Acogido en la vieja casona neoclásica de altas columnas y larga balaustrada de Yuyachkani, el público se va involucrando en el misterio que sucederá dentro del enorme cubo negro situado detrás de la mansión, al hojear documentos puestos sobre una mesa en el medio del salón republicano con piso de baldosas decoradas. Los tickets de entrada no son numerados, por lo que hay que hacer una cola que dura el tiempo de revisar y apagar los celulares. Adentro no hay butacas y en la penumbra se pueden leer textos, ver imágenes y vestigios de dos temas de la historia peruana, dos momentos cruciales para el país: la Guerra del Pacífico y el conflicto armado interno, que coinciden en algo macabro, sus víctimas. Ambos enfrentamientos fagocitaron mayoritariamente a los más pobres del Perú.
Mimetizados con aquella precaria parafernalia museística, los actores surgen de la tiniebla. La viuda de Miguel Grau, vestida de negro (como lo hicieron simbólicamente las novias que se casaban en el aciago período de la invasión chilena), pasa cerca del retrato del héroe recitando frases tomadas de los documentos expuestos; la sigue una persona que porta la reproducción pictórica del monitor Huáscar. En los demás rincones de ese vientre de Leviatán suceden eventos simultáneos, pues los yuyas se han repartido el espacio creando cada uno su propio eslabón, que irá uniendo sincrónicamente con los otros en una cadena contrapuntística que llegará al paroxismo cuando plataformas rodantes, impulsadas entre los espectadores, sirvan de escenario elevado y móvil, de anda, de urna. De salón de baile para que Abimael dance el tema de “Zorba, el griego” con la Iparraguirre o que Fujimori y Montesinos dictaminen, manipulen, coqueteen, maten y mientan como muñecones enmascarados y falsos de una parodia tétrica y festiva. Acompañada por una pista de sonido incidental bien seleccionada a la que se suman intervenciones puntuales y oportunas de los instrumentistas.
La música aumenta el vigor al ya energético desenvolvimiento de esos entrañables actores, que nos vienen dando que pensar y recordar desde hace más de 40 años. Es un espectáculo pleno en el que “antes que lo bello hay una convicción, una verdad personal, que cuando se asoma se puede convertir en fundamento del hecho estético”, comenta Miguel Rubio. Esa verdad personal a la que se refiere el director de la puesta colectiva “Sin título, técnica mixta” tiene que ver con el rescate del pueblo originario y raigal que, habiendo sido la víctima principal de los conflictos en referencia, representa el germoplasma material y espiritual de la nación. El hecho estético es el conjunto de esos fragmentos compuestos por cuadros vivos, danzas, recitaciones, performances y otras “técnicas mixtas” de contenido político, religioso y antropológico en un escenario de 360 grados, en el que el espectador es parte del movimiento.
Frente a la arremetida del negacionismo, esta pieza acompaña al LUM en su propuesta de reconciliación a partir de la verdad.
AL DETALLEPuntuación: 5/5 estrellasCreación colectiva: Yuyachkani. Dirección: Miguel Rubio Zapata. Actúan: Ana Correa, Augusto Casafranca, Débora Correa, Julián Vargas, Rebeca Ralli, Teresa Ralli y otros. Lugar: Casa Yuyachkani (Jr. Tacna 363, Magdalena). Hasta el domingo 3 de junio.