Decenas de miles de personas han muerto en la larga batalla que libra el gobierno de Pakistán contra militantes extremistas como parte de la llamada “guerra contra el terror” que comenzó después de los atentados del 11 de septiembre de 2001, en Estados Unidos.
Pero recién ahora están surgiendo las evidencias de asesinatos y torturas cometidos tanto por soldados como por insurgentes. La BBC ha logrado ponerse en contacto con algunas de estas víctimas que han sido mantenidas en secreto hasta ahora.
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A principios del 2014 las cadenas de noticias de televisión anunciaron una importante victoria en la guerra contra los talibanes paquistaníes: la muerte de uno de los comandantes más importantes del grupo en un ataque aéreo nocturno.
Se informó que Adnan Rasheed y hasta cinco miembros de su familia murieron en el bombardeo en el área tribal de Waziristán del Norte, cerca de la frontera afgana.
Rasheed, un ex técnico de la Fuerza Aérea de Pakistán, era bien conocido. Había escrito una carta extraordinaria a Malala Yousafzai, la colegiala y activista a quien los talibanes le dispararon en la cabeza en el 2012, intentando justificar el ataque.
También había estado en prisión por tratar de asesinar al expresidente paquistaní Pervez Musharraf, hasta que logró escapar.
Ahora parecía que su suerte se había acabado.
Citando a funcionarios de seguridad, los canales de noticias informaron el 22 de enero del 2014 que el escondite de Adnan Rasheed había sido atacado.
Waziristán y otras partes de la vasta región tribal montañosa de Pakistán han sido controladas y bloqueadas por el ejército paquistaní desde la invasión estadounidense de Afganistán, tras los ataques del 11 de setiembre del 2001, que llevó a que combatientes talibanes, yihadistas de Al Qaeda y otros militantes ingresaran al país por la porosa frontera.
Los forasteros, incluidos los periodistas, no pueden ingresar, por lo que verificar los anuncios de las fuerzas de seguridad es extremadamente difícil.
Aquellos que han reportado historias desde Waziristán que no dejan bien parados a los militares han sido castigados.
Un año después del ataque contra Rasheed se supo que los aviones habían bombardeado el objetivo equivocado: el comandante talibán lo confirmó cuando apareció en un video para demostrar que estaba vivo.
En lugar de eliminar a un importante militante talibán, el ejército de Pakistán mató a la familia de un hombre local.
Las autoridades paquistaníes nunca han reconocido que cometieron un error. La BBC viajó a Dera Ismail Khan, una ciudad a orillas del río Indo que es la puerta de entrada a las áreas tribales remotas y prohibidas, para encontrarse con el hombre cuya casa fue atacada.
“Deben haber sido las once de la noche más o menos”, recuerda Nazirullah, quien tenía 20 años en ese momento.
Él y su esposa se habían casado recientemente y tenían el raro privilegio de tener una habitación para ellos solos. El resto de su numerosa familia dormía en la única otra habitación de su casa.
“Fue como si la casa hubiera explotado. Mi esposa y yo nos despertamos de golpe. Había un fuerte olor a pólvora en el aire. Ambos corrimos hacia la puerta y salimos, solo para descubrir que todo el techo de nuestra habitación ya se había derrumbado, excepto por la esquina donde estaba nuestra cama ”.
El techo de la segunda habitación también había colapsado y todo el lugar estaba incendiado. Nazirullah escuchó los gritos detrás de los escombros y, con su esposa, trató frenéticamente de ayudar a los que podían ver a través del fuego.
Los vecinos los ayudaron a desenterrar a los heridos y muertos.
Cuatro de los familiares de Nazirullah murieron, incluida una niña de tres años. Su sobrina Sumayya, cuya madre estaba entre los muertos, tenía solo un año y sobrevivió con una fractura de cadera.
Otros cuatro miembros de la familia fueron rescatados de los escombros. Todos sufrieron fracturas y otras lesiones.
La familia de Nazirullah se ha mudado a Dera Ismail Khan, donde la vida es más tranquila.
Al igual que muchos otros en esta parte de Pakistán, han tenido que mudarse varias veces para escapar de una insurgencia que ha estado haciendo estragos en las áreas tribales durante casi dos décadas.
Según las autoridades y los grupos de investigación independientes, la violencia militante desde 2002 ha obligado a más de cinco millones de personas en el noroeste de Pakistán a abandonar sus hogares para ir a campos de refugiados administrados por el gobierno o a casas alquiladas en zonas pacíficas.
No hay cifras oficiales del total de muertos en esta guerra, pero académicos, autoridades locales y activistas estiman que el número de civiles, militantes islámicos y fuerzas de seguridad muertos supera los 50.000.
