Donald Trump no es un estadista, qué duda cabe, él es un hombre de televisión, maneja el escándalo y el enfrentamiento, como en los‘reality shows’ que tan bien ha sabido explotar.
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El presidente estadounidense cree que su país es una caja boba gigante, a través de la cual divide a sus ciudadanos en “buenos” o“malos”, según su singular forma de clasifi car el mundo. Por ejemplo, en Charlottesville había “buenas personas” entre los supremacistasblancos que agredieron a los manifestantes por los derechos civiles. Pero si se trata de un futbolista negro que hinca la rodilla al suelo mientras se entona el himno nacional –en protesta por la violencia ejercida contra los afroamericanos en su propio país– no dudaen tildarlo de “hijo de puta” y pedir su expulsión, ganándoseel aplauso de sus más fervientes seguidores, los clasemedieros blancosque sienten que sus privilegios se perdieron cuando terminó el ‘apartheid’ en Estados Unidos. Con un simbólico regreso a los enfrentamientos interraciales de hacemás de cinco décadas, Donald Trump atiza el fuego del patriotismo y trata de menguar el descontento de su base electoral, anticipándoseal fracaso en el Senado de su tan mentada reforma de salud.A diferencia de los ‘reality shows’, en donde todo está controlado y nadie se sale del libreto preestablecido, la opinión pública se mueve de manera imprevisible. El multimillonario no anticipó que –en unpaís donde expresar públicamente sus opiniones políticas es un derecho sustentado en la Primera Enmienda de la Constitución–sus insultos, dignos de un ‘faite’ arrabalero y no de un mandatario, provocarían un escándalo de tal magnitud que terminaría extendiéndose a otros deportes populares, como el básquet o el béisbol, donde varios jugadores responden ahora al llamadodel hashtag #TakeTheKnee (“Arrodíllate”).LAS ÚLTIMAS NOTICIAS DEL MUNDO
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