Este 16 de octubre arranca el 20º Congreso del Partido Comunista de China, un evento en el que se espera que Xi Jinping consolide un tercer mandato sin precedentes en el país asiático. Con este motivo, recuperamos este detallados perfil que hizo la corresponsal Carrie Gracie en 2017.
No hay muchos líderes en el siglo XXI que hayan vivido en una cueva y trabajado como agricultores antes de afianzarse en el poder en una de las naciones más poderosas del mundo.
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Hace cinco décadas, cuando el caos de la Revolución Cultural envolvió a Pekín, Xi Jinping, que entonces tenía 15 años, se embarcó en la dura vida rural del interior de China.
La región donde Xi trabajaba como agricultor, había sido un bastión de los comunistas durante la guerra civil. Era Yan'an, que se hacía llamar “la tierra santa de la revolución china”.
Tras confirmarse el segundo período en el poder de Xi Jinping en el Congreso del Partido Comunista, el presidente está al mando de una superpotencia creciente y confiada, pero es una nación que vigila celosamente lo que se dice de sus líderes.
La propia historia de Xi ha sido “limpiada” y el pueblo donde creció ahora se ha convertido en un destino de peregrinaje de los más leales al Partido Comunista.
En 1968 Mao decretó que millones de jóvenes se mudaran de las ciudades hacia el campo para aprender de la dura vida de los campesinos.
Xi asegura que sí aprendió y que las ideas y las cualidades que lo definen hoy se formaron en ese período de su vida, cuando vivió en una cueva en Liangjiahe.
“Cuando llegué a los 15 años, estaba ansioso y confundido. Cuando partí a los 22, tenía firmes objetivos en mi vida y estaba lleno de confianza”, declaró.
En esa época todos estudiaban el famoso Libro Rojo del presidente Mao. Ahora los pensamientos del presidente Xi se colocan en enormes carteleras publicitarias y hay un museo en su honor.
En éste se alaban las buenas obras que hizo por sus compañeros campesinos, pero todos los rasgos de su verdadera personalidad han sido eliminados de su historia, que es tan perfecta que es difícil distinguir qué es real.
En sus primeros 5 años en el poder, Xi Jinping ha construido un culto a su personalidad. En el centro está la imagen de un hombre del pueblo, que habla sin pretensiones, que ha hecho fila en una tienda humilde para comprar pan y pagado por su comida.
Pero el núcleo del mito que se ha creado alrededor de Xi es su vida exiliado de su familia y hogar, cuando vivió como marginado político en una cueva.
Durante su infancia, su padre fue un héroe de la revolución comunista y Xi gozó de la vida privilegiada y protegida de los “principitos comunistas”.
Un cable de un diplomático estadounidense publicado por Wikileaks en 2009, basado en una discusión con un amigo cercano de Xi, afirma que los primeros 10 años de su vida fueron los más formativos.
“Las influencias más permanentes que formaron las opiniones de Xi fueron su pedigrí como 'principito' y la época cuando creció en los recintos residenciales de las familias de la primera generación de revolucionarios del Partido Comunista en Pekín”, dice.
Pero todo esto se derrumbó en la vorágine que impuso contra la élite del partido un presidente Mao, cada vez más paranoico y vengativo durante los 1960.
El padre de Xi primero fue purgado y luego encarcelado, y su familia humillada. Una de sus hermanas murió, quizás en un suicidio.
Para cuando cumplió 13 años, la educación formal de Xi llegó a su fin ya que las clases en Pekín fueron suspendidas para que los estudiantes pudieran criticar, golpear e incluso asesinar a sus maestros.
Así comenzó la segunda etapa de la vida del adolescente Xi en Pekín: sin padres ni amigos que lo protegieran de las amenazas o detenciones de los Guardias Rojos que se encargaban de administrar la justicia de la Revolución Cultural en las calles.
Muchos de la generación de Xi están de acuerdo en que cuando terminó su educación en el colegio aprendieron a sobrevivir con el sentido común, la dureza emocional y la independencia de pensamiento.
Xi recordaría después su capacidad para escuchar otros puntos de vista sin tener necesariamente que doblegarse a ellos.
