Sentimiento, poesía, paz. Son algunas de las palabras que el canto de Susana Baca logra transmitir en quien la escucha. En Chorrillos, donde se lleva a cabo esta entrevista, la cantautora nos regala extractos de diversos temas “para calmar los nervios”, dice. La sala del departamento que la acoge en Lima está llena de objetos de arte -cuadros, esculturas, tejidos- que nos remiten a la cultura afro, a la que ella pertenece y cuya música ha difundido a lo largo de 50 años de trayectoria.
A escasos días de su concierto “Memorias del corazón” en el Gran Tetro Nacional, en una pequeña terraza, la ganadora de dos Grammy Latinos evoca sus primeros años, a su “madre musical”, como llama a Chabuca Granda, y algunas experiencias que marcaron su vida.
Proviene de una familia ligada a la música y danzas. Su destino artístico parecía inevitable…
Sí pues. Es, sobretodo, una rama de mi familia. Viene de los De la Colina, por parte de mi madre. Están los más antiguos como Ronaldo Campos, Caitro Soto. Pero también hay otra generación posterior con nombres como Pepe Vásquez. Ahora Óscar e Iván Villanueva son los que continúan difundiendo nuestra música.
¿Sus hermanos también se inclinaron por la música?
Nosotros somos tres. Un varón y una mujer mayores que yo. Ella es madre de mis sobrinos músicos. Mi hermano tuvo dos hijos, Ernesto y Raúl, ninguno vive ahora. Pero Ernesto dejó tres hijas preciosas que me han dado sobrinas nietas. Es una delicia ver crecer a estos niños, cada uno con sus cualidades. Los veo y pienso en mi madre que le encantaba enseñarnos a bailar y que también pudo enseñarle a sus nietos. Uno de ellos toca percusión y la otra canta siempre “Si a Cañete voy”. Es una felicidad.
Su madre, Carmen de la Colina González, ¿era bailarina?
Bailaba precioso. En las fiestas, cuando bailaba tango, le hacían ruedo.
¿Y su padre, Ernesto Baca Ramírez?
Él tocaba la guitarra y era un hombre muy unido a su comunidad. La gente en el callejón donde vivíamos le decía “señor, mañana es mi cumpleaños. Me gustaría invitarlo para que toque”. Mi mamá me contaba que cuando él tocaba yo, aun pequeñita, me movía, bailaba. Son recuerdos que me los trajo mi madre. Ella decía que yo quería agarrar un pañuelo para bailar marinera cuando todavía no caminaba.
¿Cómo se vivían esas fiestas en su callejón?
Uy, llamaban a todos los vecinos, para que nadie se queje. Llevaban un regalito, una botella de pisco. En mi callejón había también mucha gente de la sierra. Siempre estuvimos los negros y los indios juntos, cantando y bailando. Esa unión se ve en los cantos de navidad que todavía se oyen en el sur del Perú, como los panalivios, los zancuditos.
¿Cuál es su primer recuerdo disfrutando de la música?
En Chorrillos. Vivíamos aquí y venían las tías, tíos y primos, durante el verano. Sobre todo los días domingos, cuando nadie trabaja y se juntaban para celebrar la vida, pienso yo. Nosotros encantados de que vengan los primos a jugar. Las tías traían fuentes de comida, otros para preparar anticuchos. Se comía, se bailaba, se festejaba. En esas fiestas yo aprendí de la música y del baile, mirando a los mayores.
Usted ha contado que su madre la invitaba a cantar para sus amigas…Sí, los domingos por la tarde venían sus amigas a Chorrillos. Y yo me preparaba muy bien porque sabía que iba a ser un momento muy especial. Con ese estímulo es que empiezo a cantar y desde allí no paro hasta hoy.
Vivió casi 20 años en este distrito…
Sí, terminando el malecón y en Blondes, una calle que está al costado del mercado antiguo de Chorrillos. He participado desde la escuela en retretas, en todas esas fiestas del 29 de junio, por el Día de San Pedro y San Pablo, con las vianderas, danzantes. Ese ha sido el alimento de mi infancia.
¿Cómo recuerda su vida en el colegio?
