Aunque nadie apostaba por Donald Trump como el virtual aspirante republicano a la Casa Blanca, este jueves se cumple un año desde que el magnate anunciara su candidatura desde una de sus torres neoyorquinas, una victoria en la que nadie creía pero que ha sido posible de la mano del descontento.
Con una roja y llamativa corbata, Trump anunció su decisión de buscar la Presidencia del país, escoltado por casi una decena de banderas estadounidenses, y con la complicidad de algunos de sus trabajadores.
“Damas y caballeros. Oficialmente me presento como candidato a la Presidencia de Estados Unidos y sé que haré grande a nuestro país de nuevo...Voy a ser el presidente más grande en materia de puestos de trabajo que Dios jamás haya creado”, dijo entonces el multimillonario, abriendo la puerta a un periodo electoral sin precedentes.
Aquel 16 de junio de 2015, Donald Trump comenzó a blandir ese axioma de su campaña, “Make America Great Again” (Hacer América grande de nuevo), así como a insistir en un discurso nacionalista y xenófobo con el que especialmente arremetió contra los latinos.
La puesta en escena de un “showman” televisivo como parte del proceso electoral de la primera potencia del mundo fue para muchos, especialmente al comienzo, un entretenimiento, una broma, una anécdota graciosa que no esperaban que fuera a impactar mucho más allá en el electorado.
“Le he pasado a China por encima todo el tiempo”, repetía una y otra vez en sus discursos, incluso en los debates para las primarias, en los que recurría constantemente a su capacidad de pagar cualquier cosa de su bolsillo.
“Lo bonito de mí es que soy muy rico”, espetaba sin ningún tipo de vergüenza, en medio de sus inusuales discursos, llenos de reproches, pero normalmente vacíos de propuestas.
Aunque si ha hecho llegar al público alguna de sus ideas para el futuro de Estados Unidos, es la de construir un muro en la frontera sur con México que, según ha prometido sin descanso, pagarán los propios mexicanos.
“Voy a construir un gran muro, y nadie construye muros mejor que yo, créanme. Y lo voy a construir a muy bajo costo. Voy a construir una gran muralla, en nuestra frontera sur, y voy a hacer pagar a México por ese muro. Recuerden mis palabras”, afirmó el magnate apenas comenzó su carrera hacia la Casa Blanca.
Y sin el menor sonrojo, llamó a los mexicanos “criminales” y “violadores”.
Rodeado de otros 16 aspirantes republicanos a la Presidencia compitiendo en el sistema de elecciones primarias, los analistas coincidían en que su paso por la campaña electoral sería episódico dada su inexistente experiencia política, aunque ya había pensado en presentarse cuatro años atrás.
Sin embargo, en febrero comenzaron las verdaderas elecciones, cuando los ciudadanos tenían que emitir su juicio sobre los aspirantes conservadores de cara a las presidenciales de noviembre próximo y, pese a empezar con mal pie en Iowa, donde fue derrotado por el senador de Texas Ted Cruz, Donald Trump ganó en la segunda cita en Nuevo Hampshire.
La falta de un claro favorito del aparato del Partido Republicano, y el gran número aspirantes, hizo que Trump emergiera como el candidato diferente, capaz de capitalizar el descontento con el sistema establecido y haciéndose notar por encima del resto de conservadores.
Lejos de ser castigado por sus comentarios políticamente incorrectos y su constante acusación al mal funcionamiento de las instituciones, el multimillonario fue consolidando su candidatura por todo el país, con amplias victorias en la mayoría de los estados clave.
Ahora, a menos de cinco meses de las elecciones presidenciales de noviembre, el abrumador respaldo popular que ha ido acumulando con los meses ha provocado que el Partido Republicano, al que tanto ha criticado a lo largo de la campaña, tenga que rendirse ante sus resultados.
No obstante, pese a los deseos de la vieja guardia conservadora de intentar unificar el partido en torno al magnate, su renuencia a suavizar su discurso y continuar lanzando oprobios contra las minorías y las mujeres, se lo pone muy difícil.
En las últimas semanas, su rival demócrata, la ex secretaria de Estado Hillary Clinton, ha ampliado su ventaja sobre él en intención de voto en los sondeos de cara a noviembre.
Sin embargo, el carácter impredecible del magnate y su capacidad para reventar todo pronóstico han hecho que la prudencia sea ahora la nueva aliada de los analistas.
Al menos en lo que a Donald Trump se refiere.
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