Nota: Entrevista publicada originalmente el 19 de noviembre del 2018. Ante el fallecimiento de la cantante en el Hospital Rebagliati tras sufrir un derrame cerebral, compartimos nuevamente la conversación.
Alicia Maguiña toca madera. Estamos hablando de sus años bien llevados y el cuco del Alzheimer, mal que atacó a su ídolo de juventud: Jesús Vásquez. En su casa de un recodo sanisidrino, todo es orden y paz. Acompañan sus tardes en la primera planta de su hogar diversas piezas de arte tradicional: cerámica vidriada, cruces de camino, e incluso cuchimilcos y una majestuosa gasa Chancay que domina el salón principal. “No es bamba”, advierte. Allí, Maguiña nos ha recibido para hablar de su jugoso periplo vital y el libro que está próxima a publicar de la mano de la Universidad San Martín de Porres y el Ministerio de Cultura, “Mi vida entre cantos”. “Pregúntame todo lo que quieras”, ha dicho al iniciar la conversación, pero de su vida junto al guitarrista Carlos Hayre ha preferido luego no hablar.
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Su padre decía que no quería una mujer de tablas como hija.
En esa época era mal visto que las personas fueran a cantar a la radio, y entonces mi papá no quería una hija artista, pero yo seguía haciendo mis cosas.
Rebelde.
En realidad soy una rebelde, pero no de que me cuadraba ante mis padres. Para mí lo primero que existe en la vida es el respeto, y por eso no entiendo ni acepto todo lo que pasa ahora, ni lo acepto, porque hay demasiada ordinariez. ¿Cómo puede ser que una artista diga en los medios de difusión “me empujé una butifarra”?
En su casa se oía flamenco.
Sí, mi madre cantaba flamenco, y mi abuela materna y un hermano de mi mamá también. A mí me gusta la música popular de todos los sitios, y encuentro que el flamenco es vital, tiene mucho arraigo y es una expresión muy auténtica, como también lo son otras expresiones folclóricas de otros países. He visto que se ha muerto Lucho Gatica y no han puesto a cabalidad quién era él. Lucho Gatica era importantísimo, porque tenía lo que no hay ahora. Ahora no hay estilo. Hay nuevos valores y dicen que tienen su propio estilo. Mentira. Hace años que no sale nadie con estilo.
¿Quién diría que es la última persona que salió con estilo?
La última persona que salió con estilo de música criolla… la única persona que se le reconocía por su voz y su manera de cantar es Eva Ayllón.
¿Y Lucía de la Cruz?
Bueno, a mí Lucía de la Cruz me gusta mucho, es muy auténtica, y sí tiene su estilo; pero no quisiera mencionar personas porque de repente me estoy olvidando de alguien. Tenían estilo Jesús Vásquez, Felipe Pinglo, Óscar Avilés. Y había algunas cantantes de esa época que imitaban a Jesús Vásquez, y a pedido de un compositor se les puso “las seis grandes”. Jesús Vásquez fue muy buena al dejar que pusieran eso, porque la grande era ella. Un artista que a mí me parece auténtico, y nada tiene que ver con esto, y puede sonar raro que yo lo diga, es Pablo Villanueva ‘Melcochita’. Es un señor artista. Un buen músico, cantante, un profesional. Y de los cantantes criollos de ahora me parece que tiene su estilo Carlos Castillo, tiene una voz muy buena; y Sheyla Tang, que canta con Sergio Salas. Te doy fe de lo que yo he escuchado.
¿Y en guitarra Yuri Juárez, por ejemplo?
Me gusta. Bueno, fue alumno de Carlos Hayre, y yo he trabajado 26 años con Carlos Hayre, porque duró 26 años nuestro matrimonio. Carlos fue un gran músico. Impuso un estilo. Yo creo que los dos estilos diferentes en la guitarra costeña son Óscar Avilés y Carlos Hayre. Los demás siguen o a Avilés o a Hayre. Yuri Juárez hace un poco de fusión, pero yo no soy partidaria de la fusión. Al menos yo no veo la música criolla desde el jazz.
Usted ha dicho anteriormente que para cambiar hay que conocer primero.
Claro, y hay artistas que piensan solo en el jazz, en ganarse el Grammy. Yo cuántas veces he cantado en diferentes países, porque me han llevado los empresarios de esos países. Yo no he ido a cantar para la colonia peruana, ni a cantar en una cebichería, que no es malo, sino a teatros.
Pero lo hace sonar como que es malo.
No es malo, pero a una cebichería la gente va a comer cebiche y a tomar. A mí me gusta el teatro y la televisión, pero sí he cantado en peñas. Yo he cantado en La Palizada, y cantaba mulizas y huainos e imponía mi repertorio, sin decirle al público que se callara… El pueblo tiene dignidad. La música popular tiene dignidad.
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En un país racista como el nuestro, ¿nunca le increparon en un inicio que cantara “música de indios”?
