Beijing [EFE]. Beijing, la bulliciosa capital de China, la ciudad que siempre ofrece un lugar abierto para encontrar cualquier cosa, se ha convertido a causa del coronavirus en una megalópolis fantasmal de la que la vida parece haberse esfumado, al igual que sus cerca de 22 millones de habitantes.
Calles desiertas en un gélido aire invernal, locales clausurados por todas partes y los muy pocos viandantes que se atreven a salir cubiertos con mascarillas -cuando no también con guantes de látex para evitar cualquier posible contagio- conforman un paisaje casi de amanecer posnuclear en la antigua capital imperial.
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Aunque en Beijing no se ha decretado el total aislamiento de la urbe como en Wuhan, la cuna de la epidemia, la ciudad vive estos días una especie de cuarentena voluntaria de sus habitantes, acentuada más si cabe desde que este lunes concluyeron las festividades del Año Nuevo chino.
La gente no se fía del nuevo virus y en su inmensa mayoría, siguiendo las recomendaciones del Gobierno, ha optado por el teletrabajo desde casa o la prolongación de las vacaciones antes que coincidir en cualquier lugar con otras personas que pudieran transmitir la infección.
“Esta semana es muy importante"
“Esta semana es muy importante, aunque en teoría empezábamos a trabajar, tenemos que evitar que el virus se propague más”, comenta a Efe Ting Wang, una empleada de banca en la treintena, que salió a hacer la compra a uno de los escasos supermercados abiertos en el distrito financiero de la capital.
Los supermercados y los pequeños negocios de alimentación -la mayoría por el momento bien abastecidos- son de los pocos locales comerciales que permanecen abiertos en Beijing, donde el Gobierno ha pedido, al igual que en el resto del país, que solo las industrias y servicios esenciales estén en funcionamiento esta semana.
Controles de temperatura en viviendas y en el metro
Los grandes y populares centros comerciales de la ciudad han cerrado sus puertas y en los hoteles semivacíos a los clientes y visitantes se les toma la temperatura al entrar, al igual que se hace en cada estación del casi siempre atestado y hoy desangelado metro pequinés.
Otro tanto sucede a la entrada de los numerosos complejos residenciales de la ciudad, siempre por medio de un t
ermómetro digital que nunca llega a entrar en contacto con la piel del “examinado”.
Si alguien tiene fiebre desde luego no podrá entrar en los edificios, aunque viva allí, y será enviado al hospital más cercano especializado en el tratamiento del virus.
Muchos de estos complejos han puesto todo tipo de vallas improvisadas para clausurar sus entradas, dejando solo un acceso, donde los mensajeros y repartidores de comida a domicilio amontonan sus envíos, que antes de la epidemia podían entregar en la puerta de cada vivienda.
Los repartidores a domicilio de cualquier tipo de mercancía, un signo distintivo de Beijing y de toda China, son casi los únicos que continúan insuflando, a lomos de sus ciclomotores, algún aliento de vida a las calles de la ciudad.
“Muy preocupado por las actitudes contra los chinos"
“La gente está siguiendo las recomendaciones y hace bien. Es un gran desafío para todos nosotros pero ganaremos esta batalla más tarde o más temprano”, afirma Lihui Yang, que ha salido por un momento a la calle para buscar jabón desinfectante en una farmacia.
Esta profesora de instituto, de 42 años, no entiende las actitudes que han mostrado algunos países como Estados Unidos a raíz del brote de coronavirus.
“Estoy muy preocupada por los países que han cerrado sus fronteras o tienen mala
s actitudes contra los chinos, esa reacción es sorprendente desde una perspectiva humana”, dice antes de correr a buscar otra farmacia ya que en ésta, del céntrico barrio de Dongcheng, se han agotado los desinfectantes y también las mascarillas.
Sorprende la conciencia y la disciplina de los pequineses, que siguen a rajatabla las recomendaciones médicas y mantienen una distancia prudencial al hablar entre ellos o con periodistas, aunque todos vayan cubiertos con mascarillas.
A la desoladora imagen de calles vacías y locales cerrados -incluidos cines, teatros, restaurantes, museos, templos o peluquerías- se une la de los carteles que en muchas puertas y escaparates recuerdan las recomendaciones de las autoridades para evitar el contagio.
“Parece que hemos vivido una hecatombe nuclear"
“Ha sido el Año Nuevo más triste de mi vida”, se lamenta Hao Li, un joven informático, que salió también a abastecerse de alimentos, y que tuvo que cancelar su viaje para pasar las fiestas con su familia en el interior del país debido a la epidemia.
A Hao le preocupa que “los pequeños negocios están sufriendo mucho con la situación porque tienen que pagar igual a sus empleados” y se confiesa incapaz de reconocer la ciudad a la que llegó hace cinco años procedente de la septentrional región autónoma de Mongolia Interior.
“Beijing siempre ha sido para mi el lugar de la vida y el bullicio y mírala ahora, parece que hemos vivido una hecatombe nuclear”, afirma mientras señala la gran avenida vacía ante sus ojos, poco antes de disculparse porque también tiene prisa por volver a casa.
Según los últimos datos oficiales, en Beijing se contabilizan hasta el momento un muerto y 253 infectados por el coronavirus, mientras que 24 de los enfermos diagnosticados han conseguido recuperarse.