“Aprendí a disfrutar cuando se me indicaban mis errores, pero a no dejarme influir por ello. Sólo porque fulano o sultano decía algo, yo no iba a empezar a analizar cada uno de los costos o beneficios. No iba a perder el sueño por ello”.
La vida rural en la China de los 1960 era muy dura. No había electricidad ni transporte motorizado ni herramientas mecánicas.
El adolescente Xi aprendió a transportar estiércol, construir presas y reparar carreteras.
Compartió la cama infestada de pulgas en su cueva con otros tres jóvenes. Uno de ellos era el agricultor Lu Housheng, quien me dijo en 2015: “Todo lo que teníamos para comer en esa época era avena, hierbas y bollos cocidos al vapor. Cuando tienes tienes hambre no te importa lo que comes”.
En la noche, contó Lu, Xi se retiraba a su cueva para leer a luz de una lámpara de queroseno. Lo recuerda como un lector voraz y fumador empedernido.
Según Lu, Xi no tenía sentido del humor. No jugaba póker ni se entretenía con otros jóvenes ni buscaba novia.
A los 18 se sintió preparado para embarcarse en su carrera política.
Se unió a la Liga de la Juventud Comunista y a los 21, a pesar de múltiples rechazos debido al encarcelamiento de su padre y a su familia caída en desgracia, finalmente logró unirse al Partido.
“Extremadamente pragmático, realista, con 'los ojos puestos en el premio' desde joven”.
Así es como lo describe un amigo en el cable diplomático de 2009. A diferencia de muchos jóvenes “que recuperaron el tiempo perdido divirtiéndose”, Xi era excepcionalmente ambicioso y enfocado.
Después de la Revolución Cultural, “eligió sobrevivir convirtiéndose en más rojo que los rojos”.
Cuando cumplió 25 años, su padre ya había sido rehabilitado políticamente y enviado a dirigir Guangdong, la vasta provincia vecina de Hong Kong, que se convertiría en el motor del ascenso económico de China.
El padre de Xi impulsó la carrera de su hijo con su red de patrocinadores y, según su amigo, Xi rápidamente aprendió a construir su propia red.
“Cuidadosamente estableció un plan profesional para aprovechar al máximo sus oportunidades para llegar a los niveles más altos de la jerarquía del Partido”.
Y agregó: “Primero fue convirtiéndose en oficial del ejército a fines de los 1970 y después, trabajando en una variedad de cargos del liderazgo provincial progresivamente ascendiendo de rango. En su mente tenía la promoción... desde el primer día”.
Xi se llevó consigo los traumas de su niñez y la soledad de la cueva. Según su amigo, su reserva y la distancia que mantenía contribuyeron al fracaso de su primer matrimonio con la hija de un alto diplomático.
La única vez que se vio siendo el centro de atención fue cuando se casó con su actual esposa, una famosa cantante. Durante muchos años el público bromeaba: “¿Quién es Xi Jinping? Es el esposo de Peng Liyuan”.
Después de haber visto cómo su padre era acosado por Mao, Xi hizo concesiones al poder y se mostró muy cuidadoso para evitar hacer enemigos.
Incluso ya entrado en sus 40 o 50 años, siendo un alto líder del Partido, siempre se mostró competente y nunca llamativo.
Los tenía a todos absortos. Cuando se convirtió en líder del Partido Comunista en 2012, Xi había sido el candidato de consenso.
Pocos dentro o fuera de China adivinaron lo que vendría después: 5 años de choque y asombro político.
El 11 de junio de 2015, un hombre de pelo canoso se presentó ante una corte criminal en el norte de China, flanqueado por oficiales que una vez obedecieron sus orígenes.
Se trataba de Zhou Yongkang, el funcionario más alto del Partido que era sometido a juicio por corrupción en toda la historia de la China comunista.
Durante años este sujeto había sido el hombre más temido de China. Controlaba la policía, los paramilitares, las prisiones y las operaciones de inteligencia.
Pero en el año y medio en que desapareció de la vida pública y volvió a aparecer en la corte, el hombre de 72 años había perdido su postura gallarda y el color de su cabello.
Ahora era blanco del sistema de seguridad que él mismo había establecido.
