Mosul. Cada noche de Ramadán, en Mosul, el cuentacuentos Abdel Wahed Ismail, en chilaba negra y tocado con un turbante amarillo, consigue embelesar al público con su repertorio de viejas historias, resucitando una antigua tradición olvidada.
Cada año en todo Irak, el Ramadán (mes del ayuno sagrado musulmán) es ocasión para realizar grandes reuniones, en restaurantes y cafés, o para invitarse unos a otros a sus casa para cenar después del atardecer o compartir un desayuno antes del amanecer.
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Durante estas noches, que muchos las pasan orando en las mezquitas, otros se dedican a juegos que en Irak sólo se practican durante el Ramadán.
Una o dos generaciones atrás, las veladas en este mes también constituían el momento de gloria para los “hakawati” (cuentacuentos en árabe).
Estos narradores orales no sólo relataban historias sino también brindaban información y novedades de la región circundante, o del país entero durante el reinado de los otomanos, encantando a generaciones de habitantes de Mosul, entonces un importante centro comercial e intelectual estratégico para Medio Oriente.
— Cuentos contra televisión —
Pero, con la llegada de la televisión en los años 1960, los cuentacuentos desaparecieron de los cafés tradicionales, a los que la gente acudía a disfrutar de un té o un café, fumando su narguile (pipa de agua).
Este año, uno de ellos reapareció, dos después de que Mosul fuera recuperada del dominio del grupo yihadista Estado Islámico (EI), que se había apoderado de esta urbe del norte iraquí, inmersa en la violencia desde la invasión estadounidense que derrocó a Sadam Husein en 2003.
El actor Abdel Wahed Ismail, una celebridad local de 70 años, se sube cada noche a un banco de madera instalado sobre un estrado para declamar sus historias, con fuerte acento mosulí, reconocible en todo Irak.
“He vivido en muchas épocas diferentes, por lo que intento contarles cosas hermosas a los jóvenes”, señala este iraquí que lo vio todo, desde la monarquía hasta su sangriento derrocamiento, golpes de Estado y embargos económicos a lo largo de seis décadas.
— Pasado y presente —
Entre el público, los mayores se sumergen inmediatamente en su infancia, y con una gran sonrisa rememoran sus propias noches de cuentos, mezcladas entonces como en ésta en la Ciudad Vieja de Mosul con intermedios musicales.
Para los más jóvenes, Abdel Wahed Ismail ha adaptado sus historias: partiendo de la mítica leyenda de Antar y Abla [que cuenta la historia de un amor imposible en un contexto de epopeya caballeresca en la Edad Media árabe], se las ingenia para establecer un vínculo con el popular videojuego PUBG.
Otro juego, no virtual sino muy real en este caso, reúne a centenares de aficionados en Kirkuk, ciudad multiétnica a medio camino entre Mosul y Bagdad: “Sini wa Zarf”.
Este nombre, que significa en kurdo “bandeja y cubos”, es probablemente una de las tradiciones más compartidas en Kirkuk, donde las comunidades kurda, turcómana y árabe se oponen en muchos aspectos y desconfían tenazmente unos de otros.
“Inclusive llamamos al Sini wa Zarf 'el juego de comunidades' porque realmente las reúne a todas”, explica, Shano Askar, un kurdo treintañero, por completo absorto en este juego de mesa.
Alrededor de la ciudadela, y en los barrios históricos cercanos, durante las noches de Ramadán los cafés están abarrotados de público y todas las miradas se centran en estas bandejas de metal donde se voltean once cubos dorados. Bajo uno de ellos se esconde un dado, y los jugadores deben adivinar en cuál está.
— “Cosas del pasado” —
Descubrir un objeto oculto es también la finalidad del “mheibess”, un juego muy común en la capital Bagdad, que se practica en todas partes durante el mes de ayuno.
El partido comienza cuando uno de los competidores pasa discretamente un anillo (mehbess en árabe) a un miembro de su equipo. El otro equipo debe adivinar, descifrando expresiones y lenguaje corporal, quién tiene la sortija.
Las noches de juegos son también la ocasión para que muchos iraquíes recuperen las actividades sociales, que han estado durante mucho tiempo entre paréntesis.
Tras la invasión de Irak por las tropas estadounidenses y su retirada, en 2011, la violencia obligó a los iraquíes a quedarse en sus casas por las noches a causa de los toques de queda, lo que afectó a los vínculos entre las comunidades vecinas.
Para el sociólogo Saad Ahmed, estos intentos de recuperar la tradición “son un medio para resolver problemas sociales”.
Pero también, añade, “para demostrar que el progreso tecnológico no ha arrasado con las cosas hermosas del pasado”.
Fuente: AFP