólica bala imaginaria con la que principia el poemario, es parte esencial de ese concepto que cohesiona al libro y lo enriquece sobremanera.
Leer “Una procesión entera va por dentro” tantos años después significaba un desafío: cuando se publicó, el libro, más que gustarme, me pareció importante, pues obligaba a cuestionar las coordenadas imperantes de la poesía de aquel entonces (aunque ciertamente no rompiera con todas ellas) y a buscar un camino entre las dunas. Lo reabrí pensando en cómo el paso del tiempo podría alterar esa percepción. Luego de la prueba sigo creyendo en su valor, pero no en condición de libro de culto, como he leído por ahí, sino de referente ineludible a la hora de discutir sobre la poesía del fin de siglo en el Perú y su irradiación en nuestro presente.
Autor: Rodrigo Quijano
Editorial: AUB
Año: 2023
Relación con el autor: cordial
Valoración: 3.5 estrellas de 5 posibles
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