Pekín. La Gran Muralla no tiene quién la defienda. El imperio chino del siglo XXI ya no necesita fortificaciones de piedra y ladrillo y su mayor emblema se desmorona por la falta de atención. Casi un tercio de la construcción ya ha desaparecido y los expertos ahora temen lo peor: que pase a ser un recuerdo.Seguir a @Mundo_ECpe !function(d,s,id){var js,fjs=d.getElementsByTagName(s)[0],p=/^http:/.test(d.location)?'http':'https';if(!d.getElementById(id)){js=d.createElement(s);js.id=id;js.src=p+'://platform.twitter.com/widgets.js';fjs.parentNode.insertBefore(js,fjs);}}(document, 'script', 'twitter-wjs');
El clima, el vandalismo y la dejadez han hecho desaparecer casi 2.000 kilómetros de los 7.000 de la Gran Muralla que se calcula que fueron construidos durante la dinastía Ming (1368-1644), los tramos considerados como la muralla genuina, pues fue en esa época cuando vivió su mayor longitud y esplendor, según datos oficiales publicados esta semana.
“La situación no es buena”, asegura un funcionario de la Administración encargada de la conservación de este símbolo nacional, una construcción cuyo mantenimiento, explica, es de “gran coste y dificultad”.
La Gran Muralla, una estructura formada por diferentes tramos, pasa por más de quince provincias o regiones de China, desde Pekín en el norte hasta el desierto del Gobi al oeste, y se calcula que en total su longitud puede alcanzar los 21.000 kilómetros.
“Cruza montañas, valles, ríos, desiertos o llanuras, y soporta condiciones climatológicas muy difíciles”, añade el representante gubernamental que indica que una de “las lluvias torrenciales” que se suelen vivir en el norte en verano, como en la capital, puede llegar a derribar paredes enteras del monumento.
La vegetación también supone una amenaza, ya que las raíces de las plantas se extienden a través de las paredes de la fortificación debilitando así la estructura, algo que también hacen el calor y el frío extremos de buena parte del norte de China.
El clima está ganando la batalla al muro que sirvió para defender a los chinos de los pueblos nómadas y ganaderos del norte de Asia durante siglos -aunque no siempre lo lograra-, y las acciones del hombre tampoco se lo están poniendo fácil.
“Hay insuficientes personas para su conservación y protección”, destaca Dong Yaohui, subdirector de la Sociedad china de la Gran Muralla (GWCS, en inglés).
En una conversación con Efe, Dong recuerda cómo en los años 60 y 70 “muchas personas deshacían trozos de la muralla para construir sus casas”.
A ello se suma la venta en el mercado negro de fragmentos de la construcción, especialmente, aquellos que poseen caracteres grabados en ellos y que tienen más valor (unos 3 dólares).
De acuerdo a un estudio de la GWCS en 2014, tan sólo un 8,2 % de la Gran Muralla está en “buenas condiciones”, mientras que el 74,1 % está clasificado como “en muy mal estado”.
“El Gobierno ha dado pasos, pero son insuficientes”, critica el subdirector Dong, y considera que las penas para aquellos que atentan contra el monumento “deberían ser más altas”.
En 2006, el Gobierno chino aprobó la primera ley destinada a proteger un patrimonio cultural, la Gran Muralla, si bien la falta de detalles en la norma y de personal administrativo para cumplir su propósito le han llevado a que sea considerada un “papel sin valor”.
“A decir verdad, en el pasado no se ha prestado mucha atención al mantenimiento de la Gran Muralla. China ha vivido y aún vive un proceso de transformación y desarrollo de su economía y el proceso de protección de patrimonios culturales va de la mano”, comenta el catedrático de Historia, Xu Haiyun, de la Universidad Renmin de Pekín.
Xu se muestra optimista al asegurar que, en las circunstancias actuales, “con el suficiente poder financiero” de China, “se pondrá todo en marcha para garantizar la protección” de uno de los “símbolos de China”, que nació como tal en el s.III a.C. por orden del primer emperador chino, Qin Shihuang, para enlazar los varios tramos de muros defensivos levantados por antiguos tribus y reinos.
Pero no todo el problema recae en los fondos, comenta por su parte el subdirector de GWCS. “Hay que concienciar a la población”, reivindica Dong, y propone buscar voluntarios, gente que viva cerca de algún tramo de la fortificación para que los “cuiden” a cambio de un subsidio.
Una popular tendencia de visitar las partes “salvajes” de la construcción, aquellas no habilitadas para el paso de turistas, está también provocando su deterioro ya que son zonas sin gestión alguna.
Para Dong, no obstante, el turismo no es un problema, sino un aliado a explotar: “Sólo una pequeña parte de la muralla está abierta al turismo y esa es la parte mejor conservada. Los turistas no la dañan, la protegen”.
Fuente: EFE