Cuando Xi Jinping subió al poder en 2012, prometió al público una campaña que “empuñaría una espada contra la corrupción”, atrapando tanto a tigres como a moscas.
Zhou fue uno de los mayores tigres. “Acepto la sentencia. No apelaré. Me doy cuenta de los crímenes que he cometido y lo que he costado al Partido”, declaró.
La caída de otro tigre, Bo Xilai, también fue notoria. Tanto él como Zhou estaban acusados de conspirar juntos y, junto con dos altas figuras militares y otro importante político, de “arruinar la unidad del Partido”.
El juicio de Zhou se llevó a cabo a la mitad del primer período del gobierno de Xi. La campaña de choque y asombro estaba en camino con una serie de juicios de importantes figuras y de propaganda de honradez.
Para acompañar la imagen de una nueva cultura política disciplinada y frugal, Xi trataba de evitar banquetes y a veces viajaba en camioneta con colegas en lugar de una flota de limusinas.
En los últimos cinco años el mensaje de Xi ha sido: “No se unan al Partido si quieren ganar dinero”.
Pero su problema era, y todavía es, que esto es precisamente lo que los 90 millones de miembros del Partido esperan cuando se unen a éste.
La política del Partido Comunista a menudo ha funcionado con un sobre de billetes, un favor o un patrocinio.
Limpiar esto significa no sólo retirar individuos sino redes completas de influencia y toda una cultura.
Xi regresó a sus raíces en el pueblo donde vivió en una cueva para codearse con campesinos y se ha esforzado por dejar en claro el contraste de su propia vida y la de una élite corrupta.
Pero Xi, de 64 años, siempre ha pertenecido a la élite. En los años previos a que asumiera la presidencia, algunos de sus familiares se hicieron increíblemente ricos, aunque no hay evidencia de que él buscara promover los intereses empresariales de su familia.
Zhou Yongkang había sido miembro del Partido durante medio siglo. Escaló la jerarquía de la mayor compañía petrolera china y coronó su carrera con un alto cargo en el partido y el control del sistema de seguridad.
Tenía una red formidable de patrocinadores. Cuando lo llevaron a juicio, Xi había disuelto esa red, investigando a todos sus empleados, choferes y cocineros.
Se decidió sentenciarlo a cadena perpetua.
Pero Zhou no sólo era corrupto. También pertenecía a una facción rival del Partido cuyo poder desafiaba al de Xi. Todos se dieron cuenta entonces de que en la era de Xi si pierdes, pierdes todo.
Al encarcelar a cientos de poderosos tigres en las altas filas del Partido y del Ejército, Xi rompió el reglamento que mantenía una paz frágil entre la élite comunista tras la muerte de Mao.
China ahora está alerta a las desapariciones repentinas. Como la de Xiao Jianhua, un multimillonario de 45 años con vínculos a las familias más importantes del país que se esfumó de su apartamento de lujo en Hong Kong en enero de 2017.
Desde entonces no se le ve y se cree que está en custodia en China territorial, en una advertencia a los demás de que el dinero, las conexiones y un pasaporte canadiense no son suficientes para protegerte del largo brazo de Xi.
La purga ha continuado y en los 5 años del régimen de Xi, se ha reforzado la impresión de que la corrupción en el Partido es un problema sistemático y perdurable.
Pero todas las investigaciones de corrupción de los últimos años han sido conducidas en secreto.
El Partido Comunista chino sigue siendo una organización opaca y aunque se ha comprometido a limpiar los delitos, Xi no ha mostrado ninguna disposición para permitir que la surja la verdad en la corte o en alguna otra plataforma pública.
Una y otra vez el partido ha descubierto que el poder corrompe y el poder absoluto corrompe de forma absoluta.
Pero Xi está determinado a dirigir él solo la limpieza de camaradas y el encarcelamiento de los tigres.
Hubo otro juicio en el que el acusado no era un tigre despiadado del Partido Comunista, sino un abogado apacible.
Sus convicciones sonaban similares a los valores socialistas básicos que apoyaba Xi Jinping, pero estaba a punto de ser encarcelado por la audacia de haber actuado sin la aprobación del Partido.
