Este septiembre es bicentenario para seis naciones de América Latina.
En ese mes, pero del año 1821, se dieron declaraciones de Independencia sobre la corona española que, después de varios experimentos políticos, concluyeron con el nacimiento de seis países que hoy conocemos: México, Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua y Costa Rica.
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Incluso los territorios de Chiapas, Yucatán y Texas tuvieron una corta vida independiente.
Todos ellos emanaron de la Nueva España, uno de los vastos territorios en América que el imperio español creó y administró durante tres siglos.
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Pero ¿por qué uno de los mayores imperios del milenio pasado perdió el control de su más extensa posesión y su territorio terminó tan fragmentado?
Para responderlo hay que mirar a qué ocurría a comienzos del XIX.
¿Cómo era la Nueva España?
La Nueva España era una de las naciones más grandes de su época.
Se extendía por más de 7 millones de kilómetros cuadrados, desde regiones del suroeste y sureste del actual Estados Unidos hasta el noroeste de Panamá.
El territorio actual de España cabría 14 veces tan solo en la Nueva España (más aún en sus otros virreinatos y territorios de América, África y Asia).
Su conformación territorial era diversa: había reinos como el de México y Nueva Galicia en la región central. (Los siguientes mapas muestran las extensiones territoriales con base en los límites actuales de países y estados locales).
Al norte, estaban las provincias internas del oriente, como Nuevo León o Nueva Extremadura, y las provincias internas del occidente, entre ellas las Californias, Nueva Navarra o Nueva Vizcaya.
Hacia el sur, estaban las capitanías generales de Yucatán y Guatemala.
Esta última también se subdividía en provincias: Chiapas (actual estado de México), Guatemala (incluyendo el actual Belice), San Salvador (actual El Salvador), Nicaragua y Costa Rica (entonces una sola unidad) y Comayagua (actual Honduras).
La capital era Ciudad de México, pero Ciudad de Guatemala actuaba como una segunda capital en términos de gobierno.
“Era un empalme jurisdiccional muy complicado, pero en términos prácticos sí había mucha independencia de las provincias centroamericanas respecto a México, pero también había algunas funciones en las cuales dependían de México”, dice a BBC Mundo el historiador Alfredo Ávila.
En materia económica, de religión y de justicia a través de la Santa Inquisición, el gobierno de Ciudad de México tenía el control sobre la Nueva España entera. Pero en el resto de cuestiones, como la fuerza armada, la Capitanía de Guatemala o Yucatán tenían su autonomía.
“En Centroamérica no había un virreinato en términos generales, sino una audiencia, con un jefe político, una capitanía general”, continúa Ávila, académico del Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
“Y es muy difícil hablar de identidades. Una persona que nació en San Salvador era guatemalteca, porque dependía de la Audiencia de Guatemala. Pero si era hijo de españoles, era español”, apunta.
Todo eso tuvo un papel importante en lo que ocurriría alrededor de 1810.
El ocaso de un enorme imperio
Las élites ligadas al poder político, comercial y religioso fueron exponiendo sus discrepancias con España luego de tres siglos de convivencia.
A partir de 1808, el descontento de la clase gobernante en América llevó al surgimiento de varios movimientos de independencia que se fueron fortaleciendo al tiempo que la corona española atravesaba sus propios conflictos bélicos en Europa con Inglaterra y Francia.
Eso dejó a la corona española muy debilitada para hacer frente a las rebeliones en América. Incluso el gobierno de Ciudad de México había perdido el control militar en sus dominios.
“El virrey de México no mandaba en la comandancia de Guadalajara o en Monterrey”, explica Ávila. Ahí los jefes militares eran los que “tenían tanta fuerza que el virrey ya no tenía influencia sobre ellos”.
“Ahí empezó un proceso de desarticulación virreinal que alcanzó a Centroamérica”, señala.
