La realidad siempre supera a la ficción, siempre. Por eso, tal vez, no haya mayor historia de espías, conspiración y complot que la que protagonizó Alfred Dreyfus en la Francia de finales del siglo XIX y que inspira, 125 años después, la última película de Roman Polanski, el director que se encuentra una vez más en el ojo de la tormenta del cine mundial.►¿Es necesaria una cuota de género en los festivales de cine?►Giovanna Pollarolo: “Me convertí en una obsesiva de las adaptaciones”
Tal vez Polanski quisiera que el mundo vea un paralelismo entre lo que le sucedió a Dreyfus y a él. El primero fue acusado injustamente en 1894 de vender secretos de Estado a Alemania y fue condenado a trabajos forzados y al destierro, incluso cuando las pruebas en su contra eran muy débiles; también cuando el oficial francés Marie-Georges Picquart descubrió que el verdadero traidor era el miembro del contraespionaje francés, Ferdinand Esterházy. Este último fue absuelto de las acusaciones de Picquart y el escándalo creció dividiendo a la sociedad francesa que vio el antisemitismo hacia Dreyfus. Finalmente, tras 12 años en prisión, Dreyfus fue absuelto y reincorporado al Ejército francés.
Por su parte, Polanski fue acusado en 1977 de violar a Samantha Geimer. Ella tenía 13 años –él 44– y declaró que Polanski le dio una pastilla somnífera y la violó. El director, quien sostuvo que tuvo sexo con la menor en circunstancias consentidas, huyó a Europa. Aunque Geimer en los últimos años ha pedido que dejen en paz a Polanski y reconoció en una entrevista de 2003 con la periodista Rhys Blakely que en aquel momento –de la violación– “era consciente de que estaba comportándome mal, de que estaba haciendo una estupidez. Tampoco era tan ingenua”, la justicia estadounidense sigue pendiente de su caso.
—Él acusa—Polanski ve una relación entre su película y sus acusaciones. “Me resultan familiares muchos de los métodos del aparato de persecución mostrados en el filme, algo que claramente me ha inspirado”, ha dicho en una entrevista con el escritor Pascal Bruckner.
Hoy hay también, según Polanski, “procedimientos judiciales pésimos, jueces corruptos y, por encima de todo, las redes sociales, que condenan sin un proceso justo o el derecho de apelación”, sentencia.