Las bombas seguían cayendo ese día y Abu Hassan, “Casco Blanco” en Alepo (Siria), se precipitó como siempre hacia el lugar bombardeado, sin imaginarse que entre los cuerpos que encontraría se hallaba el de su hijo, también voluntario.Seguir a @Mundo_ECpe !function(d,s,id){var js,fjs=d.getElementsByTagName(s)[0],p=/^http:/.test(d.location)?'http':'https';if(!d.getElementById(id)){js=d.createElement(s);js.id=id;js.src=p+'://platform.twitter.com/widgets.js';fjs.parentNode.insertBefore(js,fjs);}}(document, 'script', 'twitter-wjs');
En el barrio rebelde de Bab al Nayrab, este hombre de 50 años señala el retrato de un joven rubio, sonriente, colgado en la pared del centro de la defensa civil.
En el patio, varios socorristas limpian sus cascos. Otros cubren con barro su vehículo de bomberos para que no sea visto por los aviones, que disparan contra el auto.
Desde hace tres años, Abu Hassan, de 50 años, y su hijo Hassan, de 26 años y padre de dos niños, trabajaban para los Cascos Blancos. Junto a otros 3.000 voluntarios, salvaron cientos de vidas en las zonas rebeldes, sometidas a intensos bombardeos del régimen sirio y de su aliado ruso.
Hace dos semanas, “un ataque alcanzó el barrio de Salhin durante la noche”, recuerda Abu Hassan, rememorando ese fatídico día. “Oí la llamada de ayuda en nuestros walkies-talkies”, como siempre, dice. “Nos informaron de que se había producido una matanza”, apostilla.
Sabía que su hijo Hassan estaba a esa hora en el barrio, en una ambulancia, para comprar combustible.
“Cuando llegué, había muchos cadáveres”, recuerda este hombre, carpintero de profesión antes de la guerra. “Alguien me indicó que había más muertos detrás del edificio bombardeado. De repente, me entró el pánico y me precipité” hacia el lugar, explica lentamente Abu Hassan.
“Vi el cuerpo de hombre joven, herido de gravedad en el estómago, una pierna y en la cabeza. Le di la vuelta para ver su cara”, cuenta con la voz entrecortada.
“Era mi hijo”, murmura, conteniendo sus lágrimas. “Fue el momento más duro de mi vida”.
Trasladado al centro de defensa civil, el cuerpo de Hassan fue velado toda la noche por su padre.
“Pedí al responsable que nos cambiara de centro. No podía soportar quedarme aquí, ver su nombre y las inscripciones que había escrito en las paredes”, prosigue Abu Hassan. “El recuerdo de esa noche me es insoportable”, añade.
— Socorristas rescatados —
En el edificio, de una planta, están colgadas en una pared fotos de los voluntarios fallecidos, así como cuatro cascos donde están inscritos los nombres de los desaparecidos. Entre ellos, Hassan y su colega, muerto en el mismo bombardeo.
En otras partes, se ven lemas y frases que muestran la determinación de este grupo de voluntarios, creado en 2013: “Resistiremos” o “Los bomberos son nobleza y sacrificio”.
El grupo, financiado por varios países, entre ellos Reino Unido, y por donaciones, perdió a 142 miembros.
Estos voluntarios arriesgan su vida para salvar otras, como en el este de Alepo, un sector donde viven asediadas más de 250.000 personas.
Es el caso de Mohamad Wawi que, hace una semana, rozó la muerte. “Cayó un obús y todo el equipo resultó herido, uno de ellos grave”, explica. “Estábamos salvando civiles, pero luego fueron los habitantes los que vinieron a socorrernos”, recuerda.
Desde el lanzamiento de una ofensiva contra los barrios rebeldes de Alepo hace dos semanas, los aviones del régimen y de Rusia atacan “sistemáticamente nuestros centros”, se lamenta Bibars Mashaal, jefe de la defensa civil en Bab al Nayrab.
En medio de todo este horror, Louay Mashhadi, de 25 años, responsable de otro grupo de Cascos Blancos, olvida que pone en peligro su vida. “Hace unos días, encontré a un bebé de cuatro o cinco meses entre los escombros, en Salhin. La parte inferior de su cuerpo estaba destrozada”, relata.
“No tenía piernas, ni una parte de su estómago, pero estaba vivo”, añade. “Estuvo un cuarto de hora en mis brazos, antes de morir”, rememora este hombre, que antes trabajaba como obrero y que tiene un bebé de la misma edad.
“Fue tan difícil que me puse enfermo, me encerré en casa durante tres días”, concluye.
En dos meses, Louay Mashhadi también perdió a cuatro compañeros: “Nosotros, los Cascos Blancos, somos como una gran familia (...) Lloré su muerte como si fueran de la familia”.
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Fuente: AFP