Faltando tres segundos para las nueve de la noche se apagaron las luces y una línea de luces azules empezó a temblar allí arriba. Una brevísima obertura nada terrorífica de “Ray’s Goodbye (Halloween)” precedió la aparición de cuatro jóvenes cuidadosamente vestidos de negro. De pelo largo y jeanes perfectamente raídos, guitarra, bajo, batería y voz —la de Myles Richard Bass (Boston, 1969)— empezaron a rodar como una típica formación rocanrolera hasta que apareció el hombre del sombrero de copa y Les Paul roja.
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Refugiado entre su rizos casi inmateriales, allí estaba uno de los guitarristas vivos más brillantes del planeta y puntal de la banda más influyente en la historia del hard rock haciendo lo que mejor sabe desde Slash's Snakepit, Velvet Revolver, Apocalyptic Love y World on Fire. Pero, claro, la idea de tan raleada como invernal concurrencia a la explanada del Parque de la Exposición era ver pedazos de Guns N’ Roses, cosa que efectivamente ocurriría so pretexto de presentar “Living The Dream”, su cuarto álbum de estudio como solista y motivo de su tercera visita a la Ciudad de los Reyes.
Cuando se rompió la obertura, el vocalista separó los labios: “Como una revelación / como un rayo de luz / como un fantasma santo traicionado en la otra vida”. Entonces la banda fue delineando “The Call of the Wild”, sostenido hard rock y gobierno absoluto del señor de la guitarra roja como carta de presentación para una noche repleta de concesiones, empezando por la audiencia blanda y sometida a la luz de sus celulares. “Halo” y “Standing in the Sun” corrieron la misma suerte. Hasta el primer pistoletazo masivo, “Apocalyptic Love”, tan utilitario como masivamente coreado.
A estas alturas estaba perfectamente claro por qué en su primer disco cantaron Chris Cornell , Ozzy Osbourne , M. Shadows y Kid Rock y ahora lo hacía Myles Kennedy. De ninguna manera se trata de comparar, pero el empeño del bostoniano en las subsiguientes “Back From Cali”, “My Antidote” y “Serve You Right” derivaron en un tratamiento más o menos formuleico hasta ““Boulevard of Broken Hearts”, primer ataque directo al corazón precediendo “Shadow Life” y “We’re All Gonna Die”, tan lejano al original desde la memorable intervención de Iggy Pop.
Entonces fue cuando el bajista Todd Kerns tomó el micrófono para cantar “Doctor Alibi”, autoría de Slash y Lemmy. Pero la banda era demasiado plana para rejuvenecer en ‘punk’ y sin Slash, que se fue a tomar un respiro. Y regresar en “Lost Inside the Girl”, ese lento que llega con perfecta fortuna antes de “Wicked Stone”, otro de los grandes momentos para el solo de Slash. Como el semi pop “Mind Your Manners”, el manido “Driving Rainy” y la descafeinada balada “By the Sword”. Hasta la aparición de “Nightrain”, probable momento cumbre para los nostálgicos de GNR.
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Si en algún momento hubo espacio para lo memorable fue en el casi crepuscular “Starlight” (“En la distancia años luz de mañana / Ella está viendo el dolor del corazón con dolor / Ella está rota mientras espera / no llores, vamos a hacerlo justo antes del mañana / vamos a encontrar un lugar donde pertenecemos / nunca brillaremos solos”), enorme ante los insubsistentes “You’re a Lie” y “World on Fire”, precediendo la previsible presencia de “Avalon” y “Anastasia”, cuya recurrente presencia resulta francamente innombrable.
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En suma, una perfecta y edulcorada performance del el bajista Todd Kerns, del guitarrista rítmico Frank Sidoris y de Brent Fitz en los tambores. Un concierto de dos horas exactas salpicadas de riffs para un público hambriento de Guns N'Roses que se tuvo que ir a casa repleto de apetencias: está bien eso de usufructuar el pasado, pero sería estupendo darle un descanso ciertas melodías. En aras de la coherencia, que es el grito que repite la afición.