Supe de Mac Demarco por su maravilloso álbum “2” (2012). Recuerdo haber pensado que repetía, en cierto modo, la fórmula empleada años atrás por la banda británica Arctic Monkeys: melodías a lo Sinatra (tipo Big Band) influidas y enmarcadas por una personalidad sonora más contemporánea y acelerada. Como a muchos, me sedujo su voz grave, esa pinta de sureño con la que aparecía en la portada y la textura ondulante de sus líneas de guitarra. Quizás se me pasó la mano con aquel disco pues, poco tiempo después, estaba harto de sus canciones: acabé por desentenderme del excéntrico y joven canadiense.
Su llegada a Lima fue la oportunidad para ponerme al día. Escuché sus nuevas producciones, “Salad Days” (2014) y “Another One” (2015), e incluso ese pequeño disco instrumental llamado “Some Other Ones” (2015). También el que antecedió a todos estos: “Rock and Roll Night Club” (2012). Siendo honesto, en ninguno llegué a encontrar la frescura que me condujo hacia él años atrás. Me sonaron repetitivos, adormecedores. En el caso del último, revitalizado solamente por el uso del sintetizador. Igual, todo parecía indicar que la presentación de este miércoles no había que perdérsela. El canadiense loco tenía fama de llevar cada uno de sus conciertos hasta el extremo.
Mundaka y Autobús abrieron la noche. Los primeros encontraron a un público muy entusiasmado por su estilo surf y guitarrero. Los segundos la tuvieron más difícil. Puede que no hayan sido la mejor elección para ese público tan joven que los recibió casi en silencio, sin aplausos, sin movimiento. Poco antes de medianoche, acompañado por una pista gloriosa, casi a lo “Star Wars”, Mac Demarco salió al escenario acompañado de su banda: cuatro personajes que reforzaban esa imagen de vagabundo que siempre ha llamado tanto la atención. “The Way You’d Love Her” y “Salad Days”, los sencillos principales de sus dos últimas producciones, marcaron el inicio. La emoción fue tal en los asistentes que al acabar con estas dos, el bajista, Pierce McGarry, tuvo que hacer un pequeño alto para pedir que, por favor, no siguieran empujando. Una consigna difícil para un concierto que había agotado entradas.
Siguieron “No Other Heart”,“ The Stars Keep On Calling My Name” y “Another One”. Ante la respuesta del público, la estrategia esta vez fue distinta. Ahora el propio Demarco se dirigió a los guardias de seguridad para preguntarles si podían mover la barrera que separaba a los fanáticos del escenario “solo un poco más adelante”. Con este gesto, el músico demostraba que su encanto, ese carisma que a veces atribuimos gratuitamente a nuestros artistas preferidos, no tenía nada de mito. Lo cierto es que Demarco parece seguir siendo un sujeto con los pies bien puestos en la tierra. Son famosas las anécdotas sobre los años que sobrevivió a punta de experimentos clínicos o pavimentando pistas. Han pasado solo cuatro años desde aquella época y la humildad parece no habérsele despegado aún.
“Cooking Up Something Good” y “Ode to Viceroy” dieron en el clavo. Con esta última, una oda a los cigarros marca Viceroy, el aire se llenó del humo de los fumadores. Prohibidos por las reglas del local, pero santificados por Mac Demarco, los cigarrillos fueron prendiéndose uno a uno conforme avanzaba la canción, como guiados por el estribillo: “I’ll smoke you ‘til I’m dying”. La noche continuó con “Without Me”, de ritmo aletargado, “Let Her Go”, en una versión muy apresurada que hizo a todos saltar, y “Just To Put Me Down” y “A Heart Like Hers”.
En este punto, al tiempo que recibía el segundo regalo por parte de los fans –el primero fue un chullo y esta vez era un lienzo con un retrato suyo-, Demarco informó que su tecladista, Jon Lent, era un nuevo miembro, y que para ayudarlo a integrarse con el público se haría lo siguiente: durante todo lo que durase la canción, que resultaría siendo “Freaking Out the Neighborhood”, los asistentes tendrían que cargarlo sobre sus cabezas. Momento conmovedor de la noche en el que un pequeño Jon, de veinticuatro años y pelo decolorado, fue recibido en brazos como si se tratase del propio Mac Demarco.
Luego, un nuevo pedido: volver a mover la barrera un par de metros hacia delante. Y a continuación, una de las más solicitadas, “Chamber of Reflection”. La marea de gente se meció de un lado hacia el otro siguiendo la tonada. Al finalizar, Demarco anunció que esta sería la última canción. Parecía improbable pues el concierto no había sido largo, pero los primeros acordes de “Still Together” convirtieron sus palabras en certeza. Esta pieza no solo cierra el disco “2”, sino también buena parte de sus presentaciones. Personalmente, siempre me pareció muy atractiva por esa extraña forma de casi transmutar “The Lions Sleeps Tonight”, la encantadora canción de The Tokens que forma parte de la banda sonora de “El Rey León”.
El final del concierto, sin embargo, no estaba tan cerca. En cierto momento, la canción se deconstruyó hasta convertirse en un extensa sesión de improvisación que, por lo inusual, parecía incluso sentirse como incómoda. Demarco acabó echado en el suelo, como aburrido, esperando a que la canción acabe. Pero de un momento a otro, tras la marca de la batería, el protagonista de la noche ensayó un salto que lo llevó hasta el público. Mientras lo cargaban en brazos por todo el recinto, aunque por momentos algo preocupado, a Mac se lo veía plenamente feliz y divertido.
Los asistentes comenzaron a salir. Pero el baterista, Joe McMurray, volvió a aparecer y pidió pensar en los sucesos de París y rechazar la violencia “venga de donde venga”. No obstante, pecando de irreverente, nos informó que la siguiente canción sería bastante violenta. Y así Demarco y su banda regresaron para cerrar la noche con una versión propia del clásico de Metallica, “Enter Sandman”, también marcada por momentos interminables de improvisación poco calculada y no muy entretenida. La canción acabó y, ahora sí, chau. Mis impresiones sobre su música no cambiaron demasiado. Pero había valido la pena. En la puerta me encuentro con un amigo:
—“¿Qué tal te pareció?”, le pregunto. —“Bien, pero me gustaron más las lentas que las movidas”, me responde.—”A mí todo lo contrario“, le replico. ”Aunque lo que más me cansó fueron esas partes largas que eran casi ruido“. —“Es que así son ellos”, me responde mi amigo, casi con entusiasmo. “Chongeros”.
Al final, me consuelo, todo es una cuestión de gustos.