En la escuela yo era la artista. Cantaba, bailaba, hacia teatro. Recuerdo que una vez representé a San Martín de Porres. Era muy inquieta. Mi madre siempre estaba pendiente de que yo no descuide las tareas porque sabía que la única forma de salir de mi situación de niña pobre, de niña negra, era que yo me educara. Ella me impulsaba a estudiar, de una manera cruel a veces. Me decía “si no estudias vas a ir a recoger basura”. Y yo lloraba, porque no quería hacer eso. Y entonces estudiaba.
En esa época, usted ganó una beca para estudiar música… pero no se la dieron.
Fue una cosa de mucho disgusto y decepción. Por entonces no conocía la dimensión del problema. No sabía bien que me segregaban por mi color de piel, pero lo intuía. Tuve varios de esos desengaños. En primaria cuando fueron a buscar niñas para formar un grupo de danza no me eligieron. Mi madre me daba fortaleza y me decía “no importa, si tú luchas vas a lograr lo que quieras. Estudia, aprende y sé alguien”. Ese fue el primer golpe. Recuerdo que las niñas de rasgos indígenas tampoco fueron elegidas. Discriminar a los niños es algo muy doloroso. Debe ser penado por la ley. No hay derecho a que una persona crea que por su color de piel es mejor que los otros.
¿Le dieron alguna explicación?
No. Esa beca fue para estudiar música en el conservatorio. Tendría como 13 años, ya estaba en la secundaria. Mis compañeras me eligieron para concursar. Eran dos becas para todo el colegio. Yo gané. Pasé la audición y todos los demás exámenes. Pero llegado el momento no me la dieron. Solo sé que me volví muy rebelde y me tuvieron que cambiar de colegio. Pasé de la gran unidad escolar Juana Alarco de Dammert al Divino Maestro. Mis últimos años allí fueron maravillosos. ¿Sabes quién me enseñó lógica en el cuarto año de secundaria? Francisco Miró Quesada Cantuarias. Sus clases eran tan interesantes que no tomábamos apuntes por oírlo.
Su madre fue amiga de Felipe Pinglo, ¿cuál de sus canciones es la que prefiere?
“Horas de amor” es un vals precioso, lo he grabado con Félix Casaverde hace años. Es muy lindo. Lo aprendía oyendo a las personas que iban a mi casa y tocaban. MI madre siempre me decía, “si Felipe viviera, él estaría haciendo canciones y tú las cantarías”. Cuando grabé el disco Mama, un homenaje a mi madre biológica y a mi madre musical que es Chabuca Granda, grabé unas canciones de Pinglo.
Hablando de Chabuca Granda, ¿cómo la conoce?
Por Dora Bazán, lingüista y profesora universitaria. Ella estaba invitada a la casa de Chabuca y me dijo “Susanita, ¿qué vas a hacer esta tarde? Vamos a ir a la casa de Chabuca Granda. Pasamos por ti”. Así nos conocimos. Yo le canté unos valses compuestos por ella y me dijo “nadie te va a escuchar si cantas solo mis composiciones”. Bien fuerte. Quizás fue porque ella tenía mucho reconocimiento en el exterior y después de lograr eso recién empiezan a escucharla aquí. Suele pasar (sonríe).
¿Qué significa Chabuca para usted?
Ella fue mi maestra, mi madre, mi amparo. Me empleó por algunas épocas para ordenarle sus papeles. Fui algo así como su asistente. Más que la guitarra, Chabuca tocaba el piano, creo que allí componía sus temas. Yo la conocí cuando estaba en proceso de componer todas las canciones dedicadas a Javier Heraud. Se conmueve tanto por el asesinato de este poeta que escribe unas canciones bellísimas.
Usted ya cantaba poemas…
Cuando la conozco yo cantaba poemas de Neruda, de Vallejo. Chabuca le dijo a César Calvo que yo cantaría sus poemas. Así surge, “María Landó”. Décadas después, esta canción es escuchada por David Byrne en un video y él la incluye en una antología de la música afroperuana.