Xu Zhiuong, de 40 años, había comenzado su carrera como erudito, pero se convirtió en representante de los perdedores del milagro económico de China, incluidos los trabajadores migrantes y los indigentes.
Justo cuando Xi asumió el poder, el abogado estaba ayudando a establecer el Movimiento Nuevos Ciudadanos, cuyo objetivo era unir al pueblo “a través de una identidad cívica común”.
La acusación en su contra era haber reunido una multitud para perturbar el orden público.
En una declaración en la corte señaló que la constitución china prometía a los ciudadanos la libertad de expresión.
A pesar de trabajar a favor de las causas más cercanas a Xi Jinping, la rectitud en el servicio público y un mejor trato para los pobres, Xu Zhiyong pasaría en la cárcel el primer período de Xi en el poder.
Su sentencia fue decretada el 26 de enero de 2014. Pocas semanas antes, Xi viajó al mausoleo del presidente Mao en la Plaza de Tiananmen en Pekín.
Xi hizo tres reverencias frente al sarcófago de vidrio donde descanse el cuerpo de Mao para conmemorar el 120 aniversario de su nacimiento.
Al parecer no importa que las políticas de Mao condujeron a una hambruna y muerte de más de 30 millones de chinos. O que la propia familia de Xi haya sido perseguida en la última década de la Revolución Cultural.
Con Xi Jinping en el poder, preocuparse por los hechos inconvenientes de la historia o insultar a los héroes y mártires revolucionarios ahora es un delito punible llamado “nihilismo histórico”.
El retrato de Mao todavía está ubicado en la Plaza de Tiananmen y Xi como hijo de uno de los camaradas revolucionarios de Mao, se ha colocado en la línea directa de sucesión.
Ha prometido al público que China será rica y fuerte. Y cree que la unidad y la disciplina bajo el régimen de un solo partido es crucial para lograrlo.
La educación de élite de Xi en su infancia, seguida de los terrores de la Revolución Cultural, le enseñaron a temerle a una ciudadanía politizada.
Otro capítulo formativo de Xi fue el colapso del comunismo en el bloque soviético. Su análisis fue que Moscú había perdido su sentido de propósito cuando renunció a su historia revolucionaria.
En un discurso a sus camaradas del Partido poco después de asumir el poder, advirtió: “Proporcionalmente el Partido Comunista Soviético tenía más miembros de los que tenemos nosotros, pero ninguno de ellos fue suficientemente hombre para levantarse y resistir”.
La resistencia de Xi ante el poder seductor de los valores liberales ha sido feroz.
“Si nuestro pueblo no puede defender los valores morales que se han formado y desarrollado en nuestra tierra, y en lugar de ello repite de forma indiscriminada y ciega los valores morales de Occidente, entonces será necesario cuestionar de forma genuina si perderemos nuestro ethos independiente como país y como pueblo”, dijo Xi.
Una nación de ciudadanos activos es la pesadilla de Xi. Activistas cristianos, musulmanes, laborales, blogueros, reporteros, feministas y abogados han sido encarcelados por hablar o actuar sobre sus convicciones.
En algunos casos, también han sido exhibidos en confesiones televisadas, en las que se retractan de sus creencias y repiten la línea del Partido de que se han convertido en los peones de los enemigos de China en Occidente.
Xi desea que sus ciudadanos se identifiquen con “la madre patria, la nación o raza china, la cultura china, y el camino socialista chino”.
Es lo que llama “cuatro identificaciones” que ha sintetizado en dos consignas clave: “El gran rejuvenecimiento de la nación china y del sueño chino”.
Estas consignas están en todas partes, desde carteleras sobre las carreteras y estaciones, hasta documentales de televisión y dibujos animados en internet y aplicaciones móviles.
Durante siglos los emperadores de China se esforzaron por equilibrar los principios de poder blanco y el poder duro -ellos lo llamaron fuerza y virtud- ejercitando autoridad absoluta sobre los sujetos y a la vez reconociendo su deber de asistencia pública.
Al celebrar la historia comunista de China, Xi ha sido cuidadoso al equilibrar la reverencia por el presidente Mao con una deferencia similar al reformista económico que lo sucedió: Deng Xiaoping.
