Al final, quizás todo se trata de reírse de la muerte. O de darle un sentido.
Arcade Fire hizo algo parecido con “Funeral” (2004), su primer y memorable disco. Y escuchar en vivo sus elegías rebeldes, susurrantes o punzocortantes –lo que fue posible gracias al concierto que la banda canadiense brindó el miércoles en el Parque de la Exposición– creó la festiva ilusión de que la muerte es derrotable o, al menos, llevadera. El talento, la energía y el virtuosismo en escena de Arcade Fire –todos sus miembros son multiinstrumentistas– magnificaron ese espejismo o consuelo.
Entonces se antoja que la entrada al escenario de los norteamericanos –su ingreso simuló una velada de box– tuvo otra lectura más allá de su fastuosidad o excentricidad: se toca para derrotar algo. O para bailar sobre el enemigo. Más de un tema de sus últimos discos se presta para esta misión: loops, beats y arengas que movilizaron al público y lo invitaron a cuestionar lo establecido o una espiritualidad falaz. Tal vez cuando la susodicha vertiente es reproducida por sus discos –“Reflektor” (2013) o “Everything Now” (2017) son acaso sus álbumes más resistidos–, esta tienda a la previsibilidad musical. En vivo, el panorama mejora. Los loops se potencian y la vibración de la masa maquilla la monotonía. Aunque el parche llegó hasta cierto punto: por contraste, ante sus canciones de un menor calado emocional, sus himnos se engrandecieron aún más (una pena que no hayan interpretado “My Body is a Cage” o “Intervention”).
También hubo los habituales guiños y mimos locales. Los músicos peruanos ‘Checho’ Cuadros (quena), José Meza (charango), José Miguel Santa Cruz y Hernán Felipa (bombo y tinya) tocaron junto a los canadienses en temas como “Haiti” o “Here Comes The Night Time”. Horas antes, algunos miembros del grupo recorrieron entusiasmados el Museo de Arte de Lima. Los fans también los engrieron y les regalaron un precioso retablo intervenido con la estética de la banda. Que vuelvan pronto.