Hace pocas semanas ha tenido lugar el centenario de la publicación en Lima de un libro muy importante para la historia de nuestro país. Lo escribió Sir Clements R. Markham (1830 – 1916), apareció en Londres, escrito en inglés, en 1882 con el nombre de “La guerra entre el Perú y Chile”. Fue traducido al español en 1922 por el escritor y poeta limeño Manuel Beltroy (1893 – 1965). Markham, viajero infatigable, conocía profundamente nuestro país al que llegó por primera vez en 1852 y regresaría años más tarde. Este trabajo tuvo para el Perú gran significación. Era una versión serena, equilibrada y justa de la contienda del Pacífico, dirigida al público de habla inglesa que, por primera vez, rompía el exclusivismo informativo sobre dicho tema que mantenían los chilenos.
“Ciertamente, Chile, ha sido muy oído, más el Perú y Bolivia, si se exceptúa los informes oficiales, enmudecen aún, que sepamos”, escribió Markham en el prefacio del libro. Nada más cierto. Los libros de Diego Barros Arana y de Benjamín Vicuña Mackenna tenían por entonces traducciones al inglés y francés con importantes tirajes. A diferencia de los historiadores mencionados, Markham no pudo consultar libros ni documentos provenientes de los tres países envueltos en la conflagración. La mayor parte del material que llegó a sus manos fue de origen chileno, que él supo evaluar debidamente dando a cada asunto su exacta importancia y credibilidad.
En las páginas de “La guerra entre el Perú y Chile” hay cálido elogio a la nobleza y gallardía del héroe de Angamos. Con frecuencia se refiere “a las brillantes hazañas de Grau” que, según su criterio, “era uno de los mejores marinos prácticos del Perú, abundoso de prestigio por su talento, rápida resolución y valentía, así como por la bondadosa disposición de su carácter”. Comentando los infortunios que sufrimos en el sur, escribe con pesar: “Duelo y tristeza ensombrecieron los valles andinos, pero, al fin le quedó al Perú un consuelo: sus hijos caídos en el campo de batalla no fueron invasores sorprendidos en plena conquista, sino defensores de su suelo natal en cuya noble y santa empresa rindieron la vida”.
Markham conocía o tenía una idea muy bien formada de muchos personajes de la guerra. Así, por ejemplo, describe a Nicolás de Piérola con estas palabras: “El Supremo Jefe conversa con vivacidad, tiene trato agradable y habla francés correctamente. Su aspecto es jovial y simpático y su sonrisa capta las voluntades. Posee inteligencia lúcida, gran decisión de carácter, confianza en sí y extraordinario tesón de propósitos”. No menos interesante es el retrato que nos hace de Andrés A. Cáceres: “Cubierto está de gloriosas heridas. Ha visto a los chilenos huir en Tarapacá ante sus bravos ayacuchanos y aquella jornada justifica la esperanza que inspira de nuevos triunfos para la buena causa. Es veterano de comprobado valor, larga experiencia militar y capacidad”.
El relato de Markham llega cronológicamente hasta 1882, cuando ya se había producido la invasión de Lima y de toda la costa de nuestro país. Hay, sin embargo, alguna noticia sobre la resistencia en la sierra. Sin la menor duda su publicación constituyó un gran respaldo moral para nuestros compatriotas, un lenitivo en horas de luto y dolor, una voz de aliento y esperanza donde se señalaban las cosas positivas que podían surgir, y de hecho surgieron, de las cenizas del desastre y de la ruina no solo material sino también espiritual. Markham supo valorar con sensibilidad la importancia imperecedera de los “brillantes ejemplos” y de las “memorias honrosas” que legaron los héroes a las generaciones venideras. “Quizá, decía, el sacrificio del héroe de Angamos sea en lo porvenir positiva ganancia para su país. El modo como cayó el valeroso Espinar frente a los cañones chilenos también es un provecho. El Perú perdió a sus hijos, pero ganó ejemplos heroicos y altas memorias”.
Sir Clements Markham insiste en que dichas hazañas y muchísimas otras semejantes fueron hazañas de patriotismo. No hubieran podido ser tales de producirse durante el curso de una guerra civil o por causas injustas, pero como se produjeron en defensa del Perú contra enemigos extranjeros en una guerra injusta y de conquista, fueron y son motivo de legítimo y glorioso orgullo. El pueblo peruano debe considerarlas como ganancia efectiva. Por otra parte, sentencia Markham, “los desastres han de haber enseñado patriotismo y verdadero sentido del deber a los gobernantes”.
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