“Aseguren nuestras fronteras” o “Fuera la inmigración ilegal” son algunos de los mensajes que se pueden leer en las pancartas que portan los ciudadanos que desde hace una semana se están manifestando en la ciudad de Murrieta, en el sur de California (EE.UU.).
Se oponen al traslado a un centro local de la Patrulla Fronteriza de varios grupos de niños y mujeres provenientes de Centroamérica.
Los manifestantes han estado bloqueando el paso de los autobuses que transportan a los indocumentados, que están siendo transferidos desde Texas y Arizona debido al colapso en esos lugares de las instalaciones que albergan a los miles de inmigrantes que han llegando a la frontera sur de EE.UU. en los últimos meses.
Aseguran que no quieren a los sin papeles en Murrieta porque “traen consigo enfermedades” y “muchos de ellos son delincuentes” y culpan al gobierno de Barack Obama de la crisis migratoria que se está viviendo en suelo estadounidense.
Frente a los que protestan contra los indocumentados, separados por un cordón policial y ante la atenta mirada de los periodistas, están los activistas que trabajan en favor de los derechos de los inmigrantes y sus simpatizantes, quienes también llevan una semana montando guardia en la localidad californiana.
En los últimos días se han vivido escenas de tensión entre ambos grupos, que no han dejado de proferirse gritos e insultos, teniendo que intervenir las autoridades en varias ocasiones realizando varias detenciones.
¿ENFERMEDADES Y DELINCUENCIA?“Estamos aquí para que el gobierno haga algo de una vez por todas para arreglar el sistema migratorio”, le dice a BBC Mundo Angela, una vecina de Murrieta que lleva desde la semana pasada apostada junto a varios familiares y amigos en la carretera que conduce al centro de la Patrulla Fronteriza en el que deberían ser hospedados los indocumentados, que en su mayoría provienen de Guatemala, Honduras y El Salvador.
“En esta comunidad no tenemos los medios para hacer frente a esta situación. Estos niños nos dan pena, pero no podemos hacernos cargo de ellos. Tenemos nuestros propios pobres, veteranos y niños que también necesitan ayuda”, asegura la mujer.
Cuando se le preguntas por qué teme que trasladen a los indocumentados a Murrieta, Angela dice que “no hay que olvidar las enfermedades y la delincuencia que traen con ellos”.
“Algunos tienen tuberculosis o están cubiertos de piojos. No es su culpa pero no están siendo visitados por médicos de forma adecuada. Además, algunos son miembros de pandillas”, asevera.
Entre los que se oponen al traslado de los indocumentados también está Michael Herrera, un joven de origen mexicano que, cubierto con una bandera estadounidense, le dice a BBC Mundo que “los inmigrantes que entran en el país deben hacerlo de manera legal”.
“El 40% de los agentes fronterizos están en estos momentos procesando a los indocumentados en vez de estar vigilando la frontera”, asegura Herrera.
“Estamos preocupados por la seguridad. ¿Por qué no los llevan a Washington DC? Dicen que son niños pero muchos de ellos son adolescentes y podrían ser criminales y pertenecer a las pandillas de países como Guatemala o Honduras”, señala el joven.
Esa misma opinión la comparte un hombre que no quiere identificarse que porta una pancarta en la que se puede leer: “Obama a favor de Centroamérica y que le den a EE.UU.”
“Las cosas ya son los suficientemente difíciles para nosotros como para que encima se gasten nuestro dinero albergando a indocumentados”, le dice a BBC Mundo.
“Hemos de cerrar nuestras fronteras. No sé si estos niños son delincuentes o terroristas, pero no hay duda de que hay criminales que están constantemente entrando en el país”, asegura el hombre quien niega que en estas protestas haya un componente de racismo.
“Lo quieren convertir en una cuestión racial pero eso es basura”, señala.
“QUIERO ESTAR CON MI GENTE”Al otro lado del cordón policial, se encuentran los que han venido hasta Murrieta para mostrar su solidaridad con los inmigrantes.
Se trata de un grupo heterogéneo en el que hay tanto ciudadanos estadounidenses como latinoamericanos y en el que se puede ver alguna cara conocida, como el cantante Lupillo Rivera, hermano de la fallecida artista mexicano-estadounidense Jenni Rivera.
Esta es la segunda ocasión en la que Rivera se manifiesta en este lugar, después de que la semana pasada tuviera que hacer frente a los insultos de los que se oponen al traslado de los sin papeles, que llegaron a escupirle.
“He vuelto porque quiero estar con mi gente”, le dice el cantante a BBC Mundo.
“Los videos en los que se les ve escupiéndome lo dicen todo. Estoy de acuerdo con que tengan sus sentimientos y los expresen pero no creo que escupir sea algo correcto. Creo que es un acto de racismo y el racismo no debe de existir”.
Rivera asegura que quiere saber “qué está pasando” con los niños indocumentados que no han podido ser trasladados a Murrieta por culpa de las protestas.
“Si finalmente los menores han de ser deportados, que se aseguren de que lleguen a sus países. Yo me subo al avión con ellos si hace falta. Lo que no puede ser es que los suelten en México. ¿Qué van a hacer allí si no es su país?”, se pregunta el cantante.
Previamente Rivera ha estado charlando con el alcalde de Murrieta, Alan Long, quien en los últimos días se ha hecho eco de las preocupaciones de sus conciudadanos.
“SIN INFORMACIÓN”En conversación con BBC Mundo, Long se queja de que prácticamente no han recibido información por parte de las autoridades federales sobre el traslado de los indocumentados.
“Nuestra principal prioridad es la seguridad de la comunidad. Nos preocupa el estado de salud de los inmigrantes. Les ofrecimos una clínica móvil para someterlos a una revisión médica pero la rechazaron”, explica el alcalde.
“También nos preocupa el estado de las instalaciones de la Patrulla Fronteriza. En realidad es una cárcel. Quieren meter a niños y mujeres en una cárcel durante varios días. Este no es el lugar para albergarlos”, señala Long.
Pese a las protestas en contra de los sin papeles y los altercados que ha habido en los últimos días entre partidarios y detractores de los inmigrantes, el alcalde de Murrieta hace hincapié en el rechazo del consistorio de la ciudad a los insultos y las agresiones físicas.
“En Murrieta no hay racismo. Yo soy medio hispano y mi mujer lo es al 100%. Nuestros ancestros eran hispanos. No sé de dónde han sacado lo del racismo”, asegura Long.
Nora, una panameña nacionalizada estadounidense que desde hace más de diez años vive en Murrieta, no está de acuerdo.
“Claro que hay racismo en esta zona. Lo sé por la forma en la que te miran y te tratan”, asegura la mujer, que considera que “los que protestan en contra de los sin papeles son unos egoístas que no piensan en el bienestar de los niños”.
Lo mismo opina su amiga María, quien se está manifestando por cuarto día “para apoyar a nuestros hermanos latinos”.
“Son niños. No tienen la culpa y no saben lo que está pasando. Siento pena por ellos y creo que hay que ayudarles. Están huyendo de sus países por la violencia”, asegura.
La tensión crece en Murrieta y en otras localidades del sur de EE.UU. y la crisis migratoria desatada por la llegada de más de 50.000 menores centroamericanos desde el pasado octubre no tiene visos de resolverse.
Mientras el presidente Barack Obama pide fondos adicionales al Congreso de su país para hacer frente a la “emergencia humanitaria” de los indocumentados, partidarios y detractores de los inmigrantes van a seguir manifestándose para exigir una solución.