Organismos de derechos humanos locales dicen que decenas de civiles han muerto en campañas aéreas y operaciones terrestres militares. Han estado recolectando grabaciones y evidencia documental para respaldar sus reclamos.
Estos activistas están vinculados a una prominente campaña de derechos llamada Movimiento de Protección Pashtun (PTM, por sus siglas en paquistaní) que surgió a principios del año pasado y ha estado publicitando supuestos abusos de derechos en la región tribal que las víctimas previamente habían tenido demasiado miedo de informar.
“Nos ha llevado casi 15 años de sufrimiento y humillación reunir el coraje para expresarnos y crear conciencia sobre cómo los militares pisotearon nuestros derechos constitucionales mediante la acción directa y una política de apoyo a los militantes extremistas”, dijo Manzoor Pashteen, máximo líder del PTM.
Pero el grupo está bajo presión. El PTM dice que 13 de sus activistas fueron asesinados el 26 de mayo cuando el ejército abrió fuego contra un gran grupo de manifestantes en Waziristán del Norte.
Por su parte, el ejército sostiene que al menos tres activistas murieron a tiros luego de que un puesto de control militar fue atacado. El PTM lo niega. Dos de sus líderes, que también sirven como parlamentarios, han sido arrestados.
Un número de casos destacados por el PTM, y que la BBC investigó de manera independiente, fueron llevados ante un portavoz militar paquistaní, pero se negó a responder, calificando las acusaciones como “altamente críticas”.
No hubo respuesta a las solicitudes de la BBC para que el gobierno del primer ministro Imran Khan se pronuncie sobre los casos, a pesar de que Khan planteó la cuestión de los abusos de derechos humanos en las áreas tribales cuando era un político opositor.
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Cómo el 11-S metió a los talibanes en Pakistán
Todo comenzó con los ataques de Al Qaeda en setiembre del 2001 en Nueva York y Washington.
Cuando Estados Unidos atacó a Afganistán, en octubre del 2001, las fuerzas talibanes que habían albergado al líder de Al Qaeda, Osama Bin Laden, desaparecieron sin oponer resistencia.
Pakistán, que fue uno de los tres únicos países que reconocieron a los talibanes cuando tomaron el poder en Kabul en 1996, tenía interés en mantener vivo el movimiento como parte de sus esfuerzos para evitar que la influencia india se propagara en Afganistán.
Entonces, aunque Pakistán había dependido de la ayuda militar de EE.UU. por décadas y el entonces régimen militar del general Pervez Musharraf se había unido a la “guerra contra el terror” de EE.UU., el país también permitió que los talibanes forjaran santuarios en las áreas tribales semiautónomas de Pakistán, en particular en el norte y sur de Waziristán.
Pero los talibanes afganos no cruzaron la frontera solos. Militantes de una compleja serie de diferentes grupos se metieron en la región tribal y algunos fueron mucho más hostiles al estado paquistaní.
Los yihadistas con ambiciones globales también comenzaron a planear ataques desde Waziristán, lo que provocó demandas de Washington de que Pakistán haciera más para aplastar la militancia islamista.
A medida que la violencia se extendió, Pakistán se vio atrapado entre “luchar contra fuerzas militantes islámicas pero mantener asociaciones con algunas para fortalecer su futura posición de negociación”, explica Ayesha Siddiqa, analista de seguridad y autora del libro “Military Inc: la Economía Militar de Pakistán”.
En el 2014, Pakistán lanzó una nueva operación en Waziristán del Norte que aumentó la presión sobre los grupos extremistas y sus lugares de refugio, lo que habría logrado que se redujeran los ataques en otras partes del país.
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“Hacen lo mismo”
Cuando los talibanes llegaron a las áreas tribales en 2001, los locales les dieron una cautelosa bienvenida. Pero esto se convirtió rápidamente en desilusión cuando empezaron a apoderarse de la sociedad tribal mediante la aplicación de sus estrictos códigos religiosos.
Durante la primera fase de esa relación, cientos de jóvenes locales se unieron a las filas de los militantes islámicos, lo que causó que las rivalidades tribales se filtraran en la red de extremistas. Esto se reflejó en las posteriores guerras entre facciones.
En la segunda etapa, los talibanes se embarcaron en una campaña para eliminar a los ancianos tribales oficialmente reconocidos, que eran un obstáculo en el camino de los insurgentes para subyugar a las tribus.
Al menos 1.000 ancianos tribales fueron asesinados por militantes desde el 2002, una cifra que grupos no gubernamentales duplican.
Líderes tribales como Mohammad Amin, de la tribu Wazir, del Norte de Waziristán, afirman que la libertad que el gobierno le dio a los militantes para actuar contra ellos fue lo que ha permitido que se impongan.