¡Claro que me lo dijeron! A porfía y a contracorriente, sin quitarle la originalidad que tiene nuestra música, con mucho respeto, yo me he presentado con vestidos tradicionales de cada región, y he aprendido de los mismos compositores andinos que he conocido, como Zenobio Dagha, Juan Bolívar, y respeto figuras como el Picaflor de los Andes y Flor Pucarina. Yo cantaba para toda la gente… Pero hasta ahora hay racismo asolapado. Mi papá era un hombre equilibrado, vocal de la Corte Superior que lo mandaron a Ica, donde crecí entre el canto de las quechuahablantes que bajaban de Huancavelica y Ayacucho, y también entre el flamenco de mi madre. Hasta que descubrí a Jesús Vásquez, y sentí que eso era lo que yo quería hacer. Porque Jesús Vásquez tenía unos requiebros muy bonitos, se adornaba muy bonito con su voz. Y acá voy a decir algo que no quiere decir que estoy ofendiendo, pero los artistas peruanos no invierten en su trabajo. Cuando yo cantaba en escenarios, yo hacía gimnasia. No hay derecho que todos tengan que ser obesos, levantan un brazo y parece una pierna. ¡Por favor! Es que lo tengo que decir.
¿Cuál era el sueño que tenían para usted en casa?
No sé, porque mi papá era abogado, magistrado, pero honesto. Determinadas personas del Poder Judicial han perdido la decencia. Mira, mi papá fue presidente de la Corte Suprema, y siendo yo la única mujer de los tres hijos, mi papá, que me adoraba, nunca me pudo comprar un piano, y no teníamos auto porque mi papá decía “el sueldo de un magistrado honesto no alcanza”. El piano me lo he comprado yo a la vejez.
¿Y la honestidad musical dónde diría que radica?
Yo creo que es la entrega a lo que te mueve el alma, o sea, no hay que cantar música andina porque todo el mundo ahora canta música andina. Y no la debes desnaturalizar, debes respetar al otro. Yo he cantado música andina desde la visión mía y la de Arguedas, respetando al otro. Ahora al huaino “Dígame en secreto”, de Zenobio Dagha, las cantantes en Lima le han cambiado la letra, y es una falta de respeto, porque Zenobio Dagha era un huanca, un señor campesino muy amigo mío, violinista, director de orquesta típica del centro, y se expresaba a manera de los huancas. Ahora ya no dicen, por ejemplo, “noche de luna era aquella tarde”, porque piensan que noche de luna no puede ser en la tarde, y supongo que Zenobio Dagha lo hizo porque era una tarde tan romántica, que era como una noche de luna. Era una metáfora, es poesía.
¿Qué es lo que más extraña de su infancia?
La tranquilidad de Ica, el tiempo que teníamos los niños en vacaciones, que no nos ponían a aprender natación, inglés y no sé qué tanta cosa. Jugábamos. Extraño Ica porque yo tengo un alma provinciana, por eso es que me gusta la música de las provincias. Y quisiera decir que a mí me parece que después de muchísimos años he escuchado un huaino bueno, de un señor Tomás Pacheco. Lo canta un señor cajamarquino que se llama Silverio Urbina, y tiene un arreglo excelente. Se llama “Mi linda flor”. Como es muy bueno también el conjunto de música, llamémosle negra, Afroperú, que es del hijo de Rafael Santa Cruz, con un hijo de Ronaldo Campos, con Alfredo Valiente y diferentes personas que cantan a cabalidad la música negra.
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¿Qué quisiera que se diga de usted el día que ya no esté entre nosotros?
Que no se tergiverse mi vida. Yo siempre he hablado claro. Soy bien sincera. Trato de no ofender. Pero no me parece que los cantantes tengan que ser payasos. Tienen que dedicarse a lo que hacen, a cantar bien, a no gritar, a no empujar la voz, sino dejarla salir.
Chabuca le dio algunas lecciones también.
No, no, no. Yo de la señora Granda…
Ha contado que le agarró del brazo alguna vez (para hacerle comentarios sobre su canto)…
Sí, eso está en el libro. Chabuca era una gran compositora, pero yo no puedo decir en este caso lo que siento porque pueden creer que tengo envidia, y no tengo envidia porque somos dos líneas completamente diferentes. Yo hago poesía popular. Mis metáforas son sencillas, para que entiendan todos. O sea, yo no hago canciones para que me aplaudan los poetas de libros de poesía. No digo que ella haya hecho mal, sino que hay gente que por eso la considera que es mejor que Pinglo. Mira, yo no sé si hay alguien mejor que Pinglo. Pinglo, Pedro Espinel, Eduardo Márquez Talledo, Filomeno Ormeño, Augusto Polo Campos, Mario Cavagnaro, Lorenzo Humberto Sotomayor, José Escajadillo, Félix Pasache. Hasta ahí llego yo de compositores.
Puros hombres.
Pero había dos letristas buenísimas: Serafina Quinteras, y Amparo Baluarte.
¿Y cómo diría que ha ido cambiando la presencia y el trato a la mujer en el mundo de la música criolla?
Bueno, es que yo no sé, porque yo cantaba en la televisión dos veces al mes. Inclusive me creían sobrada, porque yo soy tensa cuando voy a actuar, y ya maquillada y vestida me paseaba en el hall de Panamericana, y cuando alguien me venía a hablar yo le decía que en ese momento no podía, porque estaba calentando la voz. Pero había gente que no entendía eso, y creen que yo soy una sobrada, una millonaria. Yo no soy millonaria ni sobrada.
Llegado este momento, ¿de qué se arrepiente?
De nada. Yo tengo un compromiso con mi país, y lo he cumplido a cabalidad. Yo he cantado para el pueblo, o sea, mis canciones son para Bartola, para Augusto Ascuez, para Valentina.
Última pregunta: ¿cuál es ese momento más intenso y luminoso de felicidad pura que recuerde en su vida?
La vida con mi familia en Ica, y el nacimiento de mis hijos. Para mí, mis hijos son mi mejor canción.