Hablar de David Byrne es también hablar de los Grammy que ganó hace unos años…
Claro, con el disco “El alma del Perú negro” él dio a conocer nuestra música. Me invitaron a presentar el disco. Fui, canté y el New York Times me hace una crítica maravillosa que me coloca en lugar muy alto. Dicen que “Susana es capaz de crear su propia tradición”. Después de un tiempo, con un disco que grabé hacía 16 años en Cuba, “Lamento negro”, gané el Grammy. Que por cierto fue una edición pirata (risas).
¿Cómo así?
Lo que pasa es que fue un productor persa quien presentó ese disco sin autorización, No puso los créditos de los músicos. A las justas salía mi nombre. La vida tiene estas cosas.
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Nos hemos saltado un poco en el tiempo…
Digo esto por subrayar a María Landó. Aquí en el Perú cuando yo la mostraba a las disqueras me decían “no, la poesía no le interesa a la gente. Cante otra cosa, señora”. Por eso fue increíble que esa canción, ese poema, me abriera las puertas del mundo. He cantado ese poema en comedores populares de Comas y las señoras han sentido que es su canción, la han bailado. Ellas son María Landó. Esta canción es el himno de las mujeres fuertes que construyen el país.
Junto a Chabuca usted descubre un universo musical más amplio…
Sí, pero de niña también tuve algo de esto porque mi madre trabajaba limpiando el departamento de un diplomático. Yo iba con ella porque era la más chiquita, no me podía dejar sola. La única manera de lograr que yo me quede quieta era poniéndome esos discos antiguos de música clásica, de Beethoven, Mozart. Esa fue una formación musical temprana. Chabuca tenía mucha música. Con ella escuché por primera vez a Pablo Milanés, Bola de Nieve, Silvio Rodríguez y muchos más. Recuerdo las veces que iba a su casa y disfrutaba de esa música.
Estudió Educación en La Cantuta. ¿Qué la anima a elegir esa carrera?Mi madre. Ella conoció músicos y compositores, que en nuestro país han muerto en la indigencia. Sin servicios médicos, sin seguro social, como seguimos hasta ahora los artistas. Por entonces, yo tenía un problema respiratorio muy grave así que la mejor alternativa era que estudie para maestra en La Cantuta, Chosica. A mí me gustaban los niños, podía hacer servicio social. Llegué a entender, perfectamente, que debía tener una profesión.
Sé que en la universidad también participó de un concurso de música…
Fue un concurso interuniversitario en la Agraria. Yo fui con un guitarrista, un estudiante de años más avanzados, de apellido Angulo, ganamos y nos trajimos el premio a la Cantuta. Posteriormente, estudié canto, de manera particular con dos maestras del Conservatorio Nacional de Música. Terminé mis estudios de canto con Andrés Arriaga, un profesor de coros de Cuba, que se quedó enseñando en el Perú.
¿Dónde ejerció como maestra?
En las alturas del barrio de El Agustino, por ejemplo. En el cerro 7 de octubre enseñaba a los niños de transición a aprender a leer. Estuve a cargo de un aula de niños y me ayudé de la pintura y la música para poder educarlos. Eran niños ya heridos por la vida. Oí a uno de esos niños decir, en plena formación “señorita, quítele la cuchilla a Johnny, que en la hora de recreo me va a cortar”. Casi me desmayo, yo que venía del mundo de los poetas y músicos, de sensibilidad. La violencia en ese cerro era terrible. Esos niños me cambiaron la vida, pero tuve que abandonarlos. Yo reemplazaba a una profesora, me nombraron para enseñar en la sierra, en Tarma.
¿Qué diferencias encontró allí?
Es otro mundo, otra vida. Si bien no hay tanta violencia física contra los niños, existe una violencia estructural, allí tienen que levantarse muy temprano para ayudar a sus madres a lavar las zanahorias en los ríos helados para que lleguen bien a Lima. La rabia y la furia que yo sentía eran enormes. Yo cogía sus manitos y estaban heladas. Uno de mis alumnos fue el hijo del mayor ganadero de la zona, ¡y casi no tenía casi dientes¡ Esas contradicciones me movieron el alma. Me sublevaban. A las madres de mis niños les preguntaba ¿hasta dónde te vas, mamita? “Hasta allá arriba, a cosechar”, respondían. Eso significaba que debían subir a un cerro y cruzarlo hasta llegar a otro donde tenía su sembrío.