“A pesar de los enfrentamientos ocasionales entre ellos, los talibanes y los militares están haciendo lo mismo”, denuncia Amin.
Los activistas de PTM también han documentado varios casos en los que las fuerzas de seguridad parecen haber tratado a la población local de manera brutal.
En mayo del 2016, por ejemplo, un ataque a un puesto militar en el área de Teti Madakhel en Waziristán del Norte desencadenó una persecución por parte de las tropas que rodearon a toda la población de una aldea.
Un testigo que observó la operación desde un campo de trigo cercano le dijo a la BBC que los soldados golpearon a todos con bastones y tiraron barro en la boca de los niños cuando lloraron.
Una mujer embarazada murió mientras era torturada, aseguró su hijo en un video testimonio. Otra persona sigue desaparecida.
Las historias de los sobrevivientes también son dolorosas. Conocí a Satarjan Mahsud en la ciudad de Ramak, a unos 100 km (60 millas) de Dera Ismail Khan.
Nos sentamos en una carpa blanca y él me contó su historia mientras tomaba el té, con dos niños pequeños a su lado.
Una noche de abril del 2015, extremistas islámicos dispararon contra un puesto militar en Shaktoi, Waziristán del Sur. Satarjan dice que las tropas respondieron capturando sospechosos de un pueblo cercano y disparándole a dos de ellos.
La mañana siguiente, el 21 de abril, extendieron su búsqueda a través del valle hasta la aldea de Satarjan, donde encontraron armas escondidas en una colina detrás de su casa.
“Las únicas personas presentes en la casa en ese momento eran mi hermano Idarjan, su esposa y dos nueras”, dice Satarjan.
Los soldados llamaron a la puerta. Su hermano respondió y fue inmediatamente arrestado, le ataron las manos y le vendaron los ojos. Las tropas preguntaron dónde estaban los otros miembros masculinos de la familia y salieron a capturar a los cuatro hijos de Idarjan, que estaban en otras partes del valle.
Testigos le dijeron a Satarjan que los niños habían sido golpeados, y su sobrino mayor, Rezwarjan, recibió un golpe mortal en la cabeza.
Todos ellos fueron arrojados en la parte trasera de una camioneta, y se los llevaron al campamento del ejército en la zona.
El conductor más tarde le dijo a Satarjan que Rezwarjan “ya estaba medio muerto y no podía mantenerse sentado, así que los soldados decidieron no llevarlo al campamento”.
“Me pidieron que detuviera la camioneta, le dispararon a Rezwarjan en la cabeza y tiraron su cuerpo a la carretera”, le dijo a Satarjan.
Satarjan estaba trabajando en una fábrica en Dubai en ese momento. Escuchó lo que había sucedido y emprendió la vuelta a su casa. Tomó un vuelo, un autobús y luego caminó durante 15 horas para llegar a la aldea donde se encontró el cuerpo de Rezwarjan, el 23 de abril.
Los lugareños le dijeron que no habían podido llevar el cuerpo a través del valle a la casa de su familia debido a un toque de queda, así que lo habían enterrado allí en la colina.
Luego caminó hacia su propia aldea donde encontró su casa desierta. Las mujeres de la familia habían sido acogidas por familiares.
Cuando se reencontró con su cuñada, ella le contó lo que sabía: que el ejército se había llevado a su marido y que los hombres más jóvenes estaban desaparecidos.
Satarjan pensó que el ejército no tenía nada contra ellos y los dejaría ir pronto.
Trasladó a la familia a Ramak donde esperó noticias. Pero desde entonces no ha sabido nada sobre el destino de su hermano y sus tres sobrinos.
No esta solo. Los activistas locales dicen que más de 8.000 personas detenidas por el ejército desde 2002 siguen desaparecidas.
Su desaparición no es reconocida oficialmente por las autoridades.
Son las consecuencias de una guerra que Pakistán ha buscado con mucho esfuerzo esconder del mundo. Este conflicto en la frontera con Afganistán ha sido durante años un agujero negro de información.
Y cuando el PTM rompió con esa censura el año pasado, se les prohibió a los medios cubrir sus denuncias. Quienes no cumplieron han recibido amenazas físicas y gran presión financiera.
El ejército ha cuestionado abiertamente las credenciales patrióticas del PTM, acusándolo de vínculos con agencias de inteligencia “hostiles” en Afganistán e India.
Y algunos activistas de PTM han sido encarcelados.
El trato que han recibido los activistas que finalmente, después de años de silencio, están alertando sobre los abusos de una guerra larga y secreta, indica que aquellos que han sufrido por el conflicto enfrentan una ardua batalla para obtener justicia.