Las violentas escenas vividas en el centro de Río de Janeiro la noche del pasado lunes han sido descritas torpemente como responsabilidad de manifestantes en los medios de comunicación de Brasil, particularmente aquellos que son proclives al gobierno.
Pero esa etiqueta genérica no representa las intenciones de unos 10.000 maestros, estudiantes y sindicalistas que habían convocado a una marcha digna y pacífica.
Además, no logra identificar las intenciones y motivaciones de los pocos jóvenes enmascarados vestidos de oscuro que destrozaron, quemaron y vandalizaron lo que encontraban a su paso por el centro histórico de Río, en una orgía de violencia.
Maestros y otros funcionarios públicos están crecientemente desesperados y frustrados en la medida que sus sueldos no logran mantenerse a la par del ascendente costo de la vida en Brasil.
El resentimiento se alimenta, argumentan algunos, del excesivo gasto gubernamental en eventos deportivos de alto nivel como el venidero Mundial de Fútbol 2014 y los Juegos Olímpicos de 2016.
A medida que los manifestantes del lunes se concentraban en el centro de la ciudad, era fácil percibir que se trataba mayoritariamente de profesionales de clase media y baja.
También destacaba cómo se incorporaban muchos hombres jóvenes mientras la marcha progresaba por la avenida Río Branco.
Estudiantes de bachillerato, algunos en sus uniformes azul y blanco, se incorporaban en apoyo a sus profesores.
AMALGAMA CIUDADANA Se trataba de grupos disimiles, parte de un movimiento de protesta que carece de líder nominal, organización dominante o consigna única que los reúna.
Algunos esgrimían banderas políticas y casi todos coreaban cánticos contra el gobernador del estado de Rio de Janeiro, Sergio Cabral, y el alcalde de la ciudad, Eduardo Paes.
Junto a ellos caminaban por Rio Branco unos 200 o 300 muchachos, y algunas muchachas, vestidos de negro de pie a cabeza.
Casi todos tenían sus rostros cubiertos, aunque pocos llevan máscaras ahora porque es una causal de arresto debido a un reciente y controvertido decreto del gobierno regional.
Son los Black Blocs, cuyas acciones al margen de la manifestación principal convirtieron en violento un evento que hasta ese momento había sido pacífico.
En ocasiones anteriores he sido testigo y he visto convincentes videos que apoyan las acusaciones de que las fuerzas de seguridad han sido las promotoras de la violencia para justificar sus propios excesos represivos.
Pero ese no parece ser el caso de la protesta del lunes. De hecho, las críticas que se le han hecho a algunos policías de ciertas partes de la ciudad es que fueron lentos en reaccionar y que no vigilaron la manifestación como debieron haberlo hecho.
ENIGMA Los Black Blocs son un enigma que nadie logra descifrar.
¿Anarquistas? ¿Jóvenes frustrados? ¿Anticapitalistas decididos a avergonzar al gobierno y generarle problemas cuando los ojos del mundo están sobre Brasil?
No son exclusivos de Brasil y de hecho han estado destructivamente activos en manifestaciones antiglobalización desde Seattle, en Estados Undos, hasta Grecia o Egipto.
No es un grupo permanente, no están vinculados a un sector social o profesional. Se mueven en el ciberespacio organizando acciones a través de Facebook y otras redes sociales.
Los Black Blocs detestan los símbolos de la autoridad y más aún a las corporaciones multinacionales a las que acusan de explotar a Brasil y su pueblo.
Por eso no es sorprendente que la Cámara de Comercio y el Banco de Brasil, ubicados uno cerca del otro en el centro de Río, estuvieron entre los primeros objetivos de su furia.
Luego del tardío despliegue policial, los violentos se retiraron, aunque generando destrozos en negocios y edificios mientras se diluían en las sombras.
Aunque esa violencia estuvo limitada al despoblado centro financiero de la ciudad, muchos brasileños quedaron atónitos y haciéndose preguntas sobre el futuro del movimiento de protesta ciudadana.
POSTURAS RADICALES Las reacciones a los eventos de la noche del lunes en Río y Sao Paulo, donde hubo demostraciones menores, han sido mixtas: desde la previsible condena en círculos políticos y los principales medios de comunicación hasta la postura reflexiva de otros grupos que participaron en la manifestación original.
Algunos sindicalistas condenaron el secuestro de su marcha pacífica y algunos exigieron saber a quién representan y qué agenda manejan los Black Blocs.
Pero también, una minoría argumenta que la destrucción es un inevitable síntoma de un sistema en el que, hasta ahora, la policía antimotines ha sido acusada de uso excesivo de la fuerza contra los manifestantes y en el que los políticos corruptos disfrutan del poder mientras los brasileños luchan por estirar el presupuesto.
En los meses que han pasado desde que empezaron las manifestaciones, ninguna autoridad municipal, estatal o federal ha ofrecido soluciones creíbles para lidiar con la crisis que viven las grandes urbes brasileñas.
La presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, dice que está escuchando las exigencias populares y ha hecho algunas concesiones en áreas como salud o educación, pero hay radicales en ambos lados que parecen estar disfrutando de la pelea.