¿Ve a alguno de sus exalumnos?
Sí, aún. Pero casi he perdido contacto con los de El Agustino. Solo una vez encontré a un grupo. Cuatro de ellos fueron becados por la Universidad Católica y cuando fui a dar un concierto al patio de Letras me los encontré. Me recordaron y vinieron corriendo a abrazarme. No fue en vano todo el esfuerzo en El Agustino.
Usted no solo canta, sino que investiga y ha rescatado muchos temas afroperuanos ¿cómo empieza con esta tarea?
Quisimos encontrar a las comunidades afro y lo que estas habían proyectado en las regiones donde estaban. Basándonos en un recuento que había de la historia de los afroperuanos en el Perú, recorrimos las costas peruanas e hicimos un libro que se llamó “Del fuego y del agua”. Fue un primer aproximamiento a estos temas. Después de 20 años de haber hecho este recorrido, tuvimos la idea de ir a ver qué era lo q estaba pasando ahora con estas comunidades.
En el 2012 fuimos de Tacna hasta Tumbes y entrevistamos gente, recopilamos música, pensamiento, poesía, y eso terminó registrado en un libro titulado “El amargo camino de la caña dulce”. La caña de azúcar fue el sembrío que más esclavizó a los negros, luego estaba el algodón. Hay cantos relacionados del encuentro entre indios y negros, porque juntos trabajaron en los campos. Por ejemplo: “palomita ingrata pecho de alhelí, todos tus amores dámelos a mí”, ahí viene el zapateo de los negros y esto se acompaña con violín o arpa en algunos lugares. Es el reflejo de la unión de negros e indios, sufriendo y viviendo lo que les tocó vivir.
El rescate de los temas afroperuanos, ¿fue uno de los legados que Chabuca Granda le dejó?
Ella le dio mucha importancia a la música de origen afro. Si bien no hacía festejos o zamacueca, por su gran intuición musical hace composiciones sobre estos ritmos y crea cosas nuevas. Era muy respetuosa, tocaba con músicos muy importantes de la música afroperuana, con Vicente Vásquez, Félix Casaverde, y los reunía en su casa.
A propósito del rescate del legado musical afroperuano, en los años noventa fundó junto a su esposo el Instituto Negrocontinuo.
Tenemos un espacio para que los jóvenes recuperen su identidad. El centro cultural que tenemos en Cañete es la continuación del instituto. En este centro cultural, la escuela de música no recibe clases como en la universidad sino que reunimos a estos jóvenes les damos una formación, conferencias para apreciar la música. Aquí comparten lo que tienen, renuevan su herencia y participan de la música. Ellos están invitados a hacer los coros de las canciones que voy a interpretar en mi concierto del Gran Teatro Nacional.
Como exministra de Cultura ¿qué opina del papel del estado en este sector?
La deuda que se tiene es muy grande. Este es un ministerio con muy poco presupuesto. Basta ver lo que otros países de Latinoamérica invierten en cultura. México, Ecuador, Colombia. A mí me ha tocado ir a esos países y es muy diferente. Nuestro arte y tradición es valiosísimo, es un tesoro. Los peruanos no tenemos por qué sentirnos menos porque somos un país con cultura viva.
En Puno tenemos tal cantidad de danzas que no te alcanzan los ojos para verlo todo. Sé que hay gente valiosa en el ministerio, pero ¿qué pueden hacer con 70 centavos de dólar de inversión por cada peruano? Ese fue el impedimento más terrible que tuve como ministra, pero dentro de eso hicimos cosas que valieron la pena. Tuvimos que irnos a los seis meses de trabajo, pero con un plan extraordinario que aún conservo. Me respalda la verdad.
MÁS INFORMACIÓNConcierto “Memorias del corazón”Lugar: Gran Teatro Nacional. Dirección: Av. Javier Prado Este 2225, San Borja. Fecha: 26 de setiembre, 8:30 p.m. Entradas: Teleticket y boletería.