No hubo armas ni violencia y, sin embargo, fue una historia de conquista. La historia de un español nunca lo suficientemente reconocido en su propia tierra, pero que en Latinoamérica encontró al público perfecto para el derroche de melodrama. Muchos se han preguntado cuál fue el motivo del descomunal éxito de Camilo Sesto en este lado del Atlántico. Hay varias teorías, pero quizá la más creíble sea el regusto tan latinoamericano por las pasiones exageradas y proyectadas en cualquier dirección. “Últimamente me acompañan muchos hombres, sobre todo en América. [...] Como mis letras no están personalizadas, valen para ellas y para ellos. Los sentimientos no tienen género”, dijo en una de sus últimas entrevistas.
Porque Sesto (antes Camilo Sexto, y antes aún Camilo Blanes Cortés, según su partida de nacimiento fechada en 1946) supo, como ningún otro, cantarle a las oscilaciones más dramáticas del amor. Desde el sufrimiento por completo asumido en “Vivir así es morir de amor”, hasta el ruego terco y desesperado de “Perdóname”, pasando por el romance a escondidas de “Piel de ángel” o la obsesión enfermiza por los “celos de los ojos de mi amigo, del saludo de un vecino y del forro de tu abrigo”. No faltarán los que hoy quieran encontrarle algún rasgo psicopático a esa canción. Pero qué importa eso si fue escrita con una belleza que proviene de las entrañas.
Hay otras temáticas y sonidos en su obra, por supuesto: “Fresa salvaje” sigue siendo inquietante en su contoneo pop y la ambigüedad de su letra, y la hermosa “Melina” funciona como homenaje a una mujer desterrada (inspirada en el caso real de la actriz y activista política griega Melina Mercouri). En ese aspecto, Sesto le sacó amplia ventaja a varios artistas de su generación: él mismo componía sus temas e incluso componía para otros. Como el famoso “Si me dejas ahora” que escribió para el mexicano José José.
Sus exploraciones tuvieron otro pico en 1975, cuando financió y protagonizó la versión en español de la ópera rock “Jesucristo superstar”, una adaptación que escandalizó a la España católica y franquista de la época, pero que a él le sirvió para sacudirse los estereotipos que lo encasillaban y cubrir con barba su cara de niño bonito (las cirugías faciales a las que se sometió décadas después demuestran que el tiempo es a veces paradójico y traicionero).
EL OTRO CAMILOAl Sesto más íntimo hay que buscarlo entre los espacios en blanco de sus letras, pues nunca fue muy abierto respecto a su vida privada. Tuvo un hijo, Camilo Míchel –fruto de una corta y problemática relación con la mexicana Lourdes Ornelas–, pero más allá de eso pocas fueron las parejas que se le conoció. Su orientación sexual fue siempre objeto de especulación por parte de la prensa más infidente (“Conversación predilecta de gente que se cree perfecta”, cantó alguna vez), pero él lo contrarrestó con un hermetismo inquebrantable.
De hecho, se sabe que vivió solo los últimos años de su vida, prácticamente recluido en su casa de la lujosa localidad de Torrelodones, en las afueras de Madrid. Un velo de misterio que también cubría su estado de salud. Un trasplante de hígado en el 2001 y algunos problemas en los riñones –“Una pequeña piedrita que me incomoda”, es como minimizaba el asunto él– son las únicas complicaciones que discretamente dio a conocer. Y fue justamente una afección renal la que provocó su fallecimiento la madrugada de hoy en España (noche del sábado en el Perú), a puertas de los 73 años, que habría cumplido el próximo lunes.
Mucho más se puede decir sobre Sesto. Por ejemplo, el interesante cruce de géneros que cultivó (de la balada al rock, de la psicodelia al pop más convencional) o el traspaso generacional de su música, que la hace hoy tan vigente como lo fue hace casi 50 años. Pero una es la certeza: la canción en idioma español acaba de perder a uno de sus grandes genios, de esos milagrosamente tocados para convertir en elegancia la más pura exacerbación.