El lugar donde nació Edith Piaf nunca estuvo muy claro, pues ella se encargó de cambiar los datos. Quizás lo hizo por diversión, o de pronto por alguna razón en especial, simplemente no le gustaba decir en voz alta su lugar de nacimiento. Aunque su acta dice: Hospital Thenôn de París.
Edith Piaf llegó al mundo hace un siglo, el 19 de diciembre del 1915, y unos años después iba a dejar una huella profunda en la música. Pero su vida no fue fácil. Estuvo rodeada de enfermedades, prostíbulos que manejaba su abuela, circos ambulantes donde trabajaba su padre acróbata (quien la crió) y por encima de todo, no tenía la fuerza física para defenderse de algún problema: medía 1.47 metros y era muy delgada.
A los 14 años Edith Piaf dio a luz a su única hija, Marcelle, que a los dos años y medio falleció de una meningitis. Su primer éxito llegó años después, cuando tenía 20. Gracias a Louis Leplée, quien la llamó “La Môme Piaf” (chica gorrión), lanzó su primer disco. Pero cuando Leplée fue asesinado, Piaf regresó a la miseria.
Después conoció a su amante, el compositor Raymond Asso y a la pianista Marguerite Monnot, que le acompañaría durante toda su carrera. Por fin Piaf saboreaba el éxito y en el año 1946 grabó “La vie en Rose”, una de sus canciones más famosas.
Pero la tragedia siempre la perseguió. Edith Piaf llevaba una vida de excesos; era adicta a la morfina. Como un intento de recuperar la cordura decidió dar un concierto en el Teatro Olympia de París.
Los doctores le habían dicho que tenía que dejar de cansar, pero ella aseguró que prefería morir a dejar de cantar. Así, el concierto se llevó a cabo y fue uno de los momentos más emotivos de su carrera.
Marion Cotillard se ganó un Oscar por interpretar a Edith Piaf en la película “La vie en Rose” y en el Perú Patricia Barreto ha hecho lo mismo para las tablas. ¿Por qué conocer a esta mujer, entonces? Pues es un claro ejemplo de que la voz sale del alma.
Cien años después, en París, se luce una estatua de bronce de Edith Piaf. Son varios los que se sientan frente a ella para tomar vino y hablar de los problemas cotidianos, de las tragedias, de lo que se tiene. El homenaje perfecto.