Es más que su esposa, suelen decir en Nicaragua. Es su sombra, su musa, su inseparable “compañera”. Rosario Murillo, la excéntrica mujer de Daniel Ortega se convertiría mañana en vicepresidenta del país en unas elecciones cuestionadas.Seguir a @Mundo_ECpe !function(d,s,id){var js,fjs=d.getElementsByTagName(s)[0],p=/^http:/.test(d.location)?'http':'https';if(!d.getElementById(id)){js=d.createElement(s);js.id=id;js.src=p+'://platform.twitter.com/widgets.js';fjs.parentNode.insertBefore(js,fjs);}}(document, 'script', 'twitter-wjs');
Ortega, en tanto, aspira a su cuarto mandato como presidente. No le será difícil conseguirlo. La principal alianza de oposición que le hubiera disputado el poder fue excluida de los comicios, en junio pasado, y sus rivales son cinco partidos que reúnen juntos menos del 10% de las simpatías electorales.
Rosario Murillo, de 65 años, es formalmente secretaria del Consejo de Comunicación y Ciudadanía o en otras palabras, la vocera del Gobierno.
Sus críticos, sin embargo, la llaman “superministra”. Dicen que es ella quien dirige reuniones de gabinete, supervisa a ministros y baja línea a los intendentes del partido gobernante.
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“Es quien realmente gobierna y dirige el día a día, no se puede negar que es una adicta al trabajo, extremadamente cuidadosa con los detalles y muy exigente con sus subordinados, a quienes constantemente humilla”, cuenta a la nacion José Pallais, del partido opositor Coalición Nacional por la Democracia.
Querida por los nicaragüenses más pobres por impulsar planes sociales, Murillo se convirtió en el rostro público del gobierno.
Todos los mediodías, la primera dama aparece en los medios oficiales, donde habla sobre los crímenes en Managua, da reportes del clima y hasta consejos a los funcionarios.
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“Algunos simpatizantes la ven como una madre preocupada por el pueblo, pero otros sienten que es una Gran Hermana que todo lo quiere controlar, como en la novela de [George] Orwell [1984]”, apunta Pallais.
Rosario Murillo no siempre tuvo ese protagonismo. En las décadas de los 80 y los 90, mantuvo un perfil más bien bajo, que se caracterizó por los constantes choques con la cúpula del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), un partido que todavía hoy la rechaza.
Ortega y su “eterna compañera” se enamoraron en 1977 en Costa Rica, donde el ex líder guerrillero se había autoexiliado por su participación en el movimiento sandinista.
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La joven, que nació en una familia acomodada y había estudiado en Inglaterra y Suiza, también coqueteó con la revolución sandinista y optó por el exilio en Costa Rica.
Pero más que las armas, a Rosario Murillo le atraían las letras y fue con su pluma que luchó contra el gobierno del dictador Anastasio Somoza, que fue asesinado por un comando sandinista en su exilio en Paraguay.
Por esa época se perfilaba como poeta. Según contó la primera dama nicaragüense, comenzó a escribir como una necesidad de expresión, tras la muerte de su primer hijo (de un matrimonio anterior) en un terremoto en 1973.
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En 1979 cuando Ortega llegó a Nicaragua para formar parte del nuevo gobierno revolucionario, lo hizo junto a Murillo.
Durante la primera presidencia de Ortega, entre 1985 y 1990, Murillo no ocupó cargos importantes. Se dedicó a la cultura y utilizó su influencia para que tuviera un espacio trascendental en el gobierno nicaragüense.
En la campaña por la reelección de su marido en 1990, sus asesores le recomendaron mantener a su mujer con un bajo perfil.
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Pensaron que su admiración por el gurú hindú Sai Baba, sus creencias en la brujería y su onda “hippie” y “new age” alejaría a los votantes, en un país de mayoría católica.
“Vas a perder”, le advirtió ella, y se fue a pasear a México. Su profecía se cumplió tras la victoria de Violeta Chamorro. Desde entonces, Ortega miró a su mujer con otros ojos.
Pero quizás el episodio que más fortaleció a la pareja fue cuando en 1998 Zoilamérica Narváez, hija de Murillo de una relación anterior a Ortega, acusó a su padrastro de haberla violado en repetidas ocasiones.
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Rosario Murillo rechazó las acusaciones de su hija y apoyó públicamente a su marido. Como Ortega tenía inmunidad como ex presidente el juicio finalmente no prosperó.
Años después, en 2006, Ortega volvió a presentarse en las elecciones presidenciales. Para ese entonces el protagonismo de Murillo ya era evidente y se hizo más palpable aún cuando Ortega dijo públicamente en 2007 que “compartiría el 50% del poder” con Murillo.
Y los reconocimientos siguieron. Un mes antes de anunciar que Murillo sería su compañera de fórmula, el 19 de julio pasado, y ante una plaza atestada de seguidores, la bautizó como “la eternamente leal”.
Fuente: La Nación, GDA
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