En el 2004, Lula Gómez pasó 15 días en la cárcel. No lo hizo como periodista sino como reclusa, con una condena de ocho años. Fue detenida en el aeropuerto Jorge Chávez cuando venía a pasar vacaciones en el Perú y a conocer Machu Picchu. Su nombre era idéntico al de una mujer acusada de tráfico de droga. La pesadilla duró dos semanas y se resolvió con el presidente Toledo pidiéndole disculpas y preguntándole qué podía hacer por ella.
Dos años después, Gómez publicó “Condenadas al silencio”, un libro donde cuenta su experiencia en el penal de Santa Mónica. Hoy, 15 años después, regresó a Lima para dictar un taller sobre enfoque de género en el periodismo y a presentar el documental “Mujeres al frente”, sobre el proceso de paz en Colombia y la violencia contra las mujeres en ese país.
—¿Qué fue lo primero que pensó cuando salió de la cárcel de Chorrillos?
Creo que siempre tuve el sentimiento de que yo era muy distinta a mis compañeras de la celda. Al final el mundo se divide en ricos y pobres, y yo soy de los ricos, yo soy de la gente que puede pagar un abogado que me defienda; tuve una familia que se desplazó desde España hasta aquí. Creo que de alguna forma pensé en los que tenemos privilegios y los que no. Y me sentí muy afortunada por ser parte de los ricos.
—Para un periodista, la oportunidad de estar en un lugar al que no pertenece puede ser invalorable, por la misma naturaleza del oficio. Pero, por otro lado, estar allí víctima de una injusticia puede ser una pesadilla. ¿Cómo confluyeron esas dos ideas durante su paso por la cárcel?
Yo digo que a mí me robaron 15 días de mi vida. Pero como periodista fue una oportunidad. Jamás un reportero o reportera tiene la oportunidad de vivir como los presos; pueden entrar a la cárcel un rato, pero están unas horas. Yo tenía una sentencia firme de ocho años por delante. Yo ahora tengo una realidad de las prisiones que no se suele tener como periodista y, al final, si tuviese que escribir mi vida de nuevo, y si el final es exitoso, como lo fue, por supuesto que repetiría ese episodio.
—Como feminista, ¿está a favor del lenguaje inclusivo?
Claro que sí, porque hablo de nombrar a las mujeres, visibilizarlas. No estoy de acuerdo con las personas que dicen “todes” o “nosotres”. Si lo hacen por respeto a las mujeres, creo que nos hacen un flaco favor porque de nuevo quedamos invisibilizadas de esa forma. Volvemos a no estar. Antes, el masculino genérico nos excluía y ahora con la ‘e’ nos vuelve a excluir. Yo defiendo una utilización inteligente del lenguaje. No me parece tan complicado, en lugar de decir “los ciudadanos”, decir “la ciudadanía”; en lugar de decir “el presidente de una empresa”, decir “la presidencia”. De esa forma yo me considero dentro de ese genérico.
—¿Es posible que la violencia contra la mujer corresponda a problemas de salud mental y que el agresor ataque por igual a hombres y mujeres, pero se resalta más cuando la víctima es una mujer?
Yo no tengo dudas. Es una violencia contra la mujer. Es parte de ese patriarcado. No solo es el poder del hombre sobre la mujer, sino sobre lo que se considera débil; puede ser del blanco sobre el negro, el rico sobre el pobre, el blanco sobre el indígena, y es una violencia estructural que demuestra ese confort de tener el poder y no querer soltarlo. Es más, creo que es peligroso pensar que esos hombres asesinos son monstruos; son hombres y tenemos que recordar que ningún niño nace violador. Ese niño crece en una sociedad que acaba aceptando el machismo. Deberíamos pensar mucho en la educación que les damos a nuestros niños y niñas.
—¿Cómo surge el documental que vino a presentar a Lima?
Conocía en Colombia a dos de las siete mujeres que participan en el documental y me parecieron maravillosas. Ofrecí esas dos historias a un medio de comunicación para el que trabajaba y también a otro gran medio español, y ambos me dijeron que no les parecía interesante. Lo bueno de eso fue que me sirvió para coger un cabreo inmenso. Mi idea inicial era hacer un libro, pero me cabreé tanto que me dije que además del libro iba a hacer película, y entonces empecé a buscar perfiles diversos. Yo quería contar que la paz se construye de muchas formas y que dentro de ella hace falta una memoria histórica, una capacidad de diálogo, incluso, con tus enemigos; hace falta reconocer la violencia que ha pasado por los cuerpos de las mujeres. Entonces busqué a siete mujeres de diferentes estratos sociales, de diferentes formaciones y diferentes partes de Colombia para contar esa historia que es tan interesante.
—La abolición de la esclavitud, la lucha contra el racismo y la discriminación han durado generaciones, y algunas aún no acaban de concretarse. ¿Las feministas de hoy podrán ver los resultados de su lucha?
Los estamos viendo. Cada vez que hay un avance en la sociedad hay una parte que se siente amenazada. Por eso, hoy más que nunca debemos apelar a la sororidad y solidaridad. Yo no aguanto esperar 50 años para concretar nuestras metas, me parecería terrorífico.