“El cielo está llorando, mira las lágrimas rodando por las calles/ aguardo en llanto esperando a mi chica y me pregunto dónde puede estar”, canta Elmore James en “The Sky is Crying”, mientras su guitarra dibuja paisajes de estruendoso dolor. Y, así como este blues, todos los demás nos conducen, en un trayecto patibulario y de ojos líquidos, a cualquier situación que corresponda a una congoja de mala estirpe: el blues duele y así debe ser. Hasta el final del tiempo.
El cielo –valga el eco– está llorando, también ahora mismo que hemos perdido a uno de los más desbordantes cultores del blues, un hombre de apellido majestuoso que arrastró una querencia inconmensurable alrededor del mundo. Por su habilidad con la guitarra, por la emoción invertida en cada canto, por esa horizontalidad del hombre simple que guarda siempre una sonrisa franca que ofrecer a los demás. El cielo llora a B.B. King, su voluminosa ausencia y sus canciones que ahora suenan como salmos. Lloramos nosotros –vaya golpe encajado–, que no sabemos vivir en el vacío. ¿Qué nos queda sino elevar un miserere para calmar la aflicción?
Sin embargo, ahí está la imaginación: aquella jugada mental que nos ayuda a elaborar una realidad paralela, deseada, soñada y diseñada para sanar heridas; y, quién sabe, con alguna probabilidad de verdad. Entonces nos figuramos a B.B. King, en las alturas, en medio de otro par de reyes que partió con anterioridad: Albert King, el zurdo, el hombre de la Flying V; y Freddie King, con su metro noventa y ocho, una guitarra al hombro y una voz delgada que cortaba como navaja. En rigor, un trío de reyes.
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MAJESTADES DEL BLUESSi B.B. King tenía “Lucille” y “The Thrill is Gone”; si podía presumir de discos memorables como el “Live at the Regal” o el “Live in Cook County Jail” (que grabó nada menos que en una cárcel, en Chicago, observado por decenas de forajidos en uniformes a rayas), los otros King no se quedaron rezagados. Albert tenía “Born Under a Bad Sign” (álbum y canción), “Oh Pretty Woman”, y había maravillado a tal punto de generar reverencias entre célebres artesanos del blues que llegaron después, como Gary Moore y Stevie Ray Vaughan (con quien grabó una sesión en conjunto, digna de quedar clavada en la posteridad). Albert King se ganó con justicia el derecho a ser llamado ‘El Tractor de Terciopelo’.
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Freddie King, en tanto, maniobraba la guitarra con celeridad y con un estilo que rebotaba influencias de Muddy Waters y Lightning Hopkins. No quedó atrapado en el blues cansino, sino que se dio licencia para ensayar saltos a estilos vecinos como el funk y el boogie. Éxitos: “Going Down”, “Hide Away” o la adictiva “Gimme Some Lovin’”. Este tipo enorme tuvo un apelativo como anillo al dedo: ‘La Bala de Cañón de Texas’.
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MENOS ES MÁSPero si hay algo en común entre los tres miembros de esta realeza imaginaria, además de tocar el bendito y lastimero blues, es que fueron reconocidos por saber hacer mucho con poco. Es sabido que este género, que germinó en el amanecer del siglo XX, en los campos algodoneros del Delta del Mississippi, gracias a las letanías a voz y armónica de esclavos africanos, se mueve entre escalas y progresiones de notas de rango limitado. Pero eso no hizo que B.B., Albert y Freddie King se sujetaran a algún parámetro o corsé.
Sobre esas pocas posibilidades para hilvanar música, ellos apelaron al sentido común: ¿Cómo decir mucho con poco? La respuesta puede ser predecible, pero cierta: con el corazón (o, si prefieren, con el alma). Es decir, anteponiendo emociones y sentimientos a cualquier vuelo de habilidades técnicas. Nótese cómo B.B. King, cuando compartía escenario con algún guitarrista invitado, lejos de competir con él –como hacen muchos otros– armaba una velada amable como colega y mejor anfitrión. Eso es clase.
Tres reyes ya en el Olimpo. Tres reyes que bien pueden ser ases. Cartas ganadoras en cualquier juego bohemio, en el claroscuro de una habitación humeante, regada de cerveza.
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