Beijing (EFE)
Pese a ser, tras EE.UU., el segundo país con más millonarios del planeta, la afición de China a la filantropía es todavía residual y los que se lanzan se enfrentan no solo a trabas burocráticas, sino también a la desconfianza hacia el propio sistema, una situación que ya presenta ciertos visos de cambio.
Cuando en 2010 Bill Gates y Warren Buffett hicieron un viaje por China, trataron de incentivar a las grandes fortunas del país a que donaran más parte de sus patrimonios o a que se aventuraran a crear fundaciones al estilo de la del gurú tecnológico y su esposa, la Bill & Melinda Gates Foundation.
Tres años más tarde, los 100 mayores filántropos chinos habían donado un total de 890 millones de dólares, menos de lo que tan sólo el fundador de Facebook, Mark Zuckerberg, y su mujer habían cedido a la beneficencia en 2012.
Otra comparación es la de los 13.200 millones de dólares donados en total dentro de la potencia asiática en 2012, apenas el 4 por ciento de la cantidad registrada en ese periodo en EE.UU., según un informe de 2013 de la revista Hurun, el Forbes asiático.
Hay varias razones que pueden ayudar a explicar esa gran diferencia, y una de ellas es la propia dificultad de constituir una fundación en China, donde para poder registrarla en el Ministerio de Asuntos Civiles se necesita antes conseguir el respaldo de una agencia gubernamental o ministerial.
“La posibilidad de éxito depende de varias cosas, entre ellas del área en la que la fundación pretenda trabajar, así como de las conexiones con los organismos correspondientes”, dice a Efe Tom Bannister, director asociado de China Development Brief, consultora que analiza los avances del sector.
FACTORESCon sectores como la abogacía por las libertades o los derechos humanos prohibidos en la práctica, las áreas más proclives a ser aprobadas son aquellas que suministran servicios sociales (sanidad, por ejemplo), que las autoridades comunistas no cubren con plenitud.
Así lo asegura a Efe Frances Fremont-Smith, directora ejecutiva de United Foundation for China's Health, que destaca también como gran factor disuasorio hacia potenciales buenos samaritanos “la gran cantidad de escándalos que han salpicado” a la filantropía en China.
Entre ellos, el protagonizado por la joven Guo Meimei en 2011, quien, mientras se presentaba como trabajadora de la Cruz Roja, publicaba en sus redes sociales fotografías conduciendo un Maserati o luciendo su flamante bolso Hermés, lo que alarmó a la inmensa comunidad cibernética china.
Pese a que su caso o la supuesta mala praxis de la fundación Smile Angel, denunciada meses después, probaron ser falsos, sembraron la desconfianza lo suficiente como para que las donaciones cayeran en picado ese año.
Otro factor a tener en cuenta es que, a diferencia de en Estados Unidos o en Europa, la filantropía no desgrava fiscalmente en China, de forma que ni el incentivo menos altruista de la donación sirve de anzuelo para atrapar a los peces gordos de este país.
SITUACIÓN ACTUALNo obstante, la situación parece estar cambiando: “cada vez hay más donantes chinos. Aunque el concepto de la filantropía es muy reciente, está creciendo entre el nimio porcentaje de población que concentra la riqueza”, dice a Efe Fremont-Smith.
Ejemplo de ello es el multimillonario Hui Ka Yan, presidente de la inmobiliaria Evergrande Real Estate Group, que en 2013 se alzó como el primer filántropo chino donando 68 millones de dólares, según un ranking de la revista Hurun.
Le van a la zaga Jack Ma, el genio tras Alibaba, el portal de comercio electrónico chino que pronto se estrenará en Wall Street, a punto de crear una fundación dedicada a la salud, el medioambiente y la educación, o la pareja “Soho”, dueña de la compañía inmobiliaria homónima.
Zhang Xin y Pan Shiyi son ahora también el alma mater de un programa para enviar a menores sin recursos a estudiar a universidades de elite, proyecto que arrancaron con un acuerdo millonario con Harvard.
A estos “zares” de la filantropía, que algunos expertos consideran esenciales para crear conciencia social, se suma la expectativa de que se apruebe en la sesión legislativa del Partido Comunista en marzo una ley de caridad que lleva negociándose casi una década, y que, entre otras cosas, contemplaría las deducciones fiscales.
“Aunque hay mucha gente escéptica, confío en que se llegue a un acuerdo pronto. Hay una conciencia cada vez más creciente entre la sociedad, el mundo de los negocios y el gobierno de que se necesita urgentemente regular el sector de la caridad”, considera Bannister.
De suceder finalmente, no parece descabellado pensar que cada vez sean más los que vean en China las bondades de la filantropía. Y que quizás un día sea la pareja “Soho” la que pida más contribución social a la potencial elite estadounidense desde un centro de la Ivy League.