El gran estallido en la Nueva España es el de la madrugada del 16 de septiembre de 1810, cuando una conjura independentista se vio descubierta y el cura Miguel Hidalgo llamó al pueblo mexicano a alzarse en armas en el famoso Grito de Dolores.
La guerra de independencia mexicana culminó 11 años después, el 27 de septiembre de 1821.
Por su parte, la Capitanía de Guatemala tuvo un proceso relativamente pacífico en el que la determinación independentista se dio en una asamblea con miembros de las provincias el 15 de septiembre de 1821.
Aunque esas son las fechas más recordadas, en los hechos hubo un momento que semanas antes fue determinante para la Nueva España.
Los Tratados de Córdoba
Cuando México y las provincias de Centroamérica declararon su independencia, ya tenían un plan en marcha: conformar un imperio.
La idea fue plasmada en los Tratados de Córdoba, que fueron firmados entre los independentistas mexicanos y autoridades de la Nueva España el 24 de agosto de 1821. Tenían como objetivo final la fundación del Imperio Mexicano.
Los españoles sabían que no podían contener más el movimiento de independencia, pero querían rescatar las valiosas vías de comercio.
El documento “reconocía la independencia de México, pero buscaba mantener la relación comercial de ambos lados. Y una parte de la élite de Guatemala quería aprovechar eso”, explica Ávila.
Chiapas -que era parte de la Capitanía de Guatemala- fue la primera provincia centroamericana en unirse al imperio, seguido poco después por la Capitanía de Yucatán.
“Y la discusión de los centroamericanos entonces fue qué convenía más: permanecer independientes de España o unirse a alguna de las dos grandes potencias limítrofes, Colombia o el Imperio Mexicano”, señala el historiador.
“Claramente por vínculos históricos tenía más sentido unirse al Imperio Mexicano”.
Panamá, que hoy es parte de Centroamérica, quedó en la Gran Colombia.
Bajo el nuevo imperio se delimitaron 24 provincias, muchas de las cuales conservan sus nombres en México y Estados Unidos (Texas, Nuevo México, California) hasta la actualidad.
Por lo que respecta a Centroamérica, se dio la delimitación casi actual: Guatemala (incluyendo a Belice), El Salvador, Honduras, Nicaragua y Costa Rica (estas dos últimas ya no eran una sola).
La fragmentación final
No obstante, el Imperio Mexicano duró poco.
La inestabilidad política que persistía desde la asunción del emperador Agustín de Iturbide condujo a un golpe de Estado en febrero de 1823, el cual llevó a la disolución del Imperio Mexicano un año después.
Las provincias mexicanas, a las que se integró Chiapas, conformaron la primera República Federal Mexicana, mientras que las provincias del sur crearon la República Federal de Centroamérica.
Pero aquel intento de mantener la unión de tan diversos territorios no se pudo sostener. Las razones no solo eran por los acuerdos políticos del momento, sino históricas.
“En Centroamérica no se alcanzó a construir una identidad más amplia[como la mexicana]. De un millón, la mitad vivía en Guatemala. Otra buena parte en Chiapas. El resto de las provincias estaban muy poco pobladas y casi no tenían contacto entre sí”, explica Ávila.
“Y había un cierto rechazo a Guatemala, porque se veía como la ciudad que cobraba impuestos, que mandaba tropas, que era un poco opresora”, añade.
En la década de 1930 hubo diversos conflictos que derivaron en la disolución de la unión de las provincias que buscaban tener mayor autodeterminación.
Fue entonces que nacieron cinco repúblicas independientes: Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua y Costa Rica.
Y en el caso mexicano, en la década de 1830 y 1840, México perdió importantes territorios ante Estados Unidos: Texas, la Alta California y Nuevo México.
Incluso Yucatán declaró su independencia durante ocho años, pero volvió a la unión mexicana.
Fue así que los más de siete millones de kilómetros cuadrados quedaron divididos en las naciones que este año celebran dos siglos de independencia.
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