Xi habla de marxismo y habla sobre mercados. Pero la esencia de su consigna de “sueño chino” es clara: “el sueño es una nación firme”.
Cualquiera sueño diferente, como el de Xu Zhiyong con su visión de identidad cívica compartida, es peligroso.
El activista fue liberado en julio después de completar una sentencia de cuatro años. Desde entonces no se le ha podido contactar.
“No es posible pretender que este es sólo otro gran jugador. Este es el mayor jugador en la historia del mundo”, declaró en 2012 el líder de Singapur, Lee Kuan Yew, sobre el ascenso de China.
Y al convertirse en líder en 2012, Xi puso los ojos de China en el premio.
Para el 100º aniversario de la fundación del Partido Comunista, en 2021, China será “moderadamente próspera”. Para el 100º aniversario de la llegada de los comunistas al poder, en 2049, será una nación “totalmente desarrollada, rica y poderosa”.
China está en camino a convertirse en la economía dominante del mundo.
Si se le mide de acuerdo a la “paridad de poder adquisitivo”, la economía china pronto será 40% más grande que la de Estados Unidos. Para 2049 podría ser tres veces más grande.
Las pasadas cuatro décadas han sido un viaje extraordinario no sólo para China sino para el hombre que la dirige.
Xi era sólo un adolescente que vivía en una cueva cuando un presidente de Estados Unidos, Nixon, se reunió con el presidente Mao en 1972.
Cuando la puerta de Occidente se abrió unos centímetros una década más tarde, algunos de los “principitos” de la generación de Xi aprovecharon la oportunidad para salir del país.
Pero Xi para entonces ya se había trazado un rumbo distinto, y según el recuento de su amigo en el cable de Wikileaks, sabía que fuera del país “no sería especial”.
Xi se muestra seguro de sí mismo en sus encuentros con extranjeros. Una vez , sobre los que dan lecciones a China en derechos humanos, dijo: “Hay algunos extranjeros que están aburridos, con el estómago lleno, que no tienen nada mejor qué hacer, que nos apuntan con el dedo”.
“Primero, China no exporta revolución; segundo, China no exporta hambre ni pobreza; tercero, China no llega y te provoca un dolor de cabeza. ¿Qué más se puede decir?”.
La China que Xi heredó estaba lista para tener una visión más segura de sí misma y él la ha aportado.
Desde la construcción de islas en el disputado Mar de China Meridional hasta los nuevos bancos multilaterales y los proyectos de infraestructura de la Iniciativa del Cinturón y Ruta de la Seda, el mandatario ha abandonado la máxima de que China debe ocultar su fortaleza y esperar a que llegue su momento.
Xi también ha explotado hábilmente el retiro del presidente Donald Trump de un importante acuerdo comercial y del Acuerdo de Cambio Climático de París y se ha presentado a sí mismo como el estadista del momento para incrementar la influencia de su país en el mundo.
“Un torbellino de carisma”. Así fue como un documental de televisión reciente describió su política exterior, y para marcar sus primeros cinco años en el poder, una serie paralela representó con gráficos su campaña contra la corrupción.
Pero si Xi quiere lograr sus objetivos centenarios, todavía debe enfrentar el verdadero desafío. La fortaleza en la superficie esconde profundos problemas económicos.
El crecimiento general se está ralentizando y la deuda está incrementándose. Muchos economistas advierten que se está acabando el tiempo para las reformas que podrían solucionar los problemas de China sin una crisis.
Y detrás de la fachada de unidad ideológica están compitiendo muchas ideas sobre el futuro de China.
El Partido, sin embargo, ha sobrevivido muchas crisis en la vida de Xi, desde la gran hambruna de Mao, hasta la Revolución Cultural y el aplastamiento del movimiento pro democracia de 1989.
Xi dijo una vez: “Una espada se fabrica en una piedra de afilar y un hombre se forja en las dificultades”.
La China de Xi hasta ahora ha combinado gran riqueza con gran represión. Si continúa encerrando a sus tigres, limpiando a sus camaradas y silenciando a las voces discordantes, otros podrían plantearse las preguntas existenciales.
Nunca, desde el presidente Mao, el sueño de grandeza de China ha dependido tanto de un solo hombre.
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