Hace diez años, la cara de Aung San Suu Kyi se convertía en una máscara en los conciertos de U2. Bono hacía colocar a todos los asistentes el rostro de la activista birmana y exigía a viva voz su liberación. “Walk on” es, además, una canción dedicada a ella. Eran tiempos en que la política y activista birmana, que estuvo 15 años bajo arresto domiciliario, representaba la democracia y la lucha contra una longeva dictadura militar.
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Pero ahora está en el banquillo de la Corte Internacional de Justicia de La Haya intentando defender a su país ante la acusación de genocidio contra la etnia rohingya, víctima de limpieza étnica en el 2017 según los miles de testimonios de sobrevivientes.
Ese año, cuando se inició el éxodo de casi 800 mil rohingyas desde Birmania hacia Bangladesh, huyendo de las horrendas matanzas de los militares birmanos, las miradas de desdén apuntaron hacia Aung San Suu Kyi, que en 1991 recibió el Premio Nobel de la Paz y una serie de galardones internacionales que la colocaban en el altar de los símbolos de la paz, casi como Nelson Mandela o Martin Luther King.
¿Por qué pasó de heroína a villana?
Liberada en el 2010, la política birmana se convirtió desde el 2016 en la consejera de Estado de Birmania, en la práctica la lideresa de facto del gobierno que dirige su partido, la Liga Nacional por la Democracia, pero en donde los militares siguen teniendo una participación fundamental.
La minoría musulmana de los rohingya es considerada migrante en Birmania pese a que viven en el estado de Rakhine hace siglos. Tampoco tienen opción a la nacionalidad. Es un grupo apátrida sin derechos que ha sido perseguido de manera sistemática desde los años 70, lo que ha motivado la formación de una insurgencia. Se trata del Ejército de Salvación Rohingya de Arakán (ARSA), que entre el 2016 y 2017 realizó ataques mortales contra una veintena de puestos policiales, lo que provocó la represión militar.
El ARSA es considerado terrorista por los birmanos, y así los ha llamado también la propia Aung San Suu Kyi, señalando que hay un “gran iceberg de desinformación” por la crisis de los rohingya. La misma que en junio de este año no dudó en visitar al polémico primer ministro húngaro, Viktor Orbán, con quien firmó un comunicado denunciando que “los grandes desafíos” de ambos países era “la migración y el continuo crecimiento de las poblaciones musulmanas”.
Una paria
En medio de las críticas ante la indiferencia de la birmana por los testimonios de violaciones y ejecuciones, Amnistía Internacional le retiró en noviembre del 2018 el galardón de Embajadora de Conciencia que le dio en el 2009 por su “vergonzosa traición de los valores que alguna vez defendió y porque ya no representa un símbolo de esperanza, valentía y defensa de los derechos humanos”.
Su impasibilidad también le costó el Premio de la Libertad de la Universidad de Oxford y el Premio Elie Wiesel, entregado por el Museo del Holocausto de Estados Unidos.
La pakistaní Malala Yousafzai fue una de las decenas de personalidades que firmaron una carta para pedir que se le retire el Premio Nobel de la Paz, Canadá también le quitó la ciudadanía honoraria en setiembre del 2018, Estados Unidos dijo que la violencia y las persecuciones “son imperdonables”, y los países del sudeste asiático se pronunciaron en una cumbre sobre su responsabilidad en la limpieza étnica.
“Ninguna persona razonable hubiera creído que Aung San Suu Kyi cambiaría tanto ahora que entró en política”, dijo en su momento Kumi Naidoo, secretario general Amnistía Internacional.
¿Fue siempre una heroína?
Sin embargo, dentro de Birmania, la actitud de Aung San Suu Kyi no sorprende. De hecho es lo que esperan de ella. Las manifestaciones dentro del país apoyándola antes de que viaje a La Haya para defender al país de las acusaciones de genocidio la sustentan y le convienen, teniendo en cuenta que el próximo año hay elecciones y su partido podría vencer.
Para la mayoría de birmanos simplemente no hubo masacres o intención genocida contra los rohingya, a quienes ni siquiera nombran sino los llaman “migrantes de Rakhine” o “bengalíes”.
“La opinión occidental parece estar en contra de Birmania en el Caso Rakhine porque la información que obtienen de las noticias internacionales ha llevado a un malentendido”, dijo en su momento Myo Nyunt, portavoz de la Liga Nacional para la Democracia. “Necesitan saber más sobre la situación real en el terreno y la historia del país”, agregó el político oficialista, quien señaló que el año pasado que hubo “episodios aislados en dos aldeas”, pero que la comunidad internacional no toma en cuenta la muerte de budistas en Rakhine a manos de los insurgentes.
“El viaje de Aung San Suu Kyi a La Haya está definitivamente relacionado con las elecciones del 2020”, dijo a The New York Times Khun Gamani, un investigador social birmano. “Creo que está desesperada por obtener el reconocimiento y la deferencia del ejército birmano”.
La lideresa birmana, por ahora, prefiere el reconocimiento de sus compatriotas que los de la comunidad internacional, que ya la bajaron pronto del pedestal.