Durante muchos años fue la gran estrella de la televisión argentina. El ráting y los premios encumbraban a esa delgada señorita, a su humor negro, a su espíritu indomable. Pero un día salió del aire. Su paradero era un misterio absoluto. Nadie sabía qué le había pasado. Hasta que una noche apareció haciendo flotar su voz sobre extrañas melodías fabricadas en bucles electrónicos, mantras procesados en un cerebro analógico: Juana Molina (Buenos Aires, 1962) se había hecho cantante.
Pero las radios no emitían sus canciones, las tiendas no vendían sus discos y los que iban a sus conciertos no entendían lo que estaba pasando. La gente iba a ver a la estrella de la tele, claro. Y lo que encontraban era a un ser etéreo gravitando entre aullidos de sintetizador. “Mirá, yo siempre hice música, solo que para solventarla me metí a la televisión. Me atrapó unos años, hasta que me di cuenta de que debía salir. Entonces pude regresar a la música y aquí me tenés, lista para tocar en Lima”, declara desde Buenos Aires para El Comercio.
ELECTROCUTANDO GÉNEROS'Es decir, ¿hiciste un uso correcto de la caja boba?'. Juana sonríe. “Y bueno, estaba feliz porque me pagaban bien. Pero después de cinco años me di cuenta de que me había desviado. Tenía que volver a la música”, responde. 'Pero nadie entendía tus primeras canciones, eran loops electrónicos casi ininteligibles'. “Claro, eran una especie de drones hindúes sobre los cuales cantaba. Tenían una nota constante a lo largo de la canción, como los sonidos árabes. Yo hubiera preferido no darme cuenta de esto, no pensar porque el pensamiento interfiere en el lenguaje musical, que debe seguir un curso más misterioso”. Como misteriosa fue su desaparición de la tele. Luego confesaría haberse refugiado en una caverna acústica ubicada en Los Ángeles, de donde salió con “Rara” (1996), producido por Gustavo Santaolalla. La frialdad con que fue recibido no la amilanó: “Segundo” sale en el 2000, se hace de pedaleras, midis y otros juguetes electrónicos para alumbrar “Tres cosas” (2002) y girar como telonera de David Byrne. Ya cubierta de fama mundial, lanza “Son” (2006), “Un día” (2008), “Wed 21” (2013) y “Halo” (2017).
En todos los casos y desde sus inicios, Molina ensaya un delirante periplo extremando las posibilidades electrónicas del folk más oscuro con experimentaciones deconstructivas y parodias psicodélicas. Es un collage sobrecargado de efectos digitales, minimalismo, elementos de la música concreta, la improvisación del jazz y las ensoñaciones de la música oriental. Toda una cosmogonía que altera los sentidos y moderniza los conceptos. Y allí, entre el sintetizador y la guitarra, el halo misterioso de una mujer realmente extraña.
AMNESIA TRASCENDENTALUna mujer que escribe canciones pero dice odiar la música (“me aturde”) y prefiere no pensar (“porque el pensamiento interfiere en el lenguaje musical”). Una mujer que no escucha ni su música (“menos la de los demás, últimamente no escucho nada”), que trabaja con aparatos (“pero tanta oferta me resulta sobrecogedora, me agoto antes de pensar en aprender a usarlos”). Una mujer que pide recomendaciones de nuevos grupos (“pero al final no recuerdo siquiera a los que me gustaron”).
Así las cosas, era todo un riesgo preguntarle sobre el Perú. “¿Perú? No sé casi nada de Perú. No sé casi nada del mundo en general. Pero eso de Perú me remite al Virreinato del Río de la Plata, al Alto Perú”. '¡Pero si el año pasado estuviste en Lima!'. “Sí, pero no tengo ninguna imagen de Lima. Estuve, pero tampoco llegué a ver la ciudad. Lo único que puedo decir es que comí muy bien”. '¿Y qué sabes de la música peruana?'. “Conocí un grupo que me gustó mucho, un grupo muy actual, pero sinceramente no te podría decir cómo se llama”.
Nosotros tampoco sabemos por qué en ese instante se apagó la grabadora, sola.
DATOFestival Cultura Libre – San Isidro. Fecha: sábado 2 de junio. Hora: desde el mediodía hasta la medianoche. Sedes: parque Andrés Avelino Cáceres, Centro Cultural El Olivar, proyecto AMIL. Ingreso libre.