“Cantaron una jarana,
San Pedro dijo: ¿quién es?
Y el Padre eterno le responde:
Ese es Oscar Avilés“.
Porfirio Vásquez.
Hablar de Óscar Avilés es hablar de la historia de nuestra música. Como decían sus amigos: “Su vida es la vida del criollismo resumida en una única biografía”. Su historia nos remonta a marzo de 1924. Al Callao, para ser más precisos. En una ironía del destino: el hombre que le enseñó a tocar guitarra a más de una generación nació a unas cuadras de la “Plazuela de los Burros”, en el centro histórico chalaco.
Su familia, que no ostentaba comodidades, tenía como mayor bien sus muchos talentos. Su padre, aunque trabajaba como fotógrafo, tocaba con destreza cinco instrumentos y, como sabía lo dura que podía ser la vida con aquellos que optaban por la música como profesión, intentó prevenir al pequeño Óscar, que ya mostraba cierto interés por el arte.
-
Cuando se le preguntaba a Avilés en qué año cambió todo para, él recordaba su adolescencia. Su padre lo escuchó ensayando a escondidas con su guitarra y, al comprobar lo bueno que era, lo invitó a no dejar atrás su ilusión. Un encuentro ocurrido poco tiempo después le daría un giro a esta historia y convencería a Óscar a continuar con su determinación de convertirse en músico.
Andrés Segovia, la leyenda española de la guitarra clásica, había llegado a Lima y el padre de Avilés le había hecho unas fotos bajando del avión y entrando a su hotel. Entonces, le encargó a su hijo que se las lleve personalmente y allí, en la habitación 303, Óscar, de 13 años de edad, se lo dijo: “Quiero ser guitarrista profesional”.
EL CAMINO DE LA LEYENDA
Óscar Avilés, que ya había recibido clases en el conservatorio de música y tenía como maestros a Juan Brito e Isidoro Purizaga, cumpliría con el anhelo que le confesó a Segovia a los 15 años de edad: se convirtió en músico de tiempo completo al integrarse como cajonero al dueto “La Limeñita y Ascoy”.
En 1943, cuando ya había pasado esta etapa y se encargaba de la música en Radio Mundial con el trío Avilés-Núñez-Arteaga, Óscar fue bautizado como “la primera guitarra del Perú” por el periodista Roberto Nieves del diario “La Noche”, el mismo que organizaba un concurso para encontrar al mejor grupo musical de las emisoras de entonces. Avilés no pasaba de los 18 años, pero la vida le guardaba más sorpresas.
En el 46 se uniría a Los Trovadores del Perú, junto con Miguel Paz, Oswaldo Campos y Panchito Jiménez. Luego formaría parte del trío Los Morochucos, quienes redefinieron el vals criollo, llevándolo del ámbito cantinero a los grandes salones de la Lima de entonces.
La influencia de Avilés se hizo sentir fuertemente gracias a su peculiar manera de tocar la guitarra, que no solo fungió de acompañante a la voz principal, sino de sólido y legítimo interlocutor de los cantantes, además de crear patrones musicales que funcionaban como prólogo y epílogo a las canciones que se interpretaban.
EL LEGADO
Con Los Morochucos estuvo desde 1947 hasta 1952, año en el que fundó la primera Escuela de Guitarra de estilo criollo, la cual mantuvo sus puertas abiertas hasta 1967.
-
En los años sesenta y setenta dos duetos marcarían su trayectoria musical: El primero, al lado de Chabuca Granda, con quien grabó las canciones más famosas que escribiera la dama del criollismo. El segundo, con el recordado 'Zambo' Cavero, quien grabaría con Avilés sus discos definitivos.
No sería de extrañar, entonces, que en 1987 la Organización de Estados Americanos (OEA) lo distinguiera – junto a Jesús Vásquez, Arturo “Zambo” Cavero, Luis Abanto Morales y Augusto Polo Campos- con el título de “Patrimonio Artístico de América”. Ese mismo año, el Ministerio de Educación le otorgaría las “Palmas Magisteriales”.
Y es que, a diferencia de otros grandes nombres de nuestra música, a Avilés no le faltaron las distinciones en vida: no solo tuvo el reconocimiento del público, quienes siempre lo mantuvieron en la popularidad, sino que también pudo presumir el ser uno de los pocos músicos que ha acudido a la inauguración de una calle con su nombre. Y es que en 1995, el Municipio del Callao decidió bautizar como Óscar Avilés a la calle Zepita, en cuyo número 653 creció y vivió.
EL FINAL
A los 87 años de edad, el maestro Avilés empezó a sufrir los primeros golpes en su salud. En marzo del 2011 perdió el equilibrio al bajar de unas escaleras y debió someterse a una operación en el brazo. Luego vendrían una seguidilla de problemas que vendrían siendo reportados en los medios: fue internado de emergencia en la Clínica Ricardo Palma debido a que se le bajó la presión, fue trasladado al hospital Edgardo Rebagliati donde los médicos descubrieron que presenta problemas renales y un cuadro de deshidratación y, en el 2014, regresó al nosocomio esta vez por un mal cardíaco que fue fulminante.
“Me falta todavía mucho por hacer”, solía decir el incansable Avilés en sus entrevistas. Y, nosotros estamos convencidos de que, con su legado, esta historia